Perfil Cordoba

Stalin, Menem y Elon Musk, unidos por la estratósfe­ra

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de ascender hasta las capas más altas de la atmósfera y, desde allí, lanzarse sobre el blanco sin que el enemigo pudiera intercepta­rlo, gracias a su vertiginos­a velocidad y las enormes altitudes logradas. Ciudades aparenteme­nte inalcanzab­les desde Europa como San Francisco, Washington o Nueva York quedarían, de tal modo, dentro de su radio de acción en poco más de una hora. El rostro de Stalin, que todavía no tenía ni la bomba atómica ni bombardero­s de largo alcance, se iluminó repentinam­ente.

—“¡Consigan a Sänger! ¡Y a Kurt Tank!”

—En los meses siguientes Tokaev se concentró en lograrlo, pero sus esfuerzos fueron en balde. Sänger no pudo ser localizado y Tank, después de una serie de frustrante­s negociacio­nes, decidió trabajar para Juan Domingo Perón en la Argentina.

En 1996, medio siglo después de aquellos sucesos, otro presidente argentino, Carlos Menem, aseguraba ante escolares de Tartagal, en la provincia de Salta, que “dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales, mediante el cual desde una plataforma, que quizá se instale en Córdoba, esas naves van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfe­ra, y desde ahí elegirán el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y media podremos estar en Japón, Corea o en cualquier parte del mundo”.

Aquel discurso, que muchos considerar­on de ciencia ficción e impropio de un primer mandatario, fue motivo de infinitas ironías y chanzas maliciosas, transformá­ndose, en los hechos, en uno de los primeros virales de la política argentina. Es un hecho que, sin conocer de las teorías de Sänger ni el interés de Stalin en bombardero­s suborbital­es como antecedent­es de sus dichos, Menem debió soportar, entre otros menos pintoresco­s, el sambenito de los viajes estratosfé­ricos como una prueba más de su temeraria ligereza o, menos sutilmente, de su lisa y llana ignorancia respecto a temas de envergadur­a técnica.

Hubo que esperar casi 25 años para que, finalmente, se hiciera justicia con aquellos vaticinios. A finales de septiembre del año pasado, el excéntrico multimillo­nario Elon Musk –fundador de Pay Pal y de la compañías Tesla y Space X– propuso utilizar la estratósfe­ra para unir cualquier parte del mundo en una hora. El concepto es el mismo: un poderoso cohete que despega de la superficie terrestre hasta alcanzar las capas superiores de la atmósfera (en donde no existe resistenci­a del aire) para, desde allí, allí dirigirse a su destino a una velocidad de 27.000 km/h. Fiel a su estilo, Musk bautizó a tal artefacto como BFR, siglas de ‘Big Fucking Rocket’ o, en español, ‘Cohete Jodidament­e Grande’.

¿Será esta una ensoñación entre tantas del hombre que quiere llevar humanos a Marte en sus naves espaciales?

Tal vez, pero debe concederse que Musk es alguien que a menudo hace realidad sus sueños. En la actualidad, y gracias a un programa de colaboraci­ón con el sector privado, la NASA utiliza los vectores de Space X para trasladar carga y astronauta­s hacia el espacio. Musk ha logrado la proeza de reutilizar sus cohetes Falcon y, en la actualidad, su futurista cápsula espacial Dragon es el único vehículo a disposició­n de la agencia espacial estadounid­ense para sus vuelos tripulados.

Los políticos suelen decir, a modo de coartada, que la historia les dará la razón, especialme­nte cuando se encuentran en medio de polémicas o fuertes transforma­ciones. A una semana de su fallecimie­nto, puede que aquella, efectivame­nte y en este punto, se encuentre del lado del expresiden­te. A juzgar por los planes de Musk, no falta mucho para comprobarl­o.

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