Por un mundo más solidario
Un autor que no se encuentra en el círculo rojo de las relaciones internacionales, pero que su aporte sería de gran utilidad para incorporar razonamientos laterales y nuevas lógicas interpretativas, es Edgar Morin. Este pensador francés se ocupa en su extensa obra de una variedad de asuntos que parecieran enciclopédicos pero que tienen en común un humanismo de las particularidades: ver al hombre en su compleja interdependencia con los sistemas que lo rodean sin quitarle su singularidad.
En su libro Por una reforma del pensamiento propone un diálogo entre las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades. Pero su principal contribución a la comprensión de las relaciones internacionales es su planteamiento de integrar cognitivamente las partes a la totalidad, el orden con el desorden y la autonomía con la dependencia. Esto solo es posible bajo un nuevo paradigma de la complejidad que tenga como sustrato epistemológico la transdisciplinariedad.
La interdependencia compleja tan ponderada ha sido superada por la propia contradicción del sistema que intentaba justificar: 1) este paradigma fue creado para sostener un orden neoliberal que se resquebraja; 2) la interdependencia era más dependencia sistémica que interconectividad simétrica de los países; 3) “lo complejo” era la descripción de una funcionalidad de sus propios postulados limitados.
En otro de sus textos –El paradigma de la complejidad– aparecen conceptos que se trasladan al estudio de lo internacional y nos permiten ingresar al objeto de estudio por medio de esquemas alternativos y con mayor grado de reflexividad.
Las relaciones internacionales como ciencia han recortado su objeto de estudio, pero la realidad de hoy las obliga a un diálogo con otras disciplinas de manera definitiva. Y esto es así porque el pensamiento único basado en la simplicidad y la linealidad newtoniana del conocimiento se agota para dar lugar al paradigma de la complejidad cuántica.
La simplicidad y el orden se ven refutados por el desorden termodinámico. El nuevo principio es el “holográmico”: la parte está en el todo y el todo está en la parte. La no comprensión de este principio –que el taoísmo chino ha afirmado durante miles de años– nos lleva a la negación de las contradicciones que explican la normalidad.
La concepción tripartita orden/desorden/organización se aplica a la física y la biología y se traslada al hombre y a la sociedad a través de un paradigma multidimensional.
En el primer caso (lo físico y lo biológico), el campo material está desordenado y es ordenado por la vida: el ser vivo que transforma la materia en movimiento. La evolución de la molécula a ser vivo ordena el caos inicial que se remonta al origen del universo. La vida absorbe el desorden y lo sistematiza para armonizarlo.
En el segundo caso (el hombre y la sociedad), el desorden entrópico social e internacional solo se lo ordena con una organización. La comunidad organizada en torno a un Estado que busca la equidad encuentra la manera de evitar que la lógica “invisible” del mercado lo devore todo.
En el plano mundial, las organizaciones internacionales de cooperación reformuladas evitarían el desorden planetario y su mal extremo teorizado durante años que fue la guerra. Pero ahora se colocan en el centro de la agenda las limitaciones ambientales a un modelo de producción que necesitaría de varios planetas para continuar con su lógica de desmantelamiento.
Solo el hombre organizado puede vencer al tiempo en su dimensión societal-estatal y mundial-organizacional, que de otra manera estructuraría un desequilibrio permanente de carácter darwinista. El mismo Morin nos propone: “Si tenemos sentido de la complejidad, tenemos sentido de la solidaridad”.
Antonio Gramsci nunca publicó un libro en vida. Pero su obra se ha vuelto inmortal. El fundador del Partido Comunista italiano se convirtió en un clásico de la teoría política con ensayos fundamentales como Cuadernos de la cárcel, Notas sobre Maquiavello y Escritos políticos. Pero hay un libro de Gramsci no tan conocido y que ha sido indispensable para analizar el poder que ostenta la Iglesia católica.
En Las maniobras del Vaticano el autor italiano alertó a principios del siglo pasado sobre el fenómeno de masas que controla el Papa, la relación que se manifiesta entre el Estado italiano y la Santa Sede y el protagonismo político que asume la Iglesia. “Los gobiernos hacen concesiones a las corrientes liberales a expensas de la Iglesia y sus privilegios y esto crea la necesidad de un partido de la Iglesia”, sintetizó Gramsci.
El partido de la Iglesia se ha convertido esta semana en el centro de las oraciones del Gobierno. Es que Francisco fue la carta de presentación que Alberto Fernández utilizó en la primera conversación que mantuvo con Joe Biden. “Quiero trabajar junto a usted para ordenar a América Latina y creo que con el Papa como socio, definitivamente, nos va a ir muy bien”, aseguró Alberto.
Biden es el primer presidente católico estadounidense desde el asesinato de John Kennedy, siente una profunda admiración por Jorge Bergoglio