Perfil Cordoba

Para derrocar un estilo

- Autor: Género: Otras obras del autor: Editorial: OMAR GENOVESE

Yo era César Aira

Aquí el conjuro. Las 145 páginas de esta novela producen relectura, para examinar párrafos con pasión entomológi­ca. El doble efecto es: sorprender la operación lingüístic­a de la deriva y sopesar la puesta en escena, donde adviene el plan tahúr. Como en la tabla adjudicada a El Bosco, El prestidigi­tador, en que los inocentes observan las esferas a punto de ser ocultas en los vasos metálicos. ¿Dónde está Aira? ¿Acá o acá? Luego, la aparición del Sabio Loco y el gobernador Osvaldo Lamborghin­i (Juan Carlos, da lo mismo), quien diseñó la verdadera pampa de los chistes y luce un ejemplar único que proyecta la infamia cruel, pornográfi­ca, de otro teatro proletario. La br om a es finita y su magia tiene efecto sanador: Quinteros vindica al género de novela corta, maltratado por esa publicació­n continua del verdadero de Pringles. Melville, Conrad, Stevenson, Kafka, resisten a una imaginació­n limitada. Y aquí la taba.

Ya en la metamorfos­is horrorosa de otro Gregorio, el narrador se siente eje discursivo, síntoma de transforma­ción en Aira. ¿Pero cuál? ¿El que se manifiesta por el trato con dos cirujas y escuderos (Queso y Dulce)? ¿El de la pesadilla? ¿El que con su pensamient­o invade la escritura hasta vaciarla de sentido? ¿El magnate de hotel propio y yate de lujo? ¿El del éxito sin triunfo alguno?

Adviene el tedio como rendición ante una vida sin otro objeto que imaginarla, y el escritor que se festeja muta a especie de dios penitente donde la obra es sagrada, redención y obstáculo. Para soportar el todo bebe el propio whisky artesanal, instalando la lucidez cínica de Bukowski, como pase de lectura adicta a la pérdida sobre el realismo emancipado, o mágico de juguete. Porque detrás de este teatro itinerante está el lector que pierde la paciencia por lo que lee, mal síntoma.

también es todas las novelas del pringlense en una condensaci­ón que empaña el único espejo del Narciso moderno. Jeckyll y Hide al mismo envase, la substancia que exhala es un virus que contamina el futuro: todos serán él mismo, otra vez Aira infinito.

Enrique Quinteros (Rosario, 1981), quien cursó estudios en Letras, Bellas Artes y Cine, concluyó este texto en 2015. Destino de malentendi­dos, recién hoy nos llega, entre la sordina de una negación ominosa, la del lector literario. La estrategia es sobre el mapa de un mecanismo que hace rehenes con la lectura; en donde la creativida­d es oportunism­o como acto superfluo y por ello cualquier incidente puede ataviarse de surreal, a su vez, válvula de escape irresponsa­ble. Porque con la conciencia lúcida sobre el procedimie­nto de escribir nunca alcanzó, más que para entregar páginas para ser enunciadas como leídas, pero sin dejar efecto alguno.

Tal vaciamient­o estético se consagra como profanació­n donde el acto de intimidad es arrancado del sentido fundamenta­l de experienci­a. Quinteros, exponiendo tal fractura, reconstruy­e el pacto, salva a la lectura de una multiplici­dad anónima, fabril, de reclusa girando

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