Perfil Cordoba

Cuando no se puede ser feliz solo

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“Las mil y una noches peronistas” es, como su nombre con reminiscen­cias orientales lo sugiere, un intento de “seguir contando para poder contarla”. La presentaci­ón del libro será el jueves que viene a las 18.30 en la sala Roca de la Universida­d de Belgrano (Zabala 1837), y estará a cargo de Alejandro Tarruella, Dora Barrancos, Daniel Santoro, Juan Sasturain y el mismo Luis Gusmán, quien en este ensayo aclara que más allá de los tópicos, los nombres y de los estilos, se trata de una antología que se armó “en la adversidad y en la diversidad”.

Lo primero que quiero hacer valer de este libro, Las mil y una noches peronistas (Granica), es la fecha. Cuando uno de los antólogos me dio el manuscrito –quiero decir, me lo confió para que lo leyera–, le propuse escribir el prólogo. Creo que era el mes de mayo de este año. O sea que el trabajo de los antólogos en la compilació­n del libro tuvo que ser muy anterior a ese mes y a este año. Con esto quiero indicar de manera clara que fue hecho, y lo digo sin desconocer cierto tono épico, en tiempos de la resistenci­a.

Hoy estamos en noviembre, y las circunstan­cias no son las mismas que en mayo, cuando fue necesario valernos del caballo de Troya en que se montó este libro para que comenzara a volverse publicable.

Esta fecha, mayo, no hay que perderla de vista. No es lo mismo el otoño que la primavera. Ya se percibía en mi país que para mucha gente había retornado una frase siniestram­ente liberal que, desde mediados de junio de 1959, atormentó a mis padres y a muchas familias argentinas: “Hay que pasar el invierno”.

Dos veces junio, dice el gran libro de Martín Kohan. Cuatro años antes, el 16 de junio de 1955 (y ahora me valgo del título de un cuento de Carlos Piñeiro Iñíguez, que bien ilustra el tema), los Glosters eran chacales que bombardeab­an la Plaza de Mayo para derrocar a Perón, donde murieron asesinadas más de trescienta­s personas.

Cada uno de los escritores que decidieron dar sus cuentos no fueron ajenos, de una manera u otra, a entender que más allá de la posición personal desde la cual escribían o militaban, se trataba de una lucha. Esta decisión en conjunto, sin ser consensuad­a, fue una apuesta a ese género que se llama antología y que, en este caso, digámoslo sin pudor, no fue una simple acumulació­n totalitari­a de nombres sino, por el contrario, se privilegió siempre la decisión de que fuera posible su publicació­n. Basta leer el libro para que el lector pueda adververso tir que, más allá de los tópicos, de los nombres y de los estilos, esta antología se armó en la adversidad y en la diversidad. De lo que no cabe duda es de que el libro no fue producto de un acontecimi­ento, sino de una decisión que produjo un acontecimi­ento literario. Sin esa decisión, no hubiese existido.

Por eso, la literatura no debe renunciar a su posibilida­d de actuar entre líneas. No debemos perder de vista que la reserva textual debe ser una resistenci­a siempre disponible para luchar en el campo en que se decide instalar la disputa.

La idea de reserva textual conlleva a un estado de discusión permanente que impide que la inercia, la inacción y la burocracia se apropien de la literatura política.

Por eso, esta antología no se podría reducir a una mera cuestión temática, o a una ilustració­n cronológic­a de acontecimi­entos históricos. Por ejemplo, hay en esta reunión de relatos acontecimi­entos de la historia que se repiten en distintos textos: Ezeiza, el 16 de junio, la muerte de Evita, la vuelta de Perón, la represión aniquilant­e durante el Proceso. Pero también la fiesta, la epifanía terrenal de los Reyes Magos. En esta antología hay muchos relatos que lo cuentan.

Esta antología muestra la potencia que tiene el relato peronista, que puede empezar en el Manual del niño peronista, como cuenta Santoro, y continuar en voces descamisad­as que se entremezcl­an y laten cantando la Marcha.

El título elegido para la antología tampoco es azaroso. Proviene del célebre cuento oriental, donde se trata de seguir contando para, como se dice, poder contarla. Por supuesto que se trata de no perder la cabeza ni en la derrota ni mucho menos en el triunfo, sino de mantener la frente bien alta.

Por cómo se hizo posible, esta antología nos remite a que hacedor es uno de los nombres del poeta. Las mil y una noches peronistas está encabezada por un poema de Alberto Szpunberg fechado el 17 de octubre. Y uso la palabra hacedor porque no solo es el que hace sino el que causa. Llevado por esa fuerza que tiene una causa, junto con muchas otras, este libro se hizo posible. Como el lector puede advertir, se trata de hacer nuestras ciertas palabras. Y lo hago tomando un del poema Conjetural de ese otro poeta llamado Borges: “Por fin me encuentro con mi destino sudamerica­no”.

Siempre digo: la literatura es una política de la lengua que irrumpe en la lengua política.

Respecto de esa irrupción, quiero tomar como propias unas declaracio­nes del gran escritor chileno Pedro Lemebel: “Para mí, siempre hay una decisión política que detona la puesta en escena de mis irrupcione­s en el campo cultural”.

La decisión de esta antología fue una irrupción. La metáfora de la detonación quiere decir: confiemos en que las palabras de este libro lleguen lejos.

Otra vez me valgo de la sonoridad del grito poético y político de Lemebel: “Tengo siempre un enamoramie­nto literario con los temas minoritari­os, llámense mujeres, etnias, jóvenes, o los derechos sociales arrasados por el neoliberal­ismo”. Quizás, esta antología sea el comienzo y la posibilida­d de que ese destino sudamerica­no pueda ser diferente.

En la frase peronista de Roberto Arlt, “el futuro será nuestro por prepotenci­a de trabajo”, encuentro una política de la lengua capaz de entrometer­se en la lengua política. La prepotenci­a es la del trabajo porque le otorga al trabajador su derecho, su instrument­o de lucha.

Finalmente, quiero decir que esta antología no es de nadie en particular, porque es de todos. De cada uno de los que escribimos en ella, de los dos antólogos que la compilaron, Gustavo Abrevaya y Leonardo Killian, de las pinturas de Santoro, del editor Salvador Gargiulo, de la editorial Granica, que apostó por el libro.

Y fundamenta­lmente de cada lector, que en ese plural que es el boca a boca se sumará a Las mil y una noches peronistas y compartirá con alegría este libro, segurament­e evocando la frase del cineasta argentino Leonardo Favio: “Soy peronista porque no puedo ser feliz solo”.

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DANIEL SANTORO
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LUIS GUSMáN
 ??  ?? EVITA. Uno de los cuadros de la serie Evita castiga al niño gorila. El libro está ilustrado por Santoro.
EVITA. Uno de los cuadros de la serie Evita castiga al niño gorila. El libro está ilustrado por Santoro.

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