Por una democracia deliberativa internacional
Frente a la disolución de los sistemas de pensamiento, tanto de las dimensiones internas de los Estados democráticos como del sistema internacional, un autor poco estudiado en el sur global puede aportarnos algo. Jürgen Habermas, nacido en Düsseldorf el 18 de junio de 1929, reflexiona sobre lo que podríamos denominar una “filosofía de las relaciones internacionales”: cómo entender al hombre en la interrelación compleja de sus tres dimensiones de individuación subjetiva, colectivización sociológica e internacionalización planetaria.
La pregunta con pretensiones sociofilosóficas sería: ¿Qué fundamentos podemos argumentar en el plano internacional que sustenten la constitución de un orden internacional más equitativo?
Este intelectual disruptivo de la llamada Escuela de Frankfurt logró superar la visión lineal de la interpretación marxista de la historia –presente en autores de la talla de Adorno, Horkheimer y Marcuse– y se permitió reconstruir el “inacabado proyecto de la modernidad”: el desarrollo máximo de la autoconciencia de la libertad dirigido a la emancipación social, sobre el que su autor más influyente –Hegel– había reflexionado.
Para este fin, era necesario sostenerse en los postulados de la teoría crítica y evolucionar hacia un
que comprenda al hombre racional, a la democracia deliberativa y a una paz mundial construida sobre el funcionamiento de las Naciones Unidas.
El ideal del hombre racional tiene el legado del llamado “giro lingüístico” –bajo la influencia de Apel, Cassiner, Pierce, Saussure, Searle, Wittgenstein, entre otros–, en el que el lenguaje abandona la neutralidad instrumental y se transforma en un vehículo social de expresión reflexiva.
Y es el desarrollo teórico de la “acción comunicativa” el que une esta dimensión autorreflexiva alejada de todo dogmatismo fundamentalista y la conecta con el espacio público como socialización colectiva: la razón del hombre individual se torna racional a través del corpus institucional de los sistemas políticos.
Esto deriva en una democracia deliberativa que se sustenta en la posibilidad procedimental del traslado de los intereses “del mundo de la vida” –espacio social no sujeto a la lógica del poder y el dinero– al sistema político con posibilidades de ser tratados argumentativamente. La aceptación de los resultados de este mecanismo decisional genera las bases de un estado de derecho democrático y republicano que se sostiene en un “patriotismo constitucional”.
En el plano internacional, Habermas intenta plasmar en una praxis deliberativa el ideario kantiano de una paz perpetua sobre un derecho cosmopolita que asegure el cumplimiento universal de los derechos humanos y la justicia.
Para esta tarea, proponemos una reformulación de las Naciones Unidas bajos los fundamentos de una
un sistema de votación sobre un procedimiento decisional con “pretensiones universales de validez”. Esto es, que las decisiones normadas en resoluciones sean el resultado de una discusión en condiciones simétricas de enunciación y bajo un proceso de argumentación participativo.
Y ¿para qué sirven estás reflexiones de un filósofo social en plena era del pragmatismo positivista? El propio autor entiende que para saldar “las cuatro grandes cargas moral-políticas que pesan sobre nuestra propia existencia”: el hambre y la miseria del Tercer Mundo; la tortura y la continuada violación de la dignidad humana; el creciente desempleo y el dispar reparto de la riqueza social y el riesgo de la autodestrucción que significa la carrera armamentística para la vida de este planeta (Habermas, 1991).
Esta filosofía de las relaciones internacionales nos permitirá continuar poniendo en tensión aquellos supuestos gnoseológicos y pragmáticos de un mundo que no encuentra su horizonte de realización.
En los años 70, cuando volví a mi Bucarest natal, de visita, después de veinte años de ausencia, estaba gobernando el matrimonio Ceausescu. Fueron muy pocos los días que aguanté la atmósfera que se vivía allí. Entre las mil desgracias que me contaban, una me quedó grabada: decían que cuando un viejo llamaba una urgencia médica, la ambulancia no llegaba nunca…
Vinculo hoy esa despiadada realidad con los difundidos dichos de Christine Lagarde, ex directora del Fondo Monetario Internacional: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global”. Esas palabras fueron desmentidas después, pero esto sí lo expresó el FMI en su informe del 2012: “Las implicancias financieras de que la gente viva más de lo esperado son muy grandes”.
Con lo cual Ceausescu fue un precursor. Y también lo fue en 1969 Bioy Casares con su novela “fantástica”
La idea del libro giraba alrededor de la matanza de viejos por parte de pandillas de jóvenes.
Estas reflexiones me surgieron al comenzar esta extraña peste del covid-19, y sobre todo al saber que las grandes potencias, la tecnología de la información, las industrias farmacéuticas y sus laboratorios no son ajenos a la preocupación por la superpoblación actual.
En el siglo XX la humanidad se cuadriplicó con respecto al siglo anterior. O sea: hay demasiada gente en el mundo (7.700 millones). Y, por supuesto, demasiados ancianos.
La ciencia y la tecnología son algo prodigioso. Solo depende de cómo se usen. Hoy existen la manipulación genética, nuevas y diversas propuestas de organización social y familiar, y pareciera que “los adultos mayores” ya no tienen lugar en este mundo. Los avances de la robótica también facilitan prescindir del ser humano. Lo estamos viendo: desde una aspiradora de hogar hasta robots para usos militares, médicos, hasta esos autómatas “humanoides”