Crisis de identidad adolescente según Robin
Existen dos universos de superhéroes a la hora de las pantallas. Por un lado, el todos-ya-losabemos universo Marvel (ya saben, desde hasta que domina la taquilla como nunca antes un concepto similar lo hizo. La contracara no es tanto DC en el cine (que ha devenido la Pepsi del cine súper), sino DC en la televisión. Y eso sucedió gracias a Greg Berlanti: DC en modo series comenzó como esquirla barata de los logros de Christopher Nolan (director responsable del Batman que ganó Oscar) con un Flecha Verde gris, urbano pero que abrazaba tics televisivos a la hora de sus vínculos entre personajes, y fue expandiéndose a las formas más luminosas del folletín en calzas, con la hiperactiva
y la feliz Así la lista comenzó a generar no solo más superpoblación súper: en los episodios de este
más allá de esas conexiones, había un genuino hedonismo, que tragaba la locura sincera del cómics (villano que son tiburones antropomórficos, por ejemplo) y en lugar de negar esos absurdos los usaba como perfecto disfraz de Halloween, para ser la perfecta adaptación y la más honesto de la historieta súper como género.
Ahora DC lanza su primera serie de streaming, que a nosotros llega en nuestro propio agente del fracking de series, Netflix, y se trata de El concepto en el cómic de base era: ¿qué pasa si los patiños, Robin a la cabeza, hacen su supergrupo adolescente (no se olviden, el Krypton siempre es la franja etárea a la que se le habla)? En las series, el concepto es ¿qué pasa si hago una serie “adulta” dónde Robin clava tijeras de jardín en los genitales de la gente? Y lo cierto es que por superficialmente violento, se mantiene en aquella veta del
y lo expande: es violenta, sí, con cabezas explotando en cámara, pero por otro lado se anima a ser más melodrama cool, abrazando sus raíces de varias formas (más que nada en la proliferación de secundarios, como la
o, con problemas eréctiles, Una serie que manda al carajo a Batman es tan gestual como interesada en Robin, y aquí todo eso funciona más cercano a un ridículo funcional, sincero y hasta divertido cuando tropieza y fascinante cuando hace las acrobacias que le pueden costar la vida.