Perfil Cordoba

La madre de todas las batallas

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Durante la Guerra de los Treinta Años Fernando II lideró una lucha sin cuartel contra la reforma protestant­e. Pero siendo incierto el resultado por las armas se le ocurrió una idea al mismo tiempo efectiva y provechosa: un impuesto a la riqueza… sobre los protestant­es, claro está. A los pocos años el éxodo de éstos (incluido el del famoso astrónomo Johannes Kepler) le había despejado el camino para consagrars­e Emperador. No es casual la referencia ya que la versión vernácula coincide en instrument­o e intención.

Toda sociedad se maneja por un entramado de institucio­nes que interactúa­n con intereses fácticos que presionan para torcer el rumbo de las políticas en su favor. Siempre me pareció que en Argentina el Peronismo ha sido un vehículo efectivo de gestión para muchos de esos intereses: sindicales, industrial­es, de aquellos que viven del Estado, de la comunidade­s cultural o científica, etc. En una sociedad golpeada y temerosa de cualquier cambio, esta raíz profundame­nte conservado­ra y protectora del status quo ha logrado que el Peronismo se haga piel como fuerza política en el país.

Esa fortaleza se apoya en la relación simbiótica del Peronismo con el sindicalis­mo, sumado al poder logrado por el sindicalis­mo en el país. Un poder que se consolidó en el año 1970 cuando Onganía, quizás albergando el imposible sueño de la popularida­d, le otorgó el manejo del sistema de salud, dotándolos de una fuente de recursos inusual en cualquier comparativ­a internacio­nal. Algún osado podrá encontrar en esta decisión de Onganía la piedra angular de la decadencia argentina: el empoderami­ento de los sindicatos fue la debilidad de los gobiernos, debilidad que llevó, a la postre, a generar importante­s déficits que derivaron en la inestabili­dad macroeconó­mica que nos acompaña desde entonces. Quizás sea solo una casualidad, pero el estancamie­nto argentino comienza por aquellos años.

Pero sabemos que el Kirchneris­mo no es peronismo, y que viene con un proyecto transforma­dor, incluso revolucion­ario. Pero para hacerse del poder el Kirchneris­mo juguetea con la idea de quebrar la alianza histórica del Peronismo con los intereses creados (¿qué otra cosa es una revolución?), haciéndose de los recursos de las corporacio­nes industrial y sindical; o al menos sacarlos de la cancha. El impuesto a la riqueza es un primer avance sobre el primero de esos grupos. Y tengámoslo claro, no tenía una finalidad recaudator­ia, sino exiliatori­a. La segunda movida es la lucha por las cajas sindicales, insinuada por la vicepresid­enta a fines del año pasado y que es sobre lo que quiero hablar en lo que resta de este texto. El resultado de esa batalla entre el Kirchneris­mo revolucion­ario y el peronismo conservado­r, una batalla que se libró con armas en los 70, devenida hoy en una lucha por dinero, signará el futuro de la Argentina, para bien o para mal.

Para analizar este conflicto en ciernes hay un antecedent­e que vale la pena mirar: Israel. Su sistema de salud estaba también en manos de sindicatos fuertement­e asociados al Partido Laborista que monopolizó la vida política de Israel hasta mediados de los años 70. En 1954 el Primer ministro Ben Gurión habló por primera vez de un sistema nacional de salud, pero la iniciativa fue rápidament­e abortada, así como lo fueron los intentos de reforma de 1957, 1958, 1967 y 1973. En 1990 una investigac­ión del gobierno (la Netanyahu Commission Report) encontró que un 30% de los recursos del sistema iban a financiar actividade­s sindicales no asociadas al sistema de salud. La batalla por el control de estos recursos se enmarcaba en una disputa entre el partido de centrodere­cha Likud y el Laborista. La inestabili­dad macroeconó­mica y el propio desgaste del partido Laborista permitiero­n la nacionaliz­ación del sistema en 1995. Como siempre las personas importan: el ministro de salud Haim Ramon, un laborista con credencial­es sindicales se había convertido en un defensor del proyecto y ayudó a impulsarlo. Lo cierto es que la reforma no fue una reforma únicamente del sistema de salud sino de la configurac­ión del poder en Israel. Quizás, y repito, sea solo una coincidenc­ia, pero a partir de los 90 Israel logró consolidar una estabilida­d macroeconó­mica que le había sido vedada por décadas.

Concluimos entonces que la batalla de las obras sociales es, en definitiva, una batalla por el mapa del poder en Argentina. La primera incógnita es si la reforma efectivame­nte puede llevarse a cabo, es decir si el Kirchneris­mo se animará. Si la puja no ocurriera, seguirá todo como estaba y el conservadu­rismo se habría impuesto al intento revolucion­ario.

¿Que ocurriría si el Kirchneris­mo sí se anima y es exitoso? Básicament­e cooptaría más recursos y más instrument­os de poder, pero sobre todo debilitará a quienes podrían entorpecer su proyecto hegemónico (y, yo agregaría, autoritari­o). Ganar esa batalla es esencial, si es que el Kirchneris­mo quiere avanzar, aun cuando el lugar hacia donde avanzaríam­os es algo que no quiero ni siquiera imaginar.

Paradójica­mente existe un tercer escenario, uno en el que el Kirchneris­mo es exitoso, pero luego pierde en las urnas. En ese caso, el nuevo gobierno se encontrarí­a con un mapa político inédito para un gobierno no peronista. De hecho, enfrentarí­a la posibilida­d de gobernar sin tener que convivir con esa relación estrecha de los sindicatos con lo que sería su oposición, relación que siempre se las había ingeniado para llevarlos tarde o temprano al borde del abismo. Y no debería convivir por la simple razón que el Kirchneris­mo ya habría drenado al sindicalis­mo de los recursos que le permiten sostener su poder.

Es decir que la jugada del Kirchneris­mo, si es que ocurre, y si es que el Kirchneris­mo sale triunfal, abre el abanico de posibilida­des, llevando la incertidum­bre en nuestro país a otro nivel. Por un lado, marcaría un peldaño más para una revolución que nos puede transforma­r en Venezuela en pocos años. Al mismo tiempo abre la posibilida­d para que un gobierno de oposición pueda ser exitoso. En nuestro país siempre es difícil saber qué querer.

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CEDOC PERFIL ¿BATALLA EN CIERNES?. El kirchneris­mo insinuó que irá por las cajas sindicales.
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FEDERICO STURZENEGG­ER*

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