Mentime que me gusta
tenemos que acostumbrar a las inundaciones (porque ciertamente la Argentina tiene décadas de retraso en obras públicas de envergadura, no de simple asfalto o cloacas), o justifica los días que se toma vacaciones o les explica a los chicos que visitan la Casa Rosada que hay trabajos mejores que el de ser presidente… ¿qué nos molesta: no acordar con él o que nos choque que sea sincero con lo que piensa?
Vamos más allá todavía con el interrogante central. ¿Cuánta “verdad” toleramos los argentinos? Honestamente, nuestra historia desnuda que poca. O, al menos, hay múltiples muestras de que hemos comprado ficciones y las revalidamos luego en las urnas, en nombre de valores supuestamente superiores.
A las puertas del inicio de una campaña electoral trascendente, no está de más pensar si seguiremos cultivando el gusto por la mentira.