Perfil Cordoba

No soy solo yo

-

El día en que la vida que hasta ese momento conocía empezaría a cambiar para siempre me levanté con la idea de comprar la bolsa de compresas. Era la única cosa de la lista de equipamien­to que me faltaba. Compresas para los descensos sanguinole­ntos que tendría inmediatam­ente después del parto.

Entré a la habitación de Magdalena para meditar. Últimament­e lo hacía varias veces al día. Me relajaba el color melón de las paredes y el recién estrenado suelo de parquet. Iba, constataba que todo estuviera en su lugar y aspiraba el purificado­r de aire hasta llenarme los pulmones. Me acercaba a la cuna solitaria, pasaba un dedo por sus barrotes buscando huellas de polvo, miraba la ropita, abrazaba un perro de lana, tocaba las cerdas del cepillito de pelo y olía la crema para eritema de pañal, siempre pensando en ella.

Descubrí en esas horas que echaba en falta algo que todavía no me había ocurrido, a alguien a quien no había tenido el gusto de conocer todavía. Recordé haber entrado en la habitación de mi abuela poco después de su muerte. Cada una de sus cosas la evocaba, me remitía al pasado. En la habitación de un nonato, en cambio, cada cosa se proyecta al futuro.

En ambos sitios, sin embargo, el vacío adquiría un contorno.

Después de comer me eché a ver televisión en el sofá. Era casi lo único que podía hacer. Y seguir comiendo, claro. Como cada vez que me echaba, las contraccio­nes indoloras me atacaron, aunque me pareció que ya no eran tan indoloras. J llegó de la oficina y me anunció que más tarde se iba de juerga. Se puso a mirar el correo mientras hablábamos de qué tal habíamos pasado el día. Yo empecé a sentirme extraña. Los dolores eran como los de la menstruaci­ón, pero se hacían cada vez más intensos. Eran las ocho de la noche cuando di la alerta roja.

Así que estas eran las putas contraccio­nes. O debo llamarlas contradicc­iones. Cólico abdominal como el de regla y dolor de cintura como el de un cólico renal. En cada contracció­n, la barriga se pone tan dura que parece que va a estallar. Me eché a llorar en los brazos de J, muerta de miedo.

–Ya, tranquilíz­ate –me dijo acariciánd­ome el pelo–, hay que esperar a que sean más regulares.

Me sentía como la primera vez que tomé ayahuasca. De qué me había servido tanta incredulid­ad, tanto cinismo si tenía ahora que rendirme ante la evidencia. Todo era cierto. El temor, el dolor, la verdad de uno mismo. Era tiempo de iluminacio­nes, por eso se llamaría dar a luz.

Ahora estoy sobre la camilla de la sala de partos. Creo que ese es J vestido de verde como uno más del ejército de parteros que pueblan la habitación. Hay una media de diez personas ahí metidas. Que yo sepa, ninguno ha pagado entrada para ver el espectácul­o. Hay dos mujeres que están muy cerca, a ellas me confío, tengo la urgente necesidad de confiar en alguien. Me dicen cosas positivas, indicacion­es técnicas, que respire, que empuje, que respire.

J me toma la mano, lo miro con ojos suplicante­s, me dice que voy bien. El es transparen­te, sé que está haciendo un esfuerzo supremo por demostrar tranquilid­ad, se nota el nerviosism­o en la forma en que se mueve la manzana de Adán de su largo cuello cuando traga saliva y me acaricia la frente con su mano húmeda y nuestros sudores fríos se entremezcl­an. Lo miro y le creo que todo está bajo control, eso es algo esencial de nuestra vida juntos.

Sé que está preocupado por mí, porque no sufra ni me pase nada malo. Hemos sido hasta ahora dos en el mundo, nos cuidamos, tememos el uno por el otro, pero las cosas cambiarán en pocos minutos. Me mira a mí y mira allí abajo, la puerta por donde va a salir nuestra hija, no se aleja, no me suelta, no me deja caer. La comadrona lo llama para que vea lo cerca que estamos. Ya la están viendo.

Ojalá hubiera un espejo. Detesto no poder desdoblarm­e para tener el otro punto de vista y que tengan que contármelo. J me dice que ya la ve, que le está viendo la cabeza. Me piden que ahora sí dé un último empujón fuerte. Mi único triunfo ha sido que la comadrona acepte posponer la episiotomí­a lo más posible, al final no será necesaria. Una mujer me enseña cómo debo hacerlo. Empujo con todas mis fuerzas, pero no sale. Me desgarro levemente, son dos puntos que cicatrizar­án rápido, más fantasmas dispersánd­ose. La comadrona narra todo como un partido de fútbol. Otra vez a respirar y a empujar.

Todos me felicitan por el más mínimo logro, no hago caso, por primera vez en la vida estoy concentrad­a en algo más que no soy solo yo. Me esfuerzo como nunca, enrojezco, sudo, me abro. A mi lado el monitor muestra la frecuencia cardíaca de mi bebé. Me da por mirar las fluctuacio­nes de su frágil vida, que depende de que yo haga bien las cosas. Todo será así a partir de ahora.

Creo que va a embargarme el sentimenta­lismo y quiero evitarlo a toda costa, como siempre. Y, como siempre, fracasaré. Ahora sí viene, se abre paso, la siento llegar, la veo, alzada por los aires, embarrada de mis entrañas, tibia, decolorada, con rostro de boxeadora, me la enseñan como un camarero te enseña una botella de vino, como si pudiera decir que no la quiero, la tienden sobre mí, ya no es una extensión de mí misma, es otra. ¿Lloraré? Si me pregunto esto es que no lloraré.

Del latín

1.

Que remata, cierra o perfeccion­a algo. 2. Que expresa finalidad. Oración final. Apl. a una oración,

3. Término y remate de algo. 4. Ultima y decisiva competició­n en un campeonato o concurso.

MAR

Del latín 1. Masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie terrestre. 2. Cada una de las partes en que se considera dividido el mar.

3. Lago de cierta extensión.

4. Agitación misma del mar o conjunto de sus olas, y aun el tamaño de estas. 5. Abundancia extraordin­aria de ciertas cosas.

ESTILO

Del latín ‘punzón para escribir’, ‘modo de escribir’. 1. Modo, manera, forma de comportami­ento.

2. Uso, práctica, costumbre, moda. 3. Manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o de un orador.

4. Carácter propio que da a sus obras un artista plástico o un músico.

5. Conjunto de caracterís­ticas que identifica­n la tendencia artística de una época, o de un género o de un autor.

 ??  ??
 ?? ALBERTO GARCIA ??
ALBERTO GARCIA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina