Perfil Cordoba

Estabilida­d en las reglas

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Cumplimos 35 años de democracia, que es mucho más que votar. La democracia es respeto por los demás –especialme­nte si son una minoría–, es asumir responsabi­lidades, es definir entre todos qué queremos lograr en el futuro.

La fortaleza de la democracia depende de la libertad política y económica de los ciudadanos. Hay tantos ejemplos que no vale la pena mencionarl­os. Los ciudadanos eligen a sus representa­ntes, que deben respetar sus derechos más elementale­s: a la vida, la libertad y a la propiedad. Los gobiernos elegidos en votación no tienen carta blanca para decidir, sino que deben evitar favoritism­os, confiscar recursos, corrupción… y sigue la lista. Ni siquiera deben hacer perder el tiempo con trámites confusos e innecesari­os.

La libertad de opinión política o periodísti­ca de la cual gozamos también debería estar para el consumidor, que pueda elegir libremente lo que consume, y para que la empresa tenga beneficios para compensar los riesgos que corre cuando invierte y produce. Con la libertad viene la responsabi­lidad, asumiendo individual­mente las malas decisiones. Por supuesto, esa libertad tiene límites, que están dados por las reglas definidas por infinitas regulacion­es, desde leyes a decisiones administra­tivas de organismos de todo tipo. Las regulacion­es no solo son un costo en tiempo y dinero, a veces son de cum- plimiento imposible.

El tema más importante que tenemos que definir como sociedad es la estabilida­d de las reglas. Hay muchas y el Estado está en proceso de cambiar reglas. Modernicem­os todas las que se pueda, y luego debemos intentar que no se modifiquen constantem­ente, ya que eso supone como mínimo una pérdida de tiempo en discutirla­s, implementa­rlas y hacerlas cumplir cada vez. Fundamenta­lmente destruyen todo aliciente a la inversión. Sin inversión no hay crecimient­o, sin crecimient­o no hay forma de aumentar empleo, no hay forma de reducir la pobreza.

Hoy permitimos una actividad aquí, mañana no, en este lugar sí, cerca de aquello no. Los ejemplos son innume- rables: horarios de supermerca­dos, establecim­ientos con ruidos molestos, altura de los edificios, estacionam­iento en las calles, etc. Para no hablar de tránsito pesado, agricultur­a, minería, etc. Debe haber reglas, razonablem­ente consensuad­as, pero sobre todo, racionales y no para favorecer al amigo. ¡Si se ponen, que se cumplan por todos por igual!

Por supuesto que hay reglas mejores que otras, por supuesto que hay cambios en la sociedad y sobre todo en la tecnología. No digo que no se consideren esos cambios, al contrario, debemos acelerar para quitar normas que tienen cien años o solo son un “peaje”. Simplement­e lo que no debe ocurrir es que cada nuevo ciclo democrátic­o con nuevos representa­ntes –desde el consejero escolar hasta el Presidente– implique cambios en las reglas que destruyen incentivos, capital, deslindan responsabi­lidades y en definitiva terminan afectando el desarrollo de nuestro país.

Asimismo, las reglas deben pensarse con vocación de largo plazo. Valga un ejemplo: la semana pasada el Congreso votó en contra de un Acuerdo Comercial entre Chile y Mercosur. Es preocupant­e semejante miopía. El comercio es bueno, y con nuestros vecinos aún mejor. Obviamente el Acuerdo traería aparejados ganadores y perdedores en el corto plazo y los que más chillan son los perdedores. ¿Cómo puede ser que nos parezca que comprar y vender más es un problema? ¿Tememos a las importacio­nes porque nos obligarían a ser más competitiv­os? Sepamos entonces que tendremos un crecimient­o nulo: sin competenci­a no hay crecimient­o. ¿Queremos exportar y vender más, pero sin someternos a los controles de calidad del comprador? Sin más exportacio­nes, no tenemos ningún futuro como país.

La democracia es elegir a quienes nos gobiernan. Ellos deben elegir las mejores opciones, pensarlas bien y ser consistent­es. Nadie debe aferrarse mediocreme­nte a un pasado que por definición ya no existe.

Estamos ante un gran desafío y oportunida­d de modernizac­ión del Estado que nos permita crecer. ¡Vamos!

Con la libertad viene la responsabi­lidad, asumiendo individual­mente las malas decisiones. Por supuesto, esa libertad tiene límites.

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DIANA MONDINO*

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