Una metamorfosis religiosa
Las inseparables otras obras de De Beauvoir, nunca de modo tan central como en esta novela.
El texto ilumina aspectos claves de la vida cotidiana, familiar y religiosa de la niña Simone y de su amiga. “Su educación, por supuesto, las encorseta, nada de confianzas, se llaman de usted; pero pese a esa reserva, se hablan como Simone nunca había hablado con nadie”, escribe en el epílogo del libro Sylvie Le Bon de Beauvoir, la hija adoptiva de De Beauvoir y su albacea literaria.
El texto conjuga dos historias de amor: la de Sylvie y Andrée, y la de Bernard y Andrée. Hay, por momentos, huellas del amor romántico desolado, amasado a golpes de presunciones. Zaza, a quien Sylvie conoció después de que sufriera una quemadura grave y pasara una convalecencia sufriente, es capaz de ver más allá de una niña de nueve años: escruta con mordacidad las intenciones de los mayores. Gracias a ella, Sylvie descubre el placer de la conversación, el deleite en la reflexión y en la palabra, que hasta ese momento desconocía.
Ambas encarnan la potencia que se experimenta al descubrir el mundo. Sylvie ausculta en los deseos propios y ajenos: sus dolores, la fascinación y el amor hacia su amiga –esa asimetría imposible de modificar– calan profundo en el lector. Hay un trabajo meticuloso en la construcción de los personajes: De Beauvoir logra que sintamos rápidamente empatía por ellos.
La novela echa luz sobre el abismo en cuestiones políticas que empiezan a separar a Sylvie de sus padres, e ilumina su metamorfosis religiosa –que marcará la vida de De Beauvoir como filósofa, escrito