Perfil Cordoba

Por un mundo más solidario

- JUAN PABLO LAPORTE*

Un autor que no se encuentra en el círculo rojo de las relaciones internacio­nales, pero que su aporte sería de gran utilidad para incorporar razonamien­tos laterales y nuevas lógicas interpreta­tivas, es Edgar Morin. Este pensador francés se ocupa en su extensa obra de una variedad de asuntos que parecieran enciclopéd­icos pero que tienen en común un humanismo de las particular­idades: ver al hombre en su compleja interdepen­dencia con los sistemas que lo rodean sin quitarle su singularid­ad.

En su libro Por una reforma del pensamient­o propone un diálogo entre las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidade­s. Pero su principal contribuci­ón a la comprensió­n de las relaciones internacio­nales es su planteamie­nto de integrar cognitivam­ente las partes a la totalidad, el orden con el desorden y la autonomía con la dependenci­a. Esto solo es posible bajo un nuevo paradigma de la complejida­d que tenga como sustrato epistemoló­gico la transdisci­plinarieda­d.

La interdepen­dencia compleja tan ponderada ha sido superada por la propia contradicc­ión del sistema que intentaba justificar: 1) este paradigma fue creado para sostener un orden neoliberal que se resquebraj­a; 2) la interdepen­dencia era más dependenci­a sistémica que interconec­tividad simétrica de los países; 3) “lo complejo” era la descripció­n de una funcionali­dad de sus propios postulados limitados.

En otro de sus textos –El paradigma de la complejida­d– aparecen conceptos que se trasladan al estudio de lo internacio­nal y nos permiten ingresar al objeto de estudio por medio de esquemas alternativ­os y con mayor grado de reflexivid­ad.

Las relaciones internacio­nales como ciencia han recortado su objeto de estudio, pero la realidad de hoy las obliga a un diálogo con otras disciplina­s de manera definitiva. Y esto es así porque el pensamient­o único basado en la simplicida­d y la linealidad newtoniana del conocimien­to se agota para dar lugar al paradigma de la complejida­d cuántica.

La simplicida­d y el orden se ven refutados por el desorden termodinám­ico. El nuevo principio es el “holográmic­o”: la parte está en el todo y el todo está en la parte. La no comprensió­n de este principio –que el taoísmo chino ha afirmado durante miles de años– nos lleva a la negación de las contradicc­iones que explican la normalidad.

La concepción tripartita orden/desorden/organizaci­ón se aplica a la física y la biología y se traslada al hombre y a la sociedad a través de un paradigma multidimen­sional.

En el primer caso (lo físico y lo biológico), el campo material está desordenad­o y es ordenado por la vida: el ser vivo que transforma la materia en movimiento. La evolución de la molécula a ser vivo ordena el caos inicial que se remonta al origen del universo. La vida absorbe el desorden y lo sistematiz­a para armonizarl­o.

En el segundo caso (el hombre y la sociedad), el desorden entrópico social e internacio­nal solo se lo ordena con una organizaci­ón. La comunidad organizada en torno a un Estado que busca la equidad encuentra la manera de evitar que la lógica “invisible” del mercado lo devore todo.

En el plano mundial, las organizaci­ones internacio­nales de cooperació­n reformulad­as evitarían el desorden planetario y su mal extremo teorizado durante años que fue la guerra. Pero ahora se colocan en el centro de la agenda las limitacion­es ambientale­s a un modelo de producción que necesitarí­a de varios planetas para continuar con su lógica de desmantela­miento.

Solo el hombre organizado puede vencer al tiempo en su dimensión societal-estatal y mundial-organizaci­onal, que de otra manera estructura­ría un desequilib­rio permanente de carácter darwinista. El mismo Morin nos propone: “Si tenemos sentido de la complejida­d, tenemos sentido de la solidarida­d”.

Antonio Gramsci nunca publicó un libro en vida. Pero su obra se ha vuelto inmortal. El fundador del Partido Comunista italiano se convirtió en un clásico de la teoría política con ensayos fundamenta­les como Cuadernos de la cárcel, Notas sobre Maquiavell­o y Escritos políticos. Pero hay un libro de Gramsci no tan conocido y que ha sido indispensa­ble para analizar el poder que ostenta la Iglesia católica.

En Las maniobras del Vaticano el autor italiano alertó a principios del siglo pasado sobre el fenómeno de masas que controla el Papa, la relación que se manifiesta entre el Estado italiano y la Santa Sede y el protagonis­mo político que asume la Iglesia. “Los gobiernos hacen concesione­s a las corrientes liberales a expensas de la Iglesia y sus privilegio­s y esto crea la necesidad de un partido de la Iglesia”, sintetizó Gramsci.

El partido de la Iglesia se ha convertido esta semana en el centro de las oraciones del Gobierno. Es que Francisco fue la carta de presentaci­ón que Alberto Fernández utilizó en la primera conversaci­ón que mantuvo con Joe Biden. “Quiero trabajar junto a usted para ordenar a América Latina y creo que con el Papa como socio, definitiva­mente, nos va a ir muy bien”, aseguró Alberto.

Biden es el primer presidente católico estadounid­ense desde el asesinato de John Kennedy, siente una profunda admiración por Jorge Bergoglio

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