“Estamos en un momento de muerte del periodismo”
A partir de su último libro, donde analiza el trabajo de varios periodistas, el escritor dialogó con PERFIL sobre la crisis actual del periodismo argentino.
Hace unos días, en el programa que conduce Fantino a la noche, pasaron un video donde se ve a un manifestante impidiendo el paso de una patrulla policial. La escena generó, previsiblemente, una serie muy extensa –quince, veinte minutos– de expresiones de indignación, hasta que Edi Zunino tuvo una de sus apariciones disruptivas y propuso algo que a sus colegas les pareció una especie de extravagancia: hacer periodismo. O sea: reponer el contexto, analizar las circunstancias y explicar, entre otras cosas, que las personas que se ven en el video son militantes de la CTEP particularmente sensibilizados por la muerte de uno de sus compañeros durante un operativo policial de desalojo en Villa Celina.
Por supuesto, la opinión fue impugnada, como si hubiera violado un pacto tácito en relación con lo que debe o no debe ser dicho, y a lo mejor algo de esto hay: quizá para lograr consenso, en este caso respecto de la “mano dura”, hay que saber callar algunas cosas.
De cualquier manera, lo interesante acá es que esa situación pareciera sintomática de un modo de hacer periodismo, cada vez más frecuente, que no va mucho más allá de un “qué barbaridad”, y que el escritor Juan Becerra, con quien dialo- gamos, analiza en Fenómenos
argentinos (editorial Planeta), libro que recopila una serie de artículos que escribió en los últimos años sobre algunos personajes influyentes como Jaime Duran Barba o Fernando Iglesias –de quien, por cierto, se tomó el trabajo de leer todos sus libros, como si estuviera cumpliendo una especie de probation, dirá–, pero también sobre algunos periodistas de grandes audiencias como Marcelo Longobardi, Jorge Lanata, Marcelo Bonelli y otros que forman parte de lo que él llama “periodismo industrial”:
“Es una gran maquinaria al servicio del control de las reacciones.”
una plataforma por la que rueda la narrativa del poder y entre cuyas condiciones hay dos que se pueden advertir enseguida. La primera es que carece de autores, es decir, de soberanías personales. “En todo caso lo que sí se permite es tener funciones que produzcan el efecto de la autoría”, dice. “Por ejemplo, Lanata es el caso más extremo: parece un autor, incluso a veces un autor punk, pero evidentemente no cumple ninguna función por afuera de la plataforma”.
La segunda condición es que se trata de productos que alcanzan casi un grado cero de opacidad. “Es muy difícil ver en el periodismo industrial algún tipo de objeto barroco, turbio, que no se entienda del todo; funciona en algún sentido como una fábrica publicitaria, es decir, produce sentido de manera directa, no tiene segundos niveles de interpretación: directamente van al choque con su sentido, últimamente a tocar la cuerda emotiva del espectador”, dice Becerra, para quien ese pathos tiene como objetivo controlar los discursos y los actos sociales. “A mí me parece que lo que se ve es una gran maquinaria al servicio de un control de las reacciones, ya sea a través de soltar sus impulsos o de contenerlos. Entonces, esa maquinaria, que me parece monstruosa, encuentra su espacio verbal, su lenguaje, su discurso, su sentido en el periodismo industrial, que es una pata de la narrativa del poder conservador: digamos que es la pata que habla”.
En el libro, Becerra pone como ejemplos de esta forma de ejercer el oficio a periodistas como Eduardo Feinmann, de quien dice, y con toda la razón, que las discusiones en las que le va mejor son aquellas en las que habla solo. El problema es que cuando uno ve el reverso de este periodismo, el otro lado de la grieta, digamos, no advierte algo muy diferente: la sobreindignación y la infrainformación están en ambos nichos del mercado.
Así las cosas, donde de uno y otro lado se dedican a saturar los hechos con ruido, ¿cómo se hace para hacer otro tipo de periodismo? ¿Es posible aún?
Becerra no se muestra muy esperanzado al respecto.
—Al periodismo lo veo, por lo menos en los últimos veinte años, como una de las disciplinas más degradadas de la última modernidad, muchísimo más que la política, mucho más incluso que mundos siniestros como el de la especulación financiera, porque el especulador financiero en el fondo hace lo mismo que hizo toda la vida, que es acumular, y entonces no se le puede pedir más, o en todo caso no se le puede pedir otra cosa que no sea lo inherente a su disciplina.
—El periodismo en cambio fue cambiando mucho...
—Sí, pero lo inherente a la disciplina “periodismo” no sé si tiene mucho que ver con la aceleración de las emociones para provocar choques frontales todos los días con cada cosa que pasa, incluso con las que no pasan también. No le veo sentido. Para mí es un momento de muerte del periodismo. O sea, creo que el periodismo no existe más. Puede que haya todavía algunos vestigios, como partículas flotando en el ambiente, que tienen que ver con el acceso más o menos ético a los acontecimientos, pero no sé si el periodismo, y me refiero al periodismo argentino, forma parte de eso.