Clarice cronista
Las primeras novelas de Lispector se publican en la década del 40, cuando la industrialización y el maquinismo comienzan a instalarse firmemente como baluartes de progreso, como promesas de salvación en un Brasil, y una Latinoamérica, empobrecidos, pero con expectativas de cambio. En ese contexto, aparece una escritura que delinea reflexiones, pensamientos, ideas, conceptos que se conectan más con el ser que con el hacer. Esas palabras, que fluyen en un continuo reflexivo, problematizan las nociones de ser vivo, de ser humano. La escritura poco resolutiva de la escritora que se filtra en libros, periódicos y revistas se gesta, precisamente, como contrapunto a esos ímpetus que instalan la industria y los criterios economicistas como soluciones al subdesarrollo brasileño y latinoamericano. Esa es una de las razones que hacen a Lispector una escritora necesaria, cuyas palabras resuenan fuertemente en el comienzo de este siglo XXI que, como plantea Adriana Valdés, demanda urgentemente una “redefinición de lo humano”.
Aun cuando cultiva el género de la crónica, la autora-narradora aparece más interesada en el ser que en el hacer, en las sensaciones, las emociones, los afectos, modos de ser y estar en el mundo, más que en lo que podríamos llamar de acontecimiento:
Así, si bien este volumen vuelve a las crónicas, las mira desde otros lugares, mientras expande la mirada más
que se enfocó siempre en la ficción clariceana y, muy de vez en cuando, en las crónicas de los sábados para el Expandir la mirada significa entonces no solo incorporar nuevas perspectivas para pensar algunos de los textos conocidos de la escritora, sino también aportar lecturas de otros corpus menos explorados como son la narrativa infantil, su epistolario, sus pinturas y sus traducciones. que tienen un ojo en la palabra escrita y otro ojo en la vida real. Clarice no bromea. Es nómada. Va y viene en un lenguaje cuidadoso, misterioso, profundo, tan aterrador como sencillo”.
En la Argentina, Lispector es una de las autoras extranjeras más amadas por lectores, críticos y nuevas generaciones de escritores. “Leer a Clarice Lispector es como observar siluetas bajo el agua en ese instante breve en el que se aguanta la respiración –grafica la narradora Valentina Vidal–. Es la experiencia de los sentidos, porque ella escribe con el cuerpo arremolinado en la incertidumbre. Cada párrafo arroja la luz de una prosa que no se ajusta a la forma y que reinventa con un lenguaje de sensualidad inherente. Es un reto dulce a las formas de la narración. En
su escritura empieza con una coma y una minúscula. Se ofrece. Trata la palabra con belleza y abre un recorrido donde lo absoluto no es una opción, no sin cierta melancolía de la pérdida”. Para la autora de
las búsquedas de Lispector nutren y estimulan, “porque nunca se cansó de profundizar en sus emociones como combustible necesario para su despliegue y leerla, de alguna manera, otorga valentía para fluir, demuestra que asumir riesgos trae consigo transparencia y honestidad”.
Si bien disfrutó de la fama en los últimos años, evitaba mitificarse. “Soy una mujer que sufre, como todas las personas del mundo, los mismos dolores y las mismas ansiedades –declaró–. Nunca pretendí asumir una actitud de superintelectual. Nunca pretendí asumir actitud ninguna. Llevo una vida cualquiera. Crío a mis hijos y cuido de mi casa. Me gusta ver a mis amigos, el resto es mito”. Es otra de las razones por las que queremos tanto a Clarice Lispector.