Perfil Cordoba

UNA FINAL PARA UN CUENTO

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Hoy, a las 16.30. Pero en Madrid. Todavía no entiendo cómo es que el partido más importante de la historia de nuestro fútbol se juega en España. En realidad, entender, lo entiendo. No me entra en la cabeza. De estar orgullosos de lo nuestro pasamos a sentir vergüenza de los nuestros. De la sociedad, de los manejos, la inoperanci­a, la doble moral, la incoherenc­ia. De la sonrisa a taparnos la cara, sin escalas.

Más allá de los papelones, de esas decisiones erróneas que nos tiraron la pelota al patio de la vecina y nos dejaron con las ganas de meter un gol, hay una final en curso. Uno casi se olvida. “El amistoso más caro de la historia”, lo definió Juan Román Riquelme, palabra autorizada a la hora de hablar de la Copa Libertador­es. Pero me voy a tomar el atrevimien­to de no coincidir con él. El trofeo está ahí, frente a los ojos de los dos planteles, a un triunfo de distancia de quedarse con la gloria. Sí, la polémica se instaló de ambos lados y por afuera también. ¿Pero sabés dónde se termina todo? Cuando el ganador esté viajando a Emiratos Arabes, con la cabeza puesta en el Mundial de Clubes para intentar, una vez más, conquistar el mundo. En ese instante, los comentario­s ajenos serán desoídos y las chicanas valdrán nada.

Todo quedó empañado, manoseado y cuestionad­o, pero acá somos así, cuando arranque el partido todo queda atrás y el cielo está esperando al ganador.

Cuesta hablar de “beneficiad­os” cuando hubo heridos y tensión, pero la postergaci­ón y cambio de sede tuvo sus pros y contras tanto para River como para Boca. Sin localía y con público visitante, las contras para River son las más notorias. Como pro, pierde la presión del riesgo de ver a

Boca dando la vuelta en el Monumental y Leonardo Ponzio, su capitán y emblema, llega con un partido más de rodaje luego de la lesión. Por el lado de los dirigidos por los Barros Schelotto, se recuperó Cristian Pavón, el jugador de Boca más desequilib­rante en el mano a mano. La hinchada xeneize estará presente (en la ida era solo público local) y calmará el rigor de sentirse con “todos en contra”. Lo negativo es que le quitaron esa chance de dar la vuelta en la cancha de su eterno rival.

Donde los dos equipos se igualan es en el hambre. Todo lo que se vivió generó ese enojo necesario para salir con los dientes apretados y las piernas dispuestas a correr hasta que se apaguen las luces del estadio. Boca, león herido, sintió el maltrato y el ninguneo. Con jugadores lastimados, al borde de ser obligados a pararse en el campo. La desconfian­za del “no sé si era para tanto”, cuando los médicos constataba­n las lesiones. Sumado a la marca de 2015, donde fueron eliminados por un fallo que nunca se pudo digerir. En la otra vereda, River, con futbolista­s a los que se acusó de poco solidarios con sus colegas (aun cuando se confirmó que hubo contacto telefónico entre los planteles). Con el orgullo tocado por los rumores y la ilusión robada a todos los hinchas que se hicieron presentes ¡dos veces! en el Monumental. Con esos humores, saltarán a la cancha.

“Ya estamos focalizado­s”. Frase textual en la que coincidier­on dos referentes como Ponzio y Tevez. Eso esperamos vivir: un espectácul­o trascenden­tal, donde el escenario sea algo anecdótico. Que el protagonis­ta de la película sea el fútbol, tan bastardead­o durante esta serie. Queremos un partido donde se perciba el olor a historia y se dispute cada pelota con el honor que estos jugadores conocen. Aspiramos a que una vez que suene el pitido inicial, queden en el pasado los conflictos y el deporte se encarne en goles y buen juego. Basta de postergaci­ones, dudas, declaracio­nes televisada­s y pactos entre caballeros. Despejemos las dudas y mostremos de lo que está hecho el fútbol argentino, esa fuente inagotable que envidia el mundo y da agua a las ligas de todos los países.

Hoy, a las 16.30. En Madrid. En todo el planeta. Los ojos estarán puestos en esta final que parece sacada de un cuento de Fontanarro­sa. Confío en que aprenderem­os de la experienci­a nefasta que vivimos estas semanas, pero ya no hay más tiempo para cuestionam­ientos. Después de tantos domingos escribiénd­olo, espero esta vez no errar y que por fin haya un campeón. La enfermedad que padeció Drogba no solo genera miles de víctimas por día en Africa; también provoca un laberinto económico para los países que no pueden librarse de esa condena. Un informe de la OMS detalla que el costo para combatir la malaria representa, en lugares como Tanzania, cerca del 40% del gasto sanitario anual.

No se equivocan los que definen la malaria como la enfermedad de los pobres. El medicament­o para eliminar sus síntomas tiene un valor aproximado de 2,5 dólares. Se llama Artemisini­n ACTs y algunos lo consideran una salvación, pero pocos parecen conocer que resulta inaccesibl­e para la mayoría de los enfermos, especialme­nte para los habitantes de Burundi, Congo o Liberia, naciones en que la gente intentar vivir con menos de un dólar diario. A Drogba, que cobraba por minuto lo que muchos africanos no ganarán en su vida, el Artemisini­n ACTs le permitió volver a entrenarse rápidament­e.

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NA JUEGO. Esperemos que el espectácul­o haga olvidar el escenario y el despojo.
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LUCIANA RUBINSKA

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