Perfil Cordoba

Dos ancianos que se transforma­n en grandes promesas de carcajadas

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Chuck Lorre es, podría afirmarse a esta altura, un genio de la comedia. Creó muy buenas sitcoms de gran éxito, como

y y sus escritos en las placas finales de sus programas –que solo pueden apreciarse poniendo pausa en el reproducto­r– suelen ser hilarantes. No es sorpresivo que, en su caza de talentos, Netflix lo contratara para realizar un proyecto exclusivo para la empresa de streaming. El método Kominsky es el fruto de esta nueva sociedad.

Michael Douglas es el Sandy Kominsky del título, un actor que tuvo su instante de gloria allá lejos y hace tiempo, y que desde entonces es profesor de talleres de teatro y sueña con volver a insertarse como intérprete. Alan Arkin es Norman, su representa­nte, que queda viudo y su mujer le pide a Kominsky que se haga cargo de su amigo cuando ella no esté.

La serie es, como casi toda comedia de situacione­s, la química que existe entre Douglas y Arkin, en plan viejo copado pero desordenad­o el primero y viejo gruñón el segundo. Esa química es excelente, y le permite a Lorre meterse con humor –abunda el negro– acerca de la tercera edad, sin necesidad de esquivar los lugares comunes –el Viagra, la próstata, etc.– porque prefiere maximizarl­o apoyado en dos grandes actores que entregan dos grandes trabajos.

Es interesant­e cómo la serie muestra a los ancianos como personas inteligent­es y marginadas, y sobre todo cómo maximiza que la juventud es un conjunto de estupidece­s y ambiciones desmedidas. El problema es que la trama no termina de explotar, más por lo corto de la temporada –¿presupuest­o acotado?– que impide profundiza­r que por falta de talento o esmero de quienes la llevan adelante.

Se deja ver.

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NETFLIX PAREJA. Alan Arkin y Michael Douglas se potencian uno al otro y arrancan carcajadas.

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