Los sobrevivientes como protagonistas
Hoy es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, dispuesto por las Naciones Unidas. La fecha se establece cada 27 de enero por ser el día en que las tropas aliadas llegaron al campo de Auschwitz, y liberaron a los pocos sobrevivientes que encontraron.
El horror que encontraron los soldados rusos que llegaron es inimaginable. Auschwitz mostró la peor cara del hombre: montañas de cadáveres, cámaras de gas, crematorios y algunos sobrevivientes que deambulaban entre las barracas invadidas por la desesperanza y el frío de invierno europeo. Casi desnudos, y con sus cuerpos marcados por cicatrices, se convirtieron en testigos ineludibles de los crímenes del nazismo.
Miles de libros se han escrito. Aún continúan las investigaciones y la recopilación de testimonios. Miles de libros serán aún escritos, y sin dudas serán un recurso central para educar sobre el Holocausto. Sin embargo, hay una diferencia esencial entre un libro y un sobreviviente: a los libros no les podemos hacer preguntas. Tampoco a las películas o a los museos. Estamos próximos a un cambio de paradigma en cómo enseñaremos acerca del Holocausto.
Los sobrevivientes tienen que ser los protagonistas de la educación sobre su historia durante los próximos años. La campaña del Congreso Judío “We Remember” (Recordemos) permitió que millones en el mundo vieran testimonios de los sobrevivientes desde las redes sociales y les respondieron que también lo recordaban. Steven Spielberg hizo en los últimos años un esfuerzo gigantesco con la Fundación Shoah para filmar los testimonios de miles de sobrevivientes, para crear el mayor banco de testimonios del mundo. Su director explicó hace poco que “(…) todos creen que la Fundación Shoah se trata de archivar el pasado, pero su misión en realidad es entender la empatía y usar los testimonios para revelar la importancia de estos temas”.
El próximo año se cumplirán 75 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Ya se está preparando un gran evento que se llevará a cabo en el mismo Auschwitz, que será quizás una de las últimas veces en que se podrá reunir a los sobrevivientes. Simcha Rotem, el último héroe del levantamiento del Gueto de Varsovia con vida, murió hace poco más de un mes en Jerusalén. Ellos lamentablemente no van a estar con nosotros para siempre y esto pone a la humanidad en un desafío importantísimo, que tiene una gran relación con la tradición judía; el desafío de continuar el legado de generación en generación.
La memoria no se archiva en museos. Ellos solo albergan documentos, objetos e historias. Las personas son las portadoras de la memoria. Por ello en estos años bisagra en los cuales nos toca vivir, es clave hacer un esfuerzo adicional para incorporar en las nuevas generaciones las historias vivas de quienes sufrieron la guerra y la Shoá en sus cuerpos y sus almas.
La diferencia entre una montaña de piedras y una ruina es solo la historia que las rodea. Auschwitz aún hoy puede visitarse. A pocos kilómetros de Cracovia, en Polonia, están en pie aún las mismas barracas e instalaciones de muerte, pero la mera visita, sin el relato de lo que allí sucedió, vacía la historia de contenido humano.
Es vital, por medio de la educación y el recuerdo, aprender y no olvidar lo sucedido, construir una conciencia social fuerte, llena de memoria, que será lo que nos permitirá como sociedad tener presente la sensibilidad por lo ocurrido para que no vuelva a suceder.
La posibilidad de enfrentar a un sobreviviente, de hacerle una pregunta, es clave. Aún estamos a tiempo.
Desde 2005, hoy 27 de enero, es el Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Esta fecha fue establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas para instar a los Estados miembros a recordar este capítulo histórico con el fin de prevenir futuros genocidios.
El llamado internacionalmente Holocausto, y en hebreo Shoá, no tiene comparación alguna. Se trató de la planificación y ejecución sistemática de un plan de exterminio de un pueblo de la faz de la tierra por parte del régimen nazi alemán y sus aliados durante la Segunda Guerra Mundial, y logró destruir un tercio del pueblo judío. En concreto, seis millones de personas, entre las cuales se contó un millón y medio de niños. Tal fue el nivel de daño, que hoy, a 74 años del fin de la guerra, demográficamente los judíos de 2019 logramos ser la misma cantidad que había antes de estallar el conflicto.
La fecha no fue antojadiza. El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo “liberó” la sucursal que el infierno habilitó en la tierra llamada Auschwitz y lo que los soldados vieron era inocultable. Lo que hasta entonces se había silenciado no podía mantenerse más en secreto. El mundo vio que el hombre podía ser el peor enemigo del hombre, capaz de una crueldad sin límites conocidos desde su existencia en este mundo. Pero parecería que el mismo ser humano que ocasionó tanto daño no puede convivir con ese hecho.
Hitler, horas antes de su suicidio, predijo que el odio a los judíos tardaría siglos en reinstaurarse. Se equivocó. Y mucho.
Años más tarde, a pesar de la larga y profusa documentación, producida por los propios eficientes burócratas nazis, comenzaron a surgir voces que negaban la existencia del Holocausto o lo relativizaban.
Luego comenzaron a aparecer los que hablaban de la existencia de un “holocuento”, para lograr la compasión del mundo y obtener la creación del Estado de Israel. lado la presencia de hechos antisemitas en Europa y Estados Unidos. Sin tapar los ojos, también hay presencia criolla en la oferta electoral y en los medios de comunicación. Esta fecha sirve solo si entendemos que el mal prosperó porque los buenos no hicieron nada. Si no la tomamos como un día para llevar flores a las tumbas en acto de recogimiento sino que analizamos qué podemos hacer para valorar cada vida.
Este día no tiene valor si cuando uno habla de lo que le aflige, el interlocutor no intenta empatizar con lo que sufre un semejante.
Desaprovechamos la conmemoración si entramos en una interpretación maniquea de la realidad, porque si desvalorizamos
Todavía resuena en mis oídos la frase de Cicerón que un profesor de latín nos hizo memorizar el primer día del secundario:
es decir, la historia es testigo del tiempo, luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad.
Si no estamos dispuestos a aprender de ella o solo queremos instalar una única interpretación de ella, si la historia no nos enseña a valorar la vida, solo nos queda por delante lo contrario, dolor, muerte y desolación.