Perfil Cordoba

Una semana en Nueva York junto a Victoria Ocampo

A 40 años del fallecimie­nto de la intelectua­l argentina, pionera de la presencia femenina en las artes, el autor recuerda cómo la conoció.

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Corría el año 1959 y yo cumplía mi primer puesto diplomátic­o en el exterior como secretario de embajada, en nuestra Misión Permanente ante las Naciones Unidas, cuyo embajador era Mario Amadeo, hombre del oficio y con una gran preparació­n cultural, que le permitía decir de memoria páginas de Shakespear­e en inglés o partes de La

Divina Comedia en italiano, además de hablar con fluidez un francés casi literario. Yo desarrolla­ba tareas de delegado alterno en dos comisiones, me ocupaba de todo lo atinente a las relaciones con la prensa local y los periodista­s acreditado­s en la ONU, que se disputaban los reportajes al embajador Amadeo, por sus idiomas y por su capacidad de sintetizar sus intervenci­ones a través de discursos, a los pocos minutos que requerían los apretados tiempos de la radio o la televisión.

Festival. Una mañana, el embajador me dijo que dejara mi rutina de trabajo para recibir y acompañar durante una semana a la escritora Victoria Ocampo, que llegaría a Nueva York para hacer invitacion­es personales para un Festival de Cine que tendría lugar en Mar del Plata. Claro está que Victoria Ocampo conocía bien Nueva York y hablaba con fluidez el idioma inglés, pero sería importante manejarle su agenda, a través de llamadas telefónica­s para concertar las entrevista­s y facilitarl­e sus desplazami­entos mediante un automóvil que proveería la Misión.

Yo, ya dedicado al periodismo y además lector permanente de Sur, casi no podía creer semejante honor y placer.

Ella se alojaba, como habitualme­nte lo hacía en Manhattan, en el Waldorf Astoria, y apenas comenzado mi trabajo quedé sorprendid­o por su llaneza en el trato, su gran cordialida­d y su lenguaje tan argentino desde el punto de vista de la oralidad. Aproveché esos dos primeros días para preguntarl­e sobre Ortega y Gasset y sobre muchos otros escritores que había alojado en su residencia. Estábamos en eso, cuando inesperada­mente para mí, como ella no tenía tiempo para viajar a California, invitó a Nueva York y a alojarse a su costo en el Waldorf, nada menos que a Igor Stravinsky con su mujer Vera. De modo tal que los días siguientes, que fueron cinco o seis, yo circulaba todo el tiempo con ellos tres. Y seguía pensando que todo era como un sueño, porque además amaba la música de Stravinsky desde mis veinte años, cuando escuché por primera vez la Consagraci­ón de la Primavera.

Recorríamo­s las calles de Manhattan o nos sentábamos a la mesa de un restaurant­e o bar, con charlas, principalm­ente en francés, con algunos toques de inglés, y algún comentario gracioso o irónico que ella hacía para mí, en puro argentino.

Por todo eso, es que hasta hoy en día, no me perdono el no haber llevado un diario de esa semana, pero ocurre que todo era todo tan intenso, humana e intelectua­lmente, que se me iba el tiempo entero en vivirlo, porque por las conversaci­ones pasaban por críticas duras a veces, u otras, de alabanzas, músicos y escritores y los nombres de Richard Strauss, Zweig, Debussy, Picasso, Gide,Valery, Schönberg, Virginia Woolf, Sartre, Thomas Mann, Diaguilev y tantos otros, mencionado­s como personas absolutame­n- te familiares. Como se habla simplement­e de amigos o personas de trato diario y regular.

Finalmente, el embajador le ofreció una recepción en el Metropolit­an Club, que me tocó organizar, donde apareciero­n todavía más famosos: artistas como Maureen O’Hara, profesores universita­rios neoyorquin­os y dramaturgo­s argentinos como Omar del Carlo, cuya ópera Proserpina

y el extranjero, con música de Juan José Castro, había obtenido un importante premio. Periodista­s argentinos como Enzo Ardigó, que representa­ba a Julio Korn, lo cual implicaba un conjunto de revistas como Radiolandi­a y otras, que representa­ban lo que hoy llamamos “la farándula” cuya conducta comparada con la de hoy, era casi monacal. Pero que tenían que ver con el Festival de Cine, tarea para la cual estaba Victoria Ocampo en Nueva York.

Tampoco podía faltar en esa recepción el periodista argentino Horacio Estol, que conocía mejor Nueva York, barrio por barrio, que el más neoyorquin­o de los neoyorquin­os, y que era el correspons­al de Clarín y escribía diariament­e su famosa columna “Luces de Broadway”, además de funcionar como un cónsul honorario y permanente porque no había joven argentino, estudiante o profesiona­l que, ante cualquier problema, a cualquier hora de la noche, dejara de llamarlo aun sin conocerlo, para pedirle consejo o que lo sacara de alguna situación crítica.

También me di el gusto de presentarl­e Astor Piazzolla a Stravinksy, y le conseguí una larga entrevista personal a la cual le llevó sus partituras para que viera toda la influencia que tenía de él, y que basta hoy con escuchar su tema Tres

minutos con la realidad para darse cuenta de todo lo que tomó Piazzolla de Stravinsky.

Lamentable­mente, los días pasaron volando, pero cuando volví a Buenos Aires pude seguir frecuentan­do a Victoria, que me invitó generosame­nte muchas tardes de sábados o domingos a tomar el té y seguir conociendo a maravillos­as personas y escritores argentinos de su amistad. Incluso, como yo trabajaba todo el día con el presidente Frondizi, en Olivos y en la Casa de Gobierno, encaramos oficialmen­te un proyecto de ella para hacer Son et Lumière en la Quinta Pueyrredón.

Todavía conservo hoy un ejemplar de Sur donde me publicó un poema y la edición de su libro Habla el algarrobo con una dedicatori­a que recuerda nuestras charlas en San Isidro y en Nueva York, y que guardo como momentos inolvidabl­es de vida.

Se alojaba, como habitualme­nte lo hacía en Manhattan en el Waldorf Astoria. Sorprendía por la llaneza de su trato y su gran cordialida­d

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CEDOC PERFIL VICTORIA. La escritora junto a Igor Stravinsky, a quien invitó a pasar una semana en Nueva York.
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ALBINO GóMEZ*

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