Perfil Cordoba

LAS REDES DE LA HISTERIA

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Las redes sociales establecie­ron nuevas formas de comunicars­e y de llegar más lejos de lo que una estaba acostumbra­da. Dentro de esa vorágine de tecnología, también se despertaro­n nuevos monstruos. El celeste se apoderó de los teléfonos, de las computador­as. Vuelan pajaritos que llevan histeria de un lado al otro. Duermen en sus nidos hechos con ramitas de opiniones y empollan sus ideas como huevos, esperando ver nacer a sus crías.

Así como la paloma de la paz lleva un olivo, los pájaros celestes empuñan en sus patas la bandera de la susceptibi­lidad: “¿Lo decís por mí?”. “¿Qué tenés contra nosotros?” “Yo confiaba en vos.” “Pensé que eras de otra forma.” El creerse atravesado por una opinión ajena, que abarca la macro y no apunta cañones a ninguna trinchera. Esto no es una guerra. Una como periodista analiza, argumenta y sostiene. También se puede equivocar. Nadie es infalible. Pero atrás de los teclados nadie siente miedo. Con los ojos brillando por la luz blanca de la pantalla, todos somos los más guapos de la ciudad y nada nos puede afectar. Creo que nunca nadie tomó real dimensión de lo inútil que queda una discusión en Twitter. Yo digo esto, vos me respondés aquello, mirá esta ironía, ese insulto ingenioso, una foto, un gif, una palabra mal escrita. Así, hasta que la pelea ficticia se vuelve eterna donde el único perdedor es el tiempo.

Siempre voy a estar de acuerdo con que cada día haya más voces. Estoy del lado de darle espacio a quien no lo tiene, que se escuche lo que tenga para decir. Ahora bien, gritar y patalear, sentirse aludido paranoicam­ente y atacar por una lectura distinta a la que una hace desde su casa me parece violento y, para qué mentir, bastante tonto. Lo que mata es la humedad, pero la falta de análisis también. Así como destruir es más fácil que construir, sacar de contexto es más sencillo que tratar de entender. Porque siempre se especula con que la opinión diferente es un ataque, hay intereses detrás, están los grandes servicios secretos de potencias mundiales, conspiraci­ón, extraterre­stres y magia negra. Y no. Una lectura diferente es, aunque no lo parezca, solo una lectura diferente.

La importanci­a del anonimato o la distancia física genera una especie de locura que te esfuma la razón y potencia niveles de agresión que yo nunca había tenido que vivir. Cataratas de insultos y reclamos, hostigando a una para que revierta un tuit. ¡Un tuit! Lo más llamativo del fenómeno “pajarito celeste” es que cuando las alas desaparece­n, las plumas vuelven a convertirs­e en brazos y los picos en bocas, esa actitud nociva e irracional, no están más. Como si los teclados y las pantallas táctiles fuesen algún tipo de aparato malvado. Estos cambios rotundos de ánimo se viven en otro ámbito que siempre me sorprendió: la cancha. Estoy segura de que nadie le gritaría a alguien como le grita a un árbitro que cobró un penal, sin importar si fue falta o no. Y ahí está, no importa el contexto, no importa si el árbitro tuvo sus argumentos, la primera reacción es que ese tipo que está trabajando nos tira al bombo, está contra nosotros. O el delantero que va y patea ese penal, mete ese gol porque nos odia. Por último, cuando enfriamos un poco la cabeza, nos damos cuenta de que el defensor se mandó una y los fantasmas desaparece­n. Por lo menos, hasta el próximo partido que venga otro árbitro y nos cobre dos tiros libres cerca del área.

La gente se equivoca. Yo me equivoco, al igual que todos. Nada es tan absoluto. Ni siquiera esta nota, que es un simple análisis de lo que viví esta semana cada vez que entré a mis redes. Te condenan hasta la informació­n que brindás. Si contás algo de River, sos hincha de ese club y si anticipás una gestión de Boca es porque querés que sea el campeón. Ni hablar de que si digo que la camiseta nueva de San Lorenzo es linda, me recomienda­n que no vaya a Parque Patricios. Y así puedo seguir, sin importar el equipo ni el comentario.

La diversidad de opiniones está bien. Está perfecto, de hecho. Y los debates también: es sano. Ahora, cuando lo único que importa es que el otro se calle, ahí ya estamos en un problema. Sobre todo porque, lo lamento, pero no voy a dejar de opinar lo que crea correspond­iente, y menos aún dejar de buscar informació­n y contarla. No voy a dejar de hacer periodismo.

Si vamos a discutir, que sea con cordura. Promover el ataque de pajaritos celestes, como si estuviésem­os dentro de una película de Hitchcock, no va. Hay que serenarse. Que no se nos vaya la vida por un partido, por una final, por una opinión, por una informació­n, por unos colores, que quedan muchas jugadas para enamorar y muchos goles para festejar. González, de Olimpia, y ataja René Higuita. Si convierte Felipe Pérez se termina la pesadilla para Loustau. Pero falla. Es el turno de Jorge Guasch y otra vez ataja Higuita. Ahora sí, todas las esperanzas están puestas en Gildardo Gómez, pero patea afuera. El destino es sádico. Le toca a Fermín Balbuena: tercera posibilida­d para Olimpia, tercera atajada de Higuita. La suerte, después de todo, tal vez esté del lado del árbitro. Luis Carlos Perea es el hombre que lo puede salvar. Toma poca carrera, dispara seco al medio y la saca el arquero. ¿Es posible? ¿Qué está ocurriendo? Van dieciséis penales y todo sigue igual. Nacional tuvo tres match point y los desperdici­ó. Un mal presagio, definitiva­mente esto tiene que ser un mal presagio. Le toca a Olimpia: Vidal Sanabria la manda a las nubes. Es ahora o nunca. Leonel Álvarez es el elegido. ¿Héroe o villano? Héroe: convierte el gol que le da la primera Copa Libertador­es a Nacional. Y, sobre todo, salva a Loustau.

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NA ESPACIOS. Como pasa en las redes, en la cancha también se exacerba el odio.
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LUCIANA RUBINSKA

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