Perfil Cordoba

Argentina, ejemplo mundial

- CARLOS GABETTA*

En estos tiempos, para cualquier individuo alfabeto, lector e informado, o sea para millones en el planeta, el transcurri­r de la “tercera edad” (avanzada en el que suscribe; todo hay que decirlo) no puede ser más deprimente.

Tranquilos, lectores; no voy a perorar aquí sobre los problemas de la vejez, sino sobre los del mundo y los seres que lo habitan. Y digo los “seres” y no los “seres humanos” porque, por primera vez en la historia, la transforma­ción del medio ambiente y la extinción de los demás seres que está provocando el ser humano conducen a la extinción de la humanidad.

Tampoco me extenderé aquí sobre el cambio climático. Es solo que hoy resulta imposible separar las cosas; analizar un asunto sin considerar la forma en que lo afectan todos los demás asuntos. Ocurre que en todo el mundo, con las variantes del caso pero en la misma dirección, se evidencia un aumento exponencia­l del desempleo, las desigualda­des y la concentrac­ión de la riqueza; de la pobreza extrema y el hambre; de la violencia política y social; del narcotráfi­co y la delincuenc­ia organizada; de las guerras; de la corrupción política, empresaria­l y sindical; de los flujos migratorio­s y el racismo, la misoginia, la xenofobia y la extrema derecha; del deterioro de las democracia­s republican­as y el avance y la afirmación de dictaduras capitalist­as; de populismos de derecha y populismos ídem con barbijo “de izquierda”.

No es preciso detenerse aquí en esos temas, ya que desbordan las páginas y el espacio-tiempo de cualquier medio de comunicaci­ón, incluyendo ahora internet y las redes sociales, ese prodigioso avance tecnológic­o que nos permite enterarnos de todo al instante pero que, al menos por ahora y para la mayoría, su estructura y funcionami­ento hacen que de todo lo que allí se puede conocer, cada vez se entienda menos. La explosión comunicaci­onal genera confusión cultural, social y política. Se mundializa­n viejas propuestas delirantes, como los “tierra plana”; por no hablar del nuevo nazi-fascismo, al estilo de los “supremacis­tas blancos” y tantos otros, que encontraro­n en las redes su campo orégano: ese saberlo todo y no entender nada que hace que millones adhieran a cualquier desatino.

Si para tratar de entender hacia dónde va la humanidad, o al menos los desafíos y peligros que enfrenta, metemos todos estos asuntos en un mismo saco reflexivo, es imposible no detenerse en el factor que llevó las cosas a su estado actual: justamente, el ser humano. Y aquí, como argentino, no puedo menos que echar mano de nuestro propio, radiante ejemplo.

O sea un país, un lugar en el mundo, que tiene todo lo mejor que la naturaleza ofrece. Una sociedad que llegó a desarrolla­rse económica, política, social, educaciona­l y culturalme­nte a la altura de las mejores. Pero que no logró dejar atrás o poner límite a sus taras y, tras una decadencia de décadas en todos esos rubros, hoy vive gobernada por corruptos e incapaces o por dictadores, con algunas raras excepcione­s que fueron rápidament­e desplazada­s por dictadores o por incapaces y corruptos con mayoría electoral. Producimos alimentos para medio mundo y un tercio del país pasa hambre.

En fin, que fuimos un ejemplo para el mundo cuando este iba hacia adelante y ahora, que va hacia atrás, también lo somos. En plena crisis y confusión planetaria, nuestra “grieta”, ese inmenso abismo que aun viviendo en un paraíso nos impide dialogar, formular un diagnóstic­o y un plan de conjunto, es el mejor espejo de lo que ocurre en todas partes.

Me disculpo: la informació­n, la edad y la cuarentena de pandemia me han tornado pesimista. No señalo aquí cosas positivas que existen y también crecen, como la emancipaci­ón femenina, el pacifismo, las propuestas de igualdad y otras. Quedan para otro día, cuando recupere el “optimismo de la voluntad” gramsciano.

 ?? JUAN OBREGóN ?? SUFRIMIENT­O. Convivimos con un aumento exponencia­l del desempleo y las desigualda­des.
JUAN OBREGóN SUFRIMIENT­O. Convivimos con un aumento exponencia­l del desempleo y las desigualda­des.

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