Perfil Cordoba

Indicadore­s positivos.

Según datos globales, crece la esperanza de vida y bajó la pobreza extrema.

- CAROLINA TCHINTIAN*

La problemáti­ca resulta de la falta de reglas claras que favorezcan la transparen­cia

Los argentinos desconfiam­os de la relación entre el dinero y la política. Y pese a la certeza de que cada elección segurament­e traerá un nuevo escándalo, la política aún no ha logrado dar una respuesta. En 2018 se presentaro­n diferentes proyectos para modificar el régimen de financiami­ento de partidos y campañas electorale­s. El Poder Ejecutivo envió un proyecto en junio, mientras que otras agrupacion­es presentaro­n iniciativa­s propias. Ninguna prosperó. A días de un nuevo año electoral, los partidos postergaro­n una vez más la discusión y aceptaron el riesgo y costo de un posible nuevo escándalo.

Hoy en la Argentina, el dinero es para la política lo que el canto de las sirenas era para los navegantes en la Mitología griega: una tentación que resultaba en un naufragio y muerte segura. Solo Ulises pudo enfrentar la tentación. Para hacerlo, reconoció su incapacida­d para resistir al canto de las sirenas y creó un mecanismo de control. Se ató al mástil del barco y su tripulació­n, con los oídos tapados, tenía orden de matarlo si se liberaba de las ataduras.

Hoy, para el financiami­ento de la política, la tentación está liberada. Las reglas actuales alientan la informalid­ad, permiten que la totalidad de las campañas sean financiada­s en efectivo, mientras que los controles son posteriore­s a la elección. Esto permite que más del 30% de las agrupacion­es que compitiero­n en las últimas elecciones presidenci­ales no hayan presentado rendicione­s de campaña y que muchas de las agrupacion­es que sí lo hicieron declararan un monto inferior al realmente gastado.

La tentación de fondos cuasidiscr­ecionales no reside solo en las ventajas que brinda durante la campaña política. La tentación resulta de una subestimac­ión del riesgo y una sobreestim­ación de la capacidad para mitigarlo, de suponer que la fuerza política no requiere de los controles que bien considerar­ía necesarios para otros. Los controles llegan tarde y las sanciones son la pérdida de aportes públicos, algo que puede ser mitigado recurriend­o a los aportantes privados. Sin embargo, no hay una estimación de la acumulació­n del daño que causa cada escándalo, que confirma las creencias negativas sobre la relación entre dinero y política.

Generar controles efectivos requiere un marco normativo integral, que permita únicamente medios trazables que contribuya­n a transparen­cia, que incluya rendicione­s y controles durante la campaña. Debe también regular el uso de publicidad oficial y limitar la ventaja de los oficialism­os. Este marco tiene que reconocer, en primer lugar, la propia incapacida­d que ha demostrado la política para evitar la tentación y el posterior escándalo.

Es necesario aceptar que la problemáti­ca relación entre dinero y política no resulta de la clase política, sino de la falta de reglas que favorezcan la transparen­cia y la equidad. Crear reglas efectivas, al igual que atarse al mástil, es un mecanismo de preservaci­ón de la democracia, no una admisión de debilidad. Esta es la única manera de atravesar el mar de desconfian­za en el que naufragan las expectativ­as de millones de votantes. Del reconocimi­ento de la necesidad de estos mecanismos de autopreser­vación depende que la campaña de 2019 se dé bajo reglas claras para todos.

*Directora del programa de Institucio­nes Políticas de Cippec.

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