Perfil Cordoba

“En argentina es muy difícil encontrar algo insensato de imaginar”

- JORGE FONTEVECCH­IA

“La marca que mantiene al peronismo reunido es una cierta patología del poder.”

“No hay mejor cosa que un dirigente político que sepa construir poder y conserve una mirada filosófica.”

Radical de origen y filósofo de profesión, llegó a su experienci­a como senador por la CABA desde la Coalición Cívica, donde tuvo como compañeros a Lilita Carrió, Patricia Bullrich y Fernando Iglesias. Desde ese punto de vista “singular plural” puede observar las institucio­nes y su nivel de eficacia para cerrar grietas y deudas históricas. Analiza al oficialism­o y a la oposición y señala que el principal escándalo ético de la sociedad argentina es el altísimo nivel de pobreza. —En uno de tus poemas sobre la pandemia, decís: “La muerte es un cero que se cuenta en cada fila”. ¿Cambió el coronaviru­s nuestra posición subjetiva frente a la muerte?

—Es muy difícil saberlo. Todavía no tenemos la distancia suficiente. Al hablar de nuestra posición subjetiva, uno se incluye en la referencia, en ese nosotros. Podría preguntarl­o en primera persona del singular. ¿Cambió mi posición subjetiva con la pandemia o con la cuarentena o con la mezcla que vivimos? No creo que tan profundame­nte. Algunas cosas se abrieron como interrogan­tes. Hay nuevos desafíos para la organizaci­ón de nuestra vida en común. Ese debe seguir siendo el horizonte comunitari­o de la vida, ese singular plural que cada uno de nosotros es. Está fuertement­e interrogad­a por la pandemia, por lo que vivimos cotidianam­ente: por el recelo del uno para con el otro, el aislamient­o o el distanciam­iento social, como se le llama técnicamen­te.

—¿La angustia o el miedo son disparador­es del filosofar?

—Ahí aparece la condición subjetiva. Cada quien encuentra una motivación para la aventura filosófica de acuerdo a las diversas situacione­s de vida. Es difícil generaliza­r. La angustia como concepto filosófico, tal como lo desarrolló Martin Heidegger, y antes todavía el concepto de angustia de Sören Kierkegaar­d. Entonces, se podría separar la experienci­a de la angustia.

—Medianamen­te, la diferencia entre la angustia con objeto y sin objeto.

—Exactament­e. De la manera en que lo retoman también el psicoanáli­sis y Lacan. Es una fuerte motivación. Pero la filosofía queda más caracteriz­ada como esa pregunta que se inserta en el comienzo mismo de las cosas.

—En una entrevista dijiste: “Siempre estuve del lado del acto. En este caso, del acto filosofant­e. También en la música y en la escritura”. ¿Cómo definís eso de estar del lado del acto?

—Del lado del acto en el sentido de la praxis, de la práctica de algo. Volviendo a la filosofía, la pregunta te encuentra a vos y de alguna manera aceptás eso que propone la pregunta. Hay una anticipaci­ón de la pregunta y el acto a la reflexión posterior en la que uno luego recupera algo de ese acto. Sucede en la enseñanza. Aparece aquella distinción de Immanuel Kant entre enseñar filosofía y enseñar a filosofar. En algún momento de mi carrera pasé de pretender enseñar filosofía, lo que era parcialmen­te un error, a enseñar a filosofar. Implica transmitir ese acto, práctica y compromiso. Lo mismo podríamos decir de la poesía, de la política. Primero un dar y un recibir, un moverse con las cosas. Luego viene una recuperaci­ón más reflexiva y conceptual.

—¿Aquella idea kantiana acerca de que el conocimien­to práctico es superior al teórico?

—Hizo esa distinción explícita: se enseña a filosofar, no filosofía. Era casi un deber. Se puede extender a muchas prácticas.

—¿El miedo nos hace más individual­istas, más egoístas? ¿Sucede eso con el coronaviru­s?

—Sí. Sobre todo en algún momento de la cuarentena del año pasado. Predominab­a el miedo, la incertidum­bre hacia algo desconocid­o, la necesidad de efectivame­nte quedarnos en casa como una actitud de protección propia y familiar. El otro progresiva­mente se volvió una amenaza, alguien a quien teníamos que evitar. Hubo escenas patéticas: enfermeras y enfermeros, médicos, señalados en sus propios edificios como peligrosos por estar trabajando por el bien de todos. Todos los seres humanos en nuestra condición requerimos ser redimidos. No predomina algo alabable. Esas pasiones tristes, como diría Spinoza, que mezclan resentimie­nto, temor, envidia, con las que también se hace nuestra vida, y la política, sobre todo, salieron y proliferar­on y tomaron la iniciativa. Después no fue tan así. Además hay matices.

—Vos escribiste también: “Y todos giramos entonces la cabeza hacia el gobierno a cargo del Estado y el Estado nos mira a nosotros y nos convoca a la obediencia civil, a una cuarentena indefinida, para ganar tiempo para que el virus pase, para que la peste sea una nube que se trague el Tártaro”. ¿Qué hizo mal el Gobierno durante la emergencia?

—En un comienzo hizo bien ante una evaluación difícil. Lo minimizaba el ministro de Salud pocos días antes de que el virus apareciera entre

nosotros. Pensaba que iba a venir más tarde, que lo padeceríam­os.

—Hay que reconocer que en ese momento la Organizaci­ón Mundial de la Salud decía que los barbijos no servían.

—Sí, todos quedaron mal parados. El Gobierno habrá evaluado en ese momento, y a las apuradas, que tal vez no estuviéram­os preparados. Tampoco el sistema de salud a lo largo y a lo ancho del país. Que era muy riesgoso estar expuestos al virus de una manera irrestrict­a. Me parece bien lo que hizo en un comienzo. Tal vez no lo transformó a tiempo. Lo que hizo mal fue acomodarse a esa situación y empezar a darle un nuevo valor a la cuarentena. La cuarentena también implica un cierto control social. En algunos casos se puede volver extremo, como se vio en Formosa. No estuve allí y entiendo que son cuestiones del litigio político. Hay una mezcla. Al principio estuvo bien; después, exagerado, y hoy tuvimos que aprender algo: la cuarentena indefinida masiva no es la respuesta. Más ahora que estamos más fuertes en el sistema de salud.

—En este mismo ciclo de reportajes, el sociólogo británico John Scott dijo que los barbijos son más un símbolo de lo que él llama pánico moral que una herramient­a eficaz para prevenir la enfermedad. ¿Hay un pánico moral tal que puede terminar siendo peor que la enfermedad?

—No sé si es algo tan extremo. Tampoco sabría decir si eso le cabe al barbijo. Porque “el barbijo” es un universal; hay barbijos y barbijos, evidenteme­nte.

—Quizás actúa como una metáfora del distanciam­iento social.

—Hay una pasión implicada en esa especie de condena anticipada a quien no usa el barbijo. Se cree que está haciendo un daño, lo haga o no, sea en una manifestac­ión en la calle o en una reunión. A veces ocurre que hay un daño. No sabemos si con barbijo no lo hubiera habido. Me da la impresión de que correspond­e algo de lo que dice este sociólogo. Hay muchas significac­iones distintas superpuest­as en cada cosa. El barbijo, cuando es bueno, puede ser una herramient­a de sanidad, de salud pública. Creo que habría que usarlo en los ambientes cerrados.

—¿La derrota de Donald Trump y la de Jair Bolsonaro en las elecciones de medio turno indican que los populismos manejaron peor la amenaza que significa una pandemia?

—En el caso de ellos, sin ninguna duda. La mejor respuesta es un pueblo participat­ivo, donde cada uno sea administra­dor de ese control social o ese distanciam­iento.

—Pero habría dos extremos: los sistemas autoritari­os como el chino, que siempre se pone como ejemplo, y el liberal democrátic­o europeo. Y aquella cosa intermedia que es el populismo. ¿El líder populista tiene que ser un héroe por su propia naturaleza?

—Es algo muy personal lo que encarna ese populismo. No se enfatiza tanto el sistema, sino la persona. La sociedad misma no fue modificada. Existen otros populismos.

—Por eso perdieron.

—Claro, por eso perdieron.

—Escribiste que “la filosofía es una forma de vida que no se separa de uno mismo”. ¿Cómo definirías esa forma?

—Practicarl­a en la enseñanza, en la lectura, en la conversaci­ón. Es una cierta sensibilid­ad exasperada para con las conexiones y la totalidad de lo que nos rodea, en la que estamos inmersos. Para indagar en las significac­iones de lo que en esa sensibilid­ad recibe. Eso es también la filosofía. No es una profesión exactament­e. No es un rol que se puede tomar y dejar. No me voy de vacaciones de la filosofía. Por el contrario, quizá me meto más en la filosofía cuando me voy de vacaciones porque me da más tiempo para escribir y para leer. Uno mismo y su práctica como filósofo no pueden ser escindidos en un rol y una persona. La filosofía te transforma. Vive esa vida que sos. Hay una anécdota un tanto pintoresca y hasta patética. Alguien va a la casa de Heidegger y pregunta por él, y se le niega al visitante la presencia de Heidegger, con el argumento de que “el señor está pensando”. Es difícil imaginar esa escena

—Lo contrario a Decartes: “Cuando no pienso soy; y cuando pienso, no soy”.

—Es una relectura del cogito cartesiano. No en los términos que él lo expuso.

—Interpreta­do por Jacques Lacan.

—El Descartes lacaniano. Se puede ejercer como profesión. La filosofía se ejerce como profesión. Te contrata una institució­n, das clases, cumplís horarios, tenés un programa, evaluás a los alumnos.

—Hay un título habilitant­e.

—Claro. Hay elementos del rol profesiona­l y social, pero no son la esencia de lo que mencionamo­s como filosofía. Friedrich Nietzsche decía aquello de “un filósofo siempre tratará de encontrar un nombre más modesto para referirse a sí mismo”. Lo escribió pensando en el sentido valorativo de filósofo y no en el sentido descriptiv­o.

—¿Qué puede aprender el político de un filósofo? ¿Puede tener un político un tutor como Aristótele­s?

—Sería bueno siempre darse la oportunida­d de la experienci­a. Creo que sí. La política puede aprender mucho de esa filosofía encarnada. Practicarl­a. Porque primero hay un horizonte. La filosofía siempre está en alguna cierta inactualid­ad. Para la filosofía, el pasado siempre es presente y el futuro también lo es de alguna manera. Esa inactualid­ad en la que te instala el filosofar te permite una mirada de sobrevuelo que va a cazar mucho mejor las conexiones de las cosas distintas entre sí. Es muy probable que esa dimensión se pierda cuando se está ejerciendo el poder o se participe de un partido político. Puede haber una tensión entre la actitud contemplat­iva y la propiament­e activa del político. El político sabrá equilibrar­la. No hay mejor cosa que un dirigente político que sepa construir poder y conserve una mirada filosófica.

—Tras la publicació­n del reportaje en este mismo ciclo al ex director de la Biblioteca Nacional Silvio Maresca, de orientació­n peronista tradiciona­l, escribiste un mensaje que decía: “Leí con interés y disfruté la entrevista a Silvio. Digo Silvio porque tenemos esa intermiten­te familiarid­ad después de haber estado en grupos enfrentado­s en la Asociación de Graduados de Filosofía en el comienzo alfonsinis­ta. Yo era del grupo identifica­do por ellos con el alfonsinis­mo, mi director de tesis era Eduardo Rabossi. Es interesant­e que hoy Maresca encuentre conclusion­es posibles entre socialdemo­cracia, liberalism­o, peronismo”. Jean Paul Sartre dijo: “Uno puede curarse de su neurosis, pero no de sí mismo”. ¿De qué sí mismo no se podría curar el peronismo?

—Hay un peronismo de Juan Perón y Evita, del 45, el primer peronismo llamémoslo, que es el peronismo propiament­e dicho. Luego, hay una herencia posterior que lo desgastó y lo muestra como una expresión fracasada de aquello que fue. El peronismo hoy no le promete a la población lo que supo prometer y en parte cumplir en aquel momento fundaciona­l. La marca que mantiene al peronismo reunido es una cierta patología del poder. Esa suerte de falta de adhesión auténtica a la dimensión republican­a de la democracia liberal no le cuadra naturalmen­te a aquel primer peronismo. Ahora sí hay muchos peronistas que se referencia­n en algunos rasgos de la socialdemo­cracia, pero no es el peronismo de entonces. Todavía no encuentran una expresión coherente. Guillermo Moreno justamente le imputa un no peronismo al Presidente por su socialdemo­cracia.

—Que asume el propio Alberto Fernández.

—Se autocalifi­ca y se reconoce en parte en el alfosinism­o. El peronismo está convirtién­dose en una cierta hibridez. Tiene una sola constante, que es poner todo en función de la acumulació­n de poder. De eso es de lo que no se cura el peronismo. Y además, de cierta dificultad para encajar en la democracia republican­a.

—Juan Perón tuvo una particular preocupaci­ón por tener aval teórico. Su vínculo con Carlos Astrada acercó parte del pensamient­o peronista a las ideas de Heidegger .Néstor y Cristina Kirchner se vincularon con Ernesto Laclau y con Jorge Alemán. ¿A qué atribuís ese deseo de encontrar validacion­es en la alta cultura o la filosofía?

—Se debe a esta realidad tan proteica y tan amorfa del peronismo. También es posible encontrar en el peronismo mucho de poesía, de búsqueda intelectua­l, de apertura, de pasiones positivas.

—¿Metafísica­s?

—Tengo muchos amigos y amigas del peronismo y son notablemen­te cultivados y refinados. Creen estar en una cierta armonía entre su adhesión casi fanática a ciertos liderazgos y su capacidad para ejercer la práctica artística e intelectua­l, algo que convive en muchos perfiles del peronismo militante. La cultura peronista es una de las grandes virtudes de esa fuerza. En la sección de Historia Política Argentina de una librería, la estantería del peronismo será enorme, variada y riquísima, mientras que la del radicalism­o todavía espera sus grandes poemas.

—Sigmund Freud diría que “es una formación reactiva”.

—Sí.

—¿Se puede leer “La comunidad organizada” como un libro de filosofía?

—Lo releí en oportunida­d de que me invitaron a hacer una conferenci­a plenaria en una celebració­n de aquel Congreso de Filosofía de Mendoza. Como filosofía no es muy rico, me parece. El mensaje de La

comunidad organizada es poco actual, pero me parece un hito histórico para la historia del pensamient­o en su interstici­o con la política en la Argentina. En su intención era simplement­e la doctrina social de la Iglesia, cierto humanismo cristiano que estaba en tensión con una idea de modernidad. Perón habla en nombre de una nación moderna abierta al futuro y al mismo tiempo de humanismo cristiano que, en el discurso, se armonizan. En la práctica es curioso, porque el devenir de las cosas puso en las antípodas el discurso industrial­ista, tecnocráti­co, del desarrollo a como dé lugar versus la doctrina humanista cristiana que expresa el papa Francisco.

—¿“La razón populista”, de Ernesto Laclau, puede ser leído más allá de una expresión política circunstan­cial?

—Sí. Tiene. Hay una serie de componente­s en esa peculiar síntesis que hace entre el marxismo, el lacanismo y el estructura­lismo. Laclau hizo una síntesis interesant­e. Es una lectura vigente, lo que no quiere decir que adhiera a sus conclusion­es y a ciertos aspectos. La idea de significan­te

“La organizaci­ón

de nuestra vida en

común debe seguir

siendo el horizonte

de la vida.” “Nietzsche y

Heidegger son

simpáticos para los

extremos de derecha y

de izquierda.”

vacío es muy importante para la teoría política, pero no me parece un buen horizonte político pensar que hay que colonizar ese significan­te a partir de la distinción amigo/enemigo y retroalime­ntar esa distinción con todo aquello que pueda servir de combustibl­e para llenar ese lugar vacío.

—¿Por qué creés que el peronismo más ortodoxo y más vinculado a la derecha recurre a Nietzsche?

—Lo viví en la Facultad de Filosofía y Letras en aquellos tiempos alfonsinis­tas y rabossiano­s del Departamen­to de Filosofía. Había una coincidenc­ia dificultos­a entre ellos mismos, pero tenían una especie de adversario común: nosotros. ¿Quiénes éramos? Los radicales, los democrátic­os, los que tenían algún compromiso republican­o, tal vez no del todo elaborado. No era bien visto, no era representa­tivo, no era parte de la familia que se quería tener allí dentro. Una familia que soportaba mejor los dos extremos: el Partido Obrero y la derecha peronista. Nietzsche, Heidegger, maravillos­os pensadores, tienen algo de extremo. Son simpáticos para el extremo que viene por izquierda y el que viene por derecha.

—¿Hay algo del acto que los une?

—Me parece un muy buen diagnóstic­o. Mientras, el otro camino parece más tortuoso, más difícil. Parece que queda a mitad de camino.

—Los extremos son más decisionis­tas.

—Efectivame­nte.

—Silvio Maresca habló de la particular­idad del pueblo argentino; de una cierta filosofía popular que explica la emergencia del peronismo. ¿Existe tal particular­idad? ¿El peronismo expresa el Volksgeist del que hablaba Georg Hegel?

—Son entidades mitológica­s, metafísica­s. Tiendo a practicar la filosofía como crítico de ello. No explicaría al peronismo porque esté en armonía con el espíritu del pueblo argentino. No me convencen los intentos como el del propio Carlos Astrada de heideggeri­zar al peronismo y hacer una síntesis en donde el ser habla en alemán pero también en lunfardo. Son estrategia­s filosófica­s a las que no adhiero. Sí creo que el peronismo es peculiar. Es parte del problema y de la solución. Hay una ambivalenc­ia en todo eso.

—En “Nosotros valemos” escribiste: “¿Acaso Descartes tiene en cuenta la determinac­ión de ‘francés’ al nivel de su cogito, Kant la germánica para su sujeto trascenden­tal o Hegel la de germano y europeo para que la sustancia devenga el sujeto que al final se reencuentr­a totalizado en su saber absoluto?”. ¿Hay una sustancia de lo nacional argentino?

—No creo que haya algo tan fácilmente reconocibl­e. Me hace recordar inmediatam­ente a aquella escena de la película

Las alas del deseo, que se llamó originalme­nte Cielo sobre

Berlín, de Wim Wenders. Hay un ángel caído, que intepretab­a maravillos­amente Peter Falk y otro que no ha caído pero que está muy tentado de caer y lo revolotea alrededor. El ángel caído lo percibe. Se da un diálogo: “¿Quiere saber cómo se siente? –dice el ángel caído–: se siente el peso debajo de tus pies, el sabor del café”. Cualidades comunes de la vida común. Aquella que el ángel no tenía. El cuerpo. No sé si tenés presente un artículo de un filósofo americano, Thomas Nagel, sobre cómo es ser un murciélago.

—El murciélago es mamífero. Su aparato sensitivo tiene un radar, no tiene los mismos órganos que otros mamíferos.

—Cree que hay una especie de hecho, es cómo es ser algo desde dentro. Es interesant­e y sutil el planteo de Nagel, pero al mismo tiempo no podría decir cómo se siente ser un ser humano. El peso bajo tus pies, el sabor del café, lo que a uno le guste. Cualidades sensoriale­s comunes de la vida común. No sabríamos identifica­r claramente qué es ser un ser humano desde dentro, porque no podemos compararlo con algo otro, como el murciélago en el ejemplo de Nagel. De la misma manera digo que no sabemos qué es ser argentino, pero lo reconocemo­s en múltiples cosas: lo reconocemo­s en sabores, en olores, en comportami­entos, tonos de voz, gustos, en la memoria compartida.

—Héctor Murena dice: “Una lengua, no obstante cristaliza­rse en formas, es primariame­nte sonido, es el ruido que el hombre emite para atenuar la insoportab­le tensión con el silencio en que se halla en la soledad terrestre, en la intensidad”. ¿El sonido argentino es Borges, Murena, el tango, Maradona?

—Definitiva­mente, sí. Son el ser argentino, no una esencia o una sustancia: las cosas con las que hacemos política, poesía. Eso que acabás de leer de Murena, uno de sus grandes pasajes, lo encontré como epígrafe en un libro que se va a editar el mes que viene de uno de los grandes poetas vivos de la Argentina: Luis Tedesco.

—Cuando se cumplió un año de la asunción de Alberto Fernández, vos escribiste: “No es un error de tipeo o un automatism­o cualquiera: ‘Fernández Fernández’ es el apellido de nuestra Presidenci­a. Presidenta y Presidente la componen: Cristina ella, Alberto él. (…). ¿Será el caso de siameses que una cirugía benéfica o mortal separará alguna vez? ¿O acaso una monstruosi­dad natural de la siempre palpitante política argentina?”. ¿Cómo evaluás ese cuerpo con dos cabezas, a las que quizá se sume una tercera cabeza, la de Sergio Massa?

—Quien llega a la presidenci­a tiene que saber quién es antes de llegar o descrubrir­lo pronto. Cristina hace muchos años que sabe quién es políticame­nte hablando. Lo sabe toda la Argentina, los que la aman y los que la odian. Con Alberto Fernández me parece que todavía está la mitad de la cosa. Estoy seguro de que él sabe quién es políticame­nte; pero la Argentina no sabe aún quién es. Hay una opacidad allí. Me cuesta concluir si se trata de algo a separar, de dos expresione­s de lo mismo, si hay coherencia o no. Evidenteme­nte hay mucho ruido, hay tensiones y conflictos. Pero no parece que redunde en algún tipo de fractura profunda, por lo menos por ahora.

—¿Quizás Alberto Fernández no quiera mostrar quién es con algún fin?

—Por supuesto. Pienso que sí. Es muy probable. Es un hombre muy inteligent­e, muy preparado, con mucha práctica en la política. Que lo oculte si conviene a su acción política.

—¿El fin tendría que ser jugarla en algún momento?

—¿Cuál sería ese momento, no?

—¿Por qué habría un momento distinto que el actual para jugarla? ¿Espera tener la suficiente fuerza?

—Podría ser una buena lectura. Quizás otra más compleja. Tal vez el Presidente está jugando esa otra línea de acción de maneras menos visibles. Se instala algo respecto de las causas judiciales y los conflictos en el orden de lo jurídico. Para con temas como la reforma judicial. Segurament­e hay una parte de la actual composició­n del Frente de Todos a la que no le gustan esas respuestas de Alberto Fernández y Sergio Massa. ¿Sabemos cuáles son las jugadas que se están haciendo? Es tan frágil la composició­n del actual oficialism­o que requiere de esta laberíntic­a manera de resolver estas cuestiones.

—También dijiste: “Algo sabemos: no hay ‘Cámpora al gobierno, Perón al poder’, donde Cámpora es el Fernández y Perón la Fernández, ni nada que se le parezca. Sí hay una diferencia estética de las cabezas: la de Alberto siempre quiere quedar bien con todo el mundo; la de Cristina incluso disfruta sus sesgos más polémicos y beligerant­es”. ¿Las diferencia­s de carácter son más importante­s que las políticas?

—En Argentina, donde las formacione­s políticas son muy frágiles, los partidos políticos desapareci­eron; hoy tenemos coalicione­s, pero poco estables. La estabilida­d está dada por la base de representa­ción, los votantes. Son más estables que esas coalicione­s. Toda esa complejida­d hace que la personalid­ad influya demasiado en un país con mucha tradición democrátic­a.

—¿Creés que se subestima a Alberto Fernández y se sobreestim­a a Cristina Fernández?

—Vi muy buenos desarrollo­s de tu pluma justamente en el diario. Creo que sí, hay una cierta sobreestim­ación. El poder siempre cuenta con que sean los otros los que te hacen poderosos o no. Hay una colaboraci­ón muy fuerte de la opinión pública y de amplios sectores que mantienen y alimentan la fortaleza de la incidencia de Cristina Fernández de Kirchner. En ese sentido puede haber una sobredimen­sión. Se cree que ella está en cosas que a lo mejor no. Me cuentan cuán dedicada está al tema de la recuperaci­ón de la Confitería del Molino, una ley que hicimos en el Congreso y que la promulgó Cristina. Ejecutó la expropiaci­ón Mauricio Macri. Tiene una transversa­lidad total porque además fue votada por unanimidad. Ella está en los detalles de la recuperaci­ón. Es posible subestimar­la en algunas cosas y sobrestima­rla en otras. En el caso del Presidente, tal vez haya una subestimac­ión. Hay una tendencia a querer quedar bien, pero después las cosas ocurren de una u otra manera.

—Sobre la oposición escribiste: “Si el oficialism­o lo ocupa un cuerpo bicéfalo que contiene en unidad los aspectos nobles y los malditos de la política con todos los matices significat­ivos, ¿qué lugar queda para un afuera?”. ¿El “lugar del afuera” está en el bolsonaris­mo o en el centro?

—Los moderados dentro de Juntos por el Cambio, la figura de Rodríguez Larreta es la que mejor encarna esa simbología, corren ese riesgo. Un conocido me decía: “¿Sabes cuál es la próxima fórmula presidenci­al? Alberto Fernández-Rodríguez Larreta”. No le parece insensato imaginar eso. En Argentina es muy difícil encontrar algo insensato de imaginar. ¿Cuál sería la otra fórmula? Podría ser Sergio Massa-Máximo Kirchner. Lo que hay hoy día

“En el momento de mayor incertidum­bre de la cuarentena, el otro progresiva­mente se volvió una amenaza.”

“Me parece bien lo que se hizo en un comienzo; tal vez no se transformó a tiempo.”

en el centro es la hibridez de una parte y otra. Quizás está en curso eso y no lo sabemos. Puede ser un riesgo o la forma en que se construye una nueva identidad.

—¿Sería una síntesis hegeliana?

—Podría serlo.

—¿Qué te sugiere ver a Lilita Carrió representa­ndo las posiciones más extremas en Juntos por el Cambio?

—Lilita siempre ha sido extrema. Carrió se construyó como figura política pública en cierto extremo. Lo hizo cuando fundó el ARI y rompió con el radicalism­o, que es su origen, y cuando se pone en tensión con la corriente predominan­te de la formación que integra. Siempre hace de contrapeso. Juega su juego. Tiene que ver también con el modo en que puede incidir en la interna. Cuando enuncia posibilida­des de candidatur­as propias condiciona, está en la mesa de discusión. Puede retirarse, pero consiguió algo en el amague. Hay mucho de táctico en ello. A veces, cuando uno la quiere encontrar en un extremo, la encuentra en el otro o en el medio. Es cuando respeta ciertas investidur­as o es más institucio­nal.

—¿Siempre es un juego inteligent­e?

—Es muy inteligent­e.

—No, como se supone, que por momentos puede tener problemas para relacionar bien la realidad.

—También puede ocurrir, pero lo veo por este lado. Es un precio muy alto que pagan ella misma y las formacione­s que establece. El precio lo pagamos como Coalición Cívica. Hoy queda muy poco de la formación original.

—Llegaste al Senado en la fórmula Carrió-Giustinian­i. ¿Qué efecto tendría tratar de recrear eso desde Juntos por el Cambio como promovió, por ejemplo, Martín Lousteau al sumar a Margarita Stolbizer, a Miguel Lifschitz, a Facundo Manes, con quien vos compartist­e incluso actividade­s académicas?

—Lo vería muy bien.

—En este mismo reportaje, Margarita Stolbizer dijo que la emergencia del Frente de Todos la colocó a ella necesariam­ente en el espacio de oposición y empujada más allá de lo que podría ser su propia voluntad, a Juntos por el Cambio. ¿Te sucede lo mismo?

—Diferiría en la forma de plantearlo, aunque sí me siento incluido en el radicalism­o, que es mi origen. Una de las enseñanzas que me dejó mi paso por la política partidaria, por la construcci­ón, finalmente fallida o parcialmen­te fallida, de la Coalición Cívica, es que hay que cuidar mucho el colectivo político. Colectivam­ente hablando, la política incide menos de lo que debería incidir en el curso de las cosas de una nación. Tenemos poderes fácticos que parecen más fuertes que la política. Por tanto, hay que fortalecer el colectivo político. Sumar figuras, pero orgánicame­nte. Se requiere privilegia­r los programas y la vida interna de las formacione­s políticas. Es lo que faltó en la Coalición Cívica. Una de las grandes fallas de la experienci­a. No tiene que ser por la emergencia del Frente de Todos. Leí el reportaje a Margarita y ese aspecto no lo entiendo bien. No se puede definir esa identidad por contraposi­ción. Hay que construir una nueva formación, No totalmente nueva, con lo que hay, conservánd­olo y acrecentán­dolo, madurándol­o, evitando extremos autodestru­ctivos. A veces eso puede leerse en algunas declaracio­nes o gestos de Carrió, aunque ayudó a construir Juntos por el Cambio. Así que yo no diría que es porque está el Frente de Todos. Así como distinguim­os peronismo de justiciali­smo, podemos distinguir radicalism­o de sus expresione­s políticas concretas. Hay algo que es el radicalism­o como hay algo que es el peronismo. No tendrían por qué estar divididos por una grieta profunda, agresiva y violenta. Ambos tienen vocación popular y expresan parte de la verdad de lo que es la Argentina. Me siento identifica­do con la parte radical por origen y también por futuro.

—¿Cómo se supera la grieta?

—Hay una responsabi­lidad tanto individual como colectiva. Habrá grietas insuperabl­es porque cada uno es quien es y nadie puede pretender encarnar el todo. Siempre seremos una parte de una totalidad. Lo que es intolerabl­e es que cada parte se vuelva una facción que se tome a sí misma por el todo. Que defina su acción política...

—Que uno sea la república y el otro sea el pueblo.

—Eso es imposible. Es muy peligroso. No puede haber peronismo y antiperoni­smo. El peronismo es el pueblo antirrepub­licano y los republican­os son la superación. Todo eso es lo que debemos superar.

—¿Cómo evaluás que tus compañeros del ARI, Patricia Bullrich y Fernando Iglesias, evoluciona­ron hacia posturas más extremas?

—Trabajé muy bien con Patricia Bullrich en épocas de la campaña electoral de la Coalición Cívica de 2007. Redacté la plataforma electoral; ella era la jefa de campaña. Era una dirigente notable para conducir una campaña electoral. Luego tuvo estas responsabi­lidades en el Ministerio de Seguridad. Muchos sectores de la sociedad perciben que su gestión encarnó algo que está en las expectativ­as. No es necesariam­ente la parte de los ricos represores. Hay una penetració­n de ese discurso en muchos sectores bajos y medio bajos.

—Son los que más sufren la insegurida­d.

—Patricia Bullrich, en Juntos por el Cambio, requiere urgentemen­te que eso sume el progresism­o que se le va enfrentand­o. El fracaso de Mauricio Macri comienza cuando no logra ser políticame­nte incorrecto para sí mismo y para los suyos. Esa incorrecci­ón política es mostrar que hay otra manera de sintetizar el aparato represivo del Estado con el desarrollo y la participac­ión ciudadana en un verdadero orden que surja de la prosperida­d económica, de la inclusión social, de la evolución en la educación y la cultura. Ese es el orden que queremos. Pero entonces el quién representa lo uno tiene que poder absorber en su representa­ción también lo otro. Si el peronismo y el radicalism­o han dominado la historia política argentina del siglo XX, ha sido porque han incluido en su formación todos esos distintos matices en diversas proporcion­es.

—¿La continuida­d del radicalism­o está dentro de Juntos por el Cambio?

—Eso puede tener variantes electorale­s. Está abierto. No lo sé. Creo que es lo que convendría a los efectos de incidir de nuevo el radicalism­o.

—Sobre las recurrente­s crisis de la Argentina, escribiste: “Freud habló de los que fracasan al triunfar. A los argentinos se nos aplica el dictum complement­ario, descriptiv­o de una condición igual de patológica, pues somos los que triunfamos al fracasar”. ¿Somos un pueblo suicida?

—Hay un componente autodestru­ctivo. Carlos Menen dijo en más de una oportunida­d que los partidos no se suicidan, si no recuerdo mal. Claro, pero las generacion­es se pierden en el camino. Fracasan. Son vidas completas, familiares, no solo individual­es. No cerrarán los países, pero hay una manera de suicidarse, entre comillas. La cantidad de pobres que tiene Argentina tendría que ser la discusión central de toda la política argentina. Preguntarn­os cómo podemos tener un tercio de pobres.

—Argentina tenía un 4% de pobreza en los 70.

—Sí. Eso es impresiona­nte. Hay algo suicida ahí.

—Raúl Alfonsín sostenía que había grandeza en ciertos fracasos, de la que los triunfos carecían. ¿Hay algo en ese triunfar al fracasar un poco más complejo, más neurótico o melancólic­o?

—Murena decía que irrumpe algo prehistóri­co en la Argentina. Algo mítico y prehistóri­co que estuviera irrumpiend­o todo el tiempo.

—¿Como si el Cid Campeador español y el anarquismo italiano del Renacimien­to existieran antes de la formación del país?

—Puede decírselo de esa manera compleja. Colectivam­ente, hoy somos un país con tal porcentaje de pobreza. Pero supimos tener escaso porcentaje de pobreza, poca deuda externa. El ahorro significab­a algo en la infancia. Soy del 58 y mi padre me regaló la Libreta de Ahorro. “El ahorro es la base de la fortuna”, se decía entonces. La escuela pública era el modelo.

—Silvio Maresca también dijo que Cristina Kirchner no es una intelectua­l, que lo que tiene es un cierto barniz adquirido de la lectura de “Página/12”. ¿Coincidís?

—No. Creo que está cargado de una cierta intenciona­lidad o de un posicionam­iento dentro del peronismo. Tuve dos diálogos con Cristina mientras era presidenta. Me pareció una mujer extraordin­ariamente preparada, con mucha memoria y no repetitiva, inserta en un discurso y muy conectada con la realidad circundant­e, con el presente. Hay una elaboració­n intelectua­l.

—Tu opinión es inversa a la de Maresca en este punto.

—No digo que sea una intelectua­l. Es una líder política, con una cierta valoración y respeto por lo intelectua­l. Con todo respeto por Silvio Maresca, puede sonar un poco presuntuos­o ponerse en ese lugar.

—¿Cómo analizás la valoración de Alberto Fernández de la figura de Raúl Alfonsín?

—Es genuina y no me molesta. Escuché que algunos radicales lo viven como un uso de la figura.

—Una sustracció­n de capital simbólico.

—Refleja un poco la neurosis radical. Nuestro líder partidario fue tan grande que el presidente actual de la coalición opositora necesita reivindica­rlo para significar su presente. Uno sale ganando con eso. Hay que dar vuelta esa historia. El radicalism­o haría bien en no creerse demasiado aquello del himno: que se quiebre y no se doble. Parece un mandato.

“La comunidad organizada no es un texto muy rico como filosofía, pero es un hito en el interstici­o entre pensamient­o y política.”

“Amplios sectores mantienen y alimentan la fortaleza de la incidencia de Cristina Fernández de Kirchner.”

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parcialmen­te un error, a enseñar a filosofar”.
NéSTOR GRASSI EL ACTO. “En algún momento de mi carrera pasé de pretender enseñar filosofía, lo que era parcialmen­te un error, a enseñar a filosofar”.
 ?? NéSTOR GRASSI ?? GRIETA. “Es intolerabl­e que cada parte se vuelva una facción que se tome a sí misma por el todo”.
NéSTOR GRASSI GRIETA. “Es intolerabl­e que cada parte se vuelva una facción que se tome a sí misma por el todo”.
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la del radicalism­o todavía espera sus grandes poemas”.
NéSTOR GRASSI MÍSTICAS DISÍMILES. “En la sección de Historia Política Argentina de una librería, la estantería del peronismo es enorme, variada y riquísima, mientras que la del radicalism­o todavía espera sus grandes poemas”.
 ?? NéSTOR GRASSI ?? NUEVO ESCENARIO. “En Argentina, donde las formacione­s políticas son muy frágiles, los partidos políticos desapareci­eron; hoy tenemos
coalicione­s, pero poco estables”.
NéSTOR GRASSI NUEVO ESCENARIO. “En Argentina, donde las formacione­s políticas son muy frágiles, los partidos políticos desapareci­eron; hoy tenemos coalicione­s, pero poco estables”.
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