Caballos regalados
Como hoy se celebra el Día de Reyes con regalos, es oportuno recordar que el caballo ha sido el regalo favorito en la Argentina para agasajar a reyes y presidentes a lo largo de la historia. En 1913 el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt recibió como regalo del Club Hípico un caballo criollo. Quince años más tarde el rey de España Alfonso XIII fue obsequiado por el Jockey Club con tres magníficos caballos de polo. El presidente Juan Domingo Perón, que sabía apreciar un buen ejemplar equino, cuando en 1953 el presidente de Nicaragua visitó la Argentina, le envió como regalo dos caballos. Ese mismo año, para la coronación de Elizabeth II de Inglaterra, su regalo consistió en dos petisas criollas llamadas Rosita y Penicilina (en honor al antibiótico descubierto en años recientes) que provenían de la estancia La Primavera de Coronel Suárez, la ciudad donde surgieron los mejores jugadores de polo, y que ya habían sido entrenadas para ese deporte por Juan Carlos Alberdi y Juan Carlos Harriott. Rosita (hija de Mareo y Rosa) y Penicilina (hija de Mareo y Cautiva) se hicieron famosas y aparecieron en la tapa de la revista
Cristina Kirchner también tuvo la idea de regalar caballos a Xi Jinping durante su primera visita a la Argentina. Recientemente Mauricio Macri en ocasión del G20 tuvo la misma idea y obsequió al presidente de China una yegua de siete años llamada Luca Kazca (hija de River Slaney y Ombucito Balconera) y ofreció en los jardines de la residencia presidencial una demostración de la técnica del polo a cargo de los deportistas Juan Pablo Bras Harriott y Benjamín Araya.
El transporte de los caballos de Argentina hacia países remotos se suele hacer en aviones de carga en condiciones especiales, como puede apreciarse en una escena de la película de Armando Bo.
Puede considerarse que la novela
de Anna Sewell (publicada en 1877), en la que un caballo narraba su historia en primera persona, influyó enormemente para que en años posteriores esos animales fueran apreciados y valorados y que merecieran un mejor trato por parte de sus dueños. La escritora inglesa murió a los cinco meses de publicada la novela, pero durante ese breve período llegó a comprobar que su libro se había convertido en un éxito.