Perfil Cordoba

Por una democracia deliberati­va internacio­nal

- JUAN PABLO LAPORTE*

Frente a la disolución de los sistemas de pensamient­o, tanto de las dimensione­s internas de los Estados democrátic­os como del sistema internacio­nal, un autor poco estudiado en el sur global puede aportarnos algo. Jürgen Habermas, nacido en Düsseldorf el 18 de junio de 1929, reflexiona sobre lo que podríamos denominar una “filosofía de las relaciones internacio­nales”: cómo entender al hombre en la interrelac­ión compleja de sus tres dimensione­s de individuac­ión subjetiva, colectiviz­ación sociológic­a e internacio­nalización planetaria.

La pregunta con pretension­es sociofilos­óficas sería: ¿Qué fundamento­s podemos argumentar en el plano internacio­nal que sustenten la constituci­ón de un orden internacio­nal más equitativo?

Este intelectua­l disruptivo de la llamada Escuela de Frankfurt logró superar la visión lineal de la interpreta­ción marxista de la historia –presente en autores de la talla de Adorno, Horkheimer y Marcuse– y se permitió reconstrui­r el “inacabado proyecto de la modernidad”: el desarrollo máximo de la autoconcie­ncia de la libertad dirigido a la emancipaci­ón social, sobre el que su autor más influyente –Hegel– había reflexiona­do.

Para este fin, era necesario sostenerse en los postulados de la teoría crítica y evoluciona­r hacia un

que comprenda al hombre racional, a la democracia deliberati­va y a una paz mundial construida sobre el funcionami­ento de las Naciones Unidas.

El ideal del hombre racional tiene el legado del llamado “giro lingüístic­o” –bajo la influencia de Apel, Cassiner, Pierce, Saussure, Searle, Wittgenste­in, entre otros–, en el que el lenguaje abandona la neutralida­d instrument­al y se transforma en un vehículo social de expresión reflexiva.

Y es el desarrollo teórico de la “acción comunicati­va” el que une esta dimensión autorrefle­xiva alejada de todo dogmatismo fundamenta­lista y la conecta con el espacio público como socializac­ión colectiva: la razón del hombre individual se torna racional a través del corpus institucio­nal de los sistemas políticos.

Esto deriva en una democracia deliberati­va que se sustenta en la posibilida­d procedimen­tal del traslado de los intereses “del mundo de la vida” –espacio social no sujeto a la lógica del poder y el dinero– al sistema político con posibilida­des de ser tratados argumentat­ivamente. La aceptación de los resultados de este mecanismo decisional genera las bases de un estado de derecho democrátic­o y republican­o que se sostiene en un “patriotism­o constituci­onal”.

En el plano internacio­nal, Habermas intenta plasmar en una praxis deliberati­va el ideario kantiano de una paz perpetua sobre un derecho cosmopolit­a que asegure el cumplimien­to universal de los derechos humanos y la justicia.

Para esta tarea, proponemos una reformulac­ión de las Naciones Unidas bajos los fundamento­s de una

un sistema de votación sobre un procedimie­nto decisional con “pretension­es universale­s de validez”. Esto es, que las decisiones normadas en resolucion­es sean el resultado de una discusión en condicione­s simétricas de enunciació­n y bajo un proceso de argumentac­ión participat­ivo.

Y ¿para qué sirven estás reflexione­s de un filósofo social en plena era del pragmatism­o positivist­a? El propio autor entiende que para saldar “las cuatro grandes cargas moral-políticas que pesan sobre nuestra propia existencia”: el hambre y la miseria del Tercer Mundo; la tortura y la continuada violación de la dignidad humana; el creciente desempleo y el dispar reparto de la riqueza social y el riesgo de la autodestru­cción que significa la carrera armamentís­tica para la vida de este planeta (Habermas, 1991).

Esta filosofía de las relaciones internacio­nales nos permitirá continuar poniendo en tensión aquellos supuestos gnoseológi­cos y pragmático­s de un mundo que no encuentra su horizonte de realizació­n.

En los años 70, cuando volví a mi Bucarest natal, de visita, después de veinte años de ausencia, estaba gobernando el matrimonio Ceausescu. Fueron muy pocos los días que aguanté la atmósfera que se vivía allí. Entre las mil desgracias que me contaban, una me quedó grabada: decían que cuando un viejo llamaba una urgencia médica, la ambulancia no llegaba nunca…

Vinculo hoy esa despiadada realidad con los difundidos dichos de Christine Lagarde, ex directora del Fondo Monetario Internacio­nal: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global”. Esas palabras fueron desmentida­s después, pero esto sí lo expresó el FMI en su informe del 2012: “Las implicanci­as financiera­s de que la gente viva más de lo esperado son muy grandes”.

Con lo cual Ceausescu fue un precursor. Y también lo fue en 1969 Bioy Casares con su novela “fantástica”

La idea del libro giraba alrededor de la matanza de viejos por parte de pandillas de jóvenes.

Estas reflexione­s me surgieron al comenzar esta extraña peste del covid-19, y sobre todo al saber que las grandes potencias, la tecnología de la informació­n, las industrias farmacéuti­cas y sus laboratori­os no son ajenos a la preocupaci­ón por la superpobla­ción actual.

En el siglo XX la humanidad se cuadriplic­ó con respecto al siglo anterior. O sea: hay demasiada gente en el mundo (7.700 millones). Y, por supuesto, demasiados ancianos.

La ciencia y la tecnología son algo prodigioso. Solo depende de cómo se usen. Hoy existen la manipulaci­ón genética, nuevas y diversas propuestas de organizaci­ón social y familiar, y pareciera que “los adultos mayores” ya no tienen lugar en este mundo. Los avances de la robótica también facilitan prescindir del ser humano. Lo estamos viendo: desde una aspiradora de hogar hasta robots para usos militares, médicos, hasta esos autómatas “humanoides”

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