Democracias
lo denunciaba hace años Edward Snowden–, pero China directamente promulgó una ley donde abiertamente se obliga a las empresas tecnológicas a “cooperar con los servicios de inteligencia”, y no hay oposición política interna que pueda ejercer un contrapeso.
Bien representativo de la China post lucha de clases es que el hombre más rico de sus país, Jack Ma, dueño de Alibaba, el Mercado Libre de China, con una fortuna personal de 40 mil millones de dólares, se afilió al Partido Comunista. El significado de comunista, como el de demoAlgunos
es cada vez más polisémico. Ya en la época de la Cortina de Hierro, los países comunistas se llamaban a sí mismos democráticos, como Alemania Oriental, porque asociaban la democracia con la igualdad. Mientras que los países capitalistas asociaban la democracia con la libertad. La tensión entre igualdad y libertad (libertad negativa como ausencia de coacción) es la fuerza del progreso político de la humanidad.
Alfonsín, con su célebre promesa de la primera campaña electoral posdictadura, diciendo que “con la democracia se come, se cura y se educa”, propuso como democracia una conjunción de libertad e igualdad de oportunidades que a 35 años de pronunciada nunca se pudo consumar, con un tercio de los argentinos en la pobreza y fuera de las posibilidades de ascenso social. Y fue la crisis de 2002, con el crecimiento de la pobreza casi a los niveles actuales, la que justificó que el kirchnerismo llevara adelante una democracia más delegativa (el gobernante sustituye al votante) que representativa (el gobernante lo representa y es apenas su delegado).
El debate de la política gira alrededor de la crisis de representación, cuya principal causa es la falta de eficiencia económica de las democracias occidentales desde la caída del Muro de Berlín, hace casi treinta años, en contraste con la de China, donde esencialmente no existe la dimensión conflictual. Tras la extinción de la ex Unión Soviética, la financiarización fue desarmando el Estado de bienestar en los países desarrollados, generando una “acumulación
por desposesión” de los menos ricos hacia el 1% más rico
La democracia representativa, con su división de poderes, asume la confrontación agonista como inmanente a la sociedad y resuelve pacíficamente el conflicto de intereses en las instituciones donde representarlos. El modelo chino, en parte por la enormidad de su población, asume la imposibilidad de procesar intereses en conflicto y su Parlamento y su Justicia no son instrumentos de mediación. De la misma forma que no hay nada que mediar, tampoco hay medios de comunicación independientes que vengan a sumar argumentación a esa mediación. Mientras el modelo chino erradica el concepto partisano de la política y sofoca la noción de rebeldía en su población, el populismo “resuelve” el problema transformando el agonismo en antagonismo: en lugar de una lucha entre adversarios, una lucha entre enemigos, donde ni siquiera hay consenso en la normas aceptadas para llevar adelante la lucha en defensa de intereses contrapuestos. En ambos casos, es la diferencia entre una visión totalizadora y otra pluralista.
Pero a 35 años de nuestra recuperación de la democracia, si Alfonsín viviera hoy, imagino que seguiría luchando por conciliar “lo útil y la felicidad (el utilitarismo), el sujeto y lo universal (el Estado de derecho), la ciencia y la política (el positivismo) y la historia y la evolución (el progreso)”.