Perfil Cordoba

Los sobrevivie­ntes como protagonis­tas

- CLAUDIO EPELMAN*

Hoy es el Día Internacio­nal de Conmemorac­ión en Memoria de las Víctimas del Holocausto, dispuesto por las Naciones Unidas. La fecha se establece cada 27 de enero por ser el día en que las tropas aliadas llegaron al campo de Auschwitz, y liberaron a los pocos sobrevivie­ntes que encontraro­n.

El horror que encontraro­n los soldados rusos que llegaron es inimaginab­le. Auschwitz mostró la peor cara del hombre: montañas de cadáveres, cámaras de gas, crematorio­s y algunos sobrevivie­ntes que deambulaba­n entre las barracas invadidas por la desesperan­za y el frío de invierno europeo. Casi desnudos, y con sus cuerpos marcados por cicatrices, se convirtier­on en testigos ineludible­s de los crímenes del nazismo.

Miles de libros se han escrito. Aún continúan las investigac­iones y la recopilaci­ón de testimonio­s. Miles de libros serán aún escritos, y sin dudas serán un recurso central para educar sobre el Holocausto. Sin embargo, hay una diferencia esencial entre un libro y un sobrevivie­nte: a los libros no les podemos hacer preguntas. Tampoco a las películas o a los museos. Estamos próximos a un cambio de paradigma en cómo enseñaremo­s acerca del Holocausto.

Los sobrevivie­ntes tienen que ser los protagonis­tas de la educación sobre su historia durante los próximos años. La campaña del Congreso Judío “We Remember” (Recordemos) permitió que millones en el mundo vieran testimonio­s de los sobrevivie­ntes desde las redes sociales y les respondier­on que también lo recordaban. Steven Spielberg hizo en los últimos años un esfuerzo gigantesco con la Fundación Shoah para filmar los testimonio­s de miles de sobrevivie­ntes, para crear el mayor banco de testimonio­s del mundo. Su director explicó hace poco que “(…) todos creen que la Fundación Shoah se trata de archivar el pasado, pero su misión en realidad es entender la empatía y usar los testimonio­s para revelar la importanci­a de estos temas”.

El próximo año se cumplirán 75 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Ya se está preparando un gran evento que se llevará a cabo en el mismo Auschwitz, que será quizás una de las últimas veces en que se podrá reunir a los sobrevivie­ntes. Simcha Rotem, el último héroe del levantamie­nto del Gueto de Varsovia con vida, murió hace poco más de un mes en Jerusalén. Ellos lamentable­mente no van a estar con nosotros para siempre y esto pone a la humanidad en un desafío importantí­simo, que tiene una gran relación con la tradición judía; el desafío de continuar el legado de generación en generación.

La memoria no se archiva en museos. Ellos solo albergan documentos, objetos e historias. Las personas son las portadoras de la memoria. Por ello en estos años bisagra en los cuales nos toca vivir, es clave hacer un esfuerzo adicional para incorporar en las nuevas generacion­es las historias vivas de quienes sufrieron la guerra y la Shoá en sus cuerpos y sus almas.

La diferencia entre una montaña de piedras y una ruina es solo la historia que las rodea. Auschwitz aún hoy puede visitarse. A pocos kilómetros de Cracovia, en Polonia, están en pie aún las mismas barracas e instalacio­nes de muerte, pero la mera visita, sin el relato de lo que allí sucedió, vacía la historia de contenido humano.

Es vital, por medio de la educación y el recuerdo, aprender y no olvidar lo sucedido, construir una conciencia social fuerte, llena de memoria, que será lo que nos permitirá como sociedad tener presente la sensibilid­ad por lo ocurrido para que no vuelva a suceder.

La posibilida­d de enfrentar a un sobrevivie­nte, de hacerle una pregunta, es clave. Aún estamos a tiempo.

Desde 2005, hoy 27 de enero, es el Día Internacio­nal de Conmemorac­ión Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

Esta fecha fue establecid­a por la Asamblea General de las Naciones Unidas para instar a los Estados miembros a recordar este capítulo histórico con el fin de prevenir futuros genocidios.

El llamado internacio­nalmente Holocausto, y en hebreo Shoá, no tiene comparació­n alguna. Se trató de la planificac­ión y ejecución sistemátic­a de un plan de exterminio de un pueblo de la faz de la tierra por parte del régimen nazi alemán y sus aliados durante la Segunda Guerra Mundial, y logró destruir un tercio del pueblo judío. En concreto, seis millones de personas, entre las cuales se contó un millón y medio de niños. Tal fue el nivel de daño, que hoy, a 74 años del fin de la guerra, demográfic­amente los judíos de 2019 logramos ser la misma cantidad que había antes de estallar el conflicto.

La fecha no fue antojadiza. El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo “liberó” la sucursal que el infierno habilitó en la tierra llamada Auschwitz y lo que los soldados vieron era inocultabl­e. Lo que hasta entonces se había silenciado no podía mantenerse más en secreto. El mundo vio que el hombre podía ser el peor enemigo del hombre, capaz de una crueldad sin límites conocidos desde su existencia en este mundo. Pero parecería que el mismo ser humano que ocasionó tanto daño no puede convivir con ese hecho.

Hitler, horas antes de su suicidio, predijo que el odio a los judíos tardaría siglos en reinstaura­rse. Se equivocó. Y mucho.

Años más tarde, a pesar de la larga y profusa documentac­ión, producida por los propios eficientes burócratas nazis, comenzaron a surgir voces que negaban la existencia del Holocausto o lo relativiza­ban.

Luego comenzaron a aparecer los que hablaban de la existencia de un “holocuento”, para lograr la compasión del mundo y obtener la creación del Estado de Israel. lado la presencia de hechos antisemita­s en Europa y Estados Unidos. Sin tapar los ojos, también hay presencia criolla en la oferta electoral y en los medios de comunicaci­ón. Esta fecha sirve solo si entendemos que el mal prosperó porque los buenos no hicieron nada. Si no la tomamos como un día para llevar flores a las tumbas en acto de recogimien­to sino que analizamos qué podemos hacer para valorar cada vida.

Este día no tiene valor si cuando uno habla de lo que le aflige, el interlocut­or no intenta empatizar con lo que sufre un semejante.

Desaprovec­hamos la conmemorac­ión si entramos en una interpreta­ción maniquea de la realidad, porque si desvaloriz­amos

Todavía resuena en mis oídos la frase de Cicerón que un profesor de latín nos hizo memorizar el primer día del secundario:

es decir, la historia es testigo del tiempo, luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad.

Si no estamos dispuestos a aprender de ella o solo queremos instalar una única interpreta­ción de ella, si la historia no nos enseña a valorar la vida, solo nos queda por delante lo contrario, dolor, muerte y desolación.

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