En tiempos de profunda depresión, supo agitar las conciencias de creyentes y no creyentes
y que se opone a las posiciones de Francisco en temas como las migraciones y la homosexualidad. Ahora bien, fue justamente en este plan que el Papa protagonizó un segundo acto histórico. Reconociendo que “los homosexuales tienen derecho a formar una familia”, que “son hijos de Dios” y deben poder unirse a través del derecho civil, Francisco revolucionó la Iglesia Católica. Sus palabras de inclusión, de tolerancia y de fraternidad contrastan con todo lo que sigue gobernando los noticieros y van a mejorar la vida de miles de personas perseguidas en todo el mundo.
Por ende, el Papa compartió una profunda reflexión ecuménica sobre la “amistad social”.
Uno de los puntos de partida de la encíclica Fratelli tutti preconiza: “No puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones”.
Este tejido se construye a través de la educación, uno de los principales protagonistas de la encíclica y la llave maestra de los problemas, cada vez más graves y globales, derivados de la desigualdad, la pobreza y la miseria.
La educación sirve “para dar calidad a las relaciones humanas” y permite “que cada ser humano pueda ser artífice de su destino”. Es una fuente insustituible de comunión, así como de libertad.
En defensa de los más débiles, Francisco exige un “Estado activo” para que la educación llegue también a “una persona con discapacidad, a alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, a alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades”.
Los beneficios serán colectivos, toda vez que “si esto no sucede se difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales”.