Perfil Cordoba

La mujer en el género

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Es de rigor mencionar, entre los padres del género negro, a Chandler, Hammett, Mac Donald, Cain, Thompson, Goodis, Himes, Mc Coy, Williams. Pero no hay madres, con la honrosa excepción de Patricia Highsmith. La ausencia de mujeres es un clásico. En nuestra literatura, solo una, María Angélica Bosco, publicó en el Séptimo Círculo. La autora de La muerte baja en el ascensor ya en 1950 no tuvo necesidad de trasladars­e a París o a Los Angeles para anclar la trama. Las cosas pasaban acá, en la Avenida Santa Fe o en Devoto. Los estereotip­os reinan. En el policial clásico, todas las mujeres son víctimas. Así ocurre con la madre y la hija de la calle Morgue, con Marie Roget y la dama de la carta robada. En el género negro, por el contrario, pasan a ser la causa del crimen cuando no las asesinas propiament­e dichas: en las siete novelas de Chandler las asesinas son mujeres. Por lo general aparecen de a dos: una es la mala y la perversa; la otra, no tanto. Y, para que no queden dudas sobre el rol que cumplen en la trama, son las que conducen a los hombres a la perdición. Un podio no muy deseable, por cierto. Hemingway tiene un libro: Hombres sin mujeres. No hay una sola mujer en Moby Dick: el género negro lleva ese imaginario hasta el límite.

Hoy las cosas están cambiando, hay muchas escritoras que incursiona­n en el policial y aparecen discursos nuevos. Los reclamos de géneros llegaron a la literatura y no podría ser de otra manera: la escritura de la mujer opera en los bordes, cruzada con otros registros. Me parece que de lo único que hablan las novelas negras, el único enigma que proponen, es el de las relaciones capitalist­as. Agrego: patriarcal­es y machistas. En ese sentido, deben ser leídas como síntomas. Pese a que el feminismo avanzó en cuanto a políticas de Estado, no parece haber sido tan eficaz respecto a lo que se está jugando en la subjetivid­ad: el hombre hace adentro de la casa lo que el sistema le hace afuera. Tenemos leyes que nos protegen, pero nunca estuvimos tan desprotegi­das. Como bien lo señala Rita Segato, hay una mirada rapiñadora del poder. Rape, en inglés, es violación. Nunca el lenguaje dijo tanto.

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MARíA INéS KRIMER *

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