Lucha de ellas, deuda de ellos
Los femicidios son uno de los delitos más terribles de hoy en día, por sus causas, por la falta de respuestas ante las alarmas y denuncias que realizan las víctimas. Su virulencia genera indignación, tristeza y una sensación de incertidumbre que asusta. Según el Observatorio Ahora que Sí Nos Ven, en nuestro país hay un femicidio cada 23 horas. En verano, en invierno o en cuarentena siguen sucediendo. Celos, rencor o desprecio, el móvil disociado y homicida de quienes pretenden domesticar lo que no se admite poseer.
El flagelo, por cierto, es complejo y multidimensional. Intolerancia, machismo y odio que se escudan en complicidades y omisiones institucionales y ciudadanas que no terminan de comprometerse como correspondería. Las situaciones de violencia de género suelen ser complejas, con denuncias de por medio, pero se encuentran con protocolos y respuestas obsoletas que buscan esperar y solo logran que la violencia termine de la peor manera.
Claramente la lucha feminista se ha vuelto una constante y va ganando adeptos. No por nada las masivas marchas de Ni Una Menos o los empoderamientos que la mujer ha logrado e incluso el apoyo del Estado en varios de estos logros, ha generado una mayor presencia en la academia, la política o la calle. Lamentablemente, los femicidios siguen ocurriendo.
Hay un principio de la física que indica que toda acción genera una reacción. Por lo que, la fuerza del empoderamiento encuentra enfrente otra de rechazo que se niega a cambiar status quo, costumbres y privilegios masculinos.
Es que, todo cambio genera ciertas resistencias. Sí se trata de valores, hablamos de paradigmas y estos suponen la conclusión de creencias, principios y reglas aceptadas por una mayoría en antaño y como tales, muy arraigadas ¿Esto quiere decir que hay dejar de marchar y de empoderar a la mujer en distintos ámbitos? No, todo lo contrario, pero hace falta que todos y todas nos sumemos a ayudar junto al Estado, acompañando esos procesos y diagramando estrategias. En este punto, los hombres cargamos con deudas: tenemos que acompañar, estar más cerca, escuchar, aprender, preguntar lo que no sabemos y, por sobre todo, desacreditar todas las actitudes y comportamientos machistas de aquellos que nos rodean.
En este sentido, cabe destacar que los esfuerzos deben redoblarse porque las luchas cuando se vuelven colectivas se transforman en conquistas sociales. Las revoluciones nunca fueron sencillas. Del teocentrismo al antropocentrismo no se pasó firmando un convenio, ni siquiera en modificaciones más contemporáneas y específicas de status quo, como reconocer judicialmente el interés superior del niño por sobre cualquier injerencia familiar. Nada sucedió de un día para el otro y, sobre todo, sin resistencias.
Esta lucha no será la excepción, se trata de romper relaciones de poder que acostumbraban a tener exclusivamente los hombres, porque la historia o la naturaleza así lo demandaban.
No caben dudas que gracias a la lucha feminista, a tratados internacionales con los derechos humanos de tercera y cuarta generación, entre otros factores, desde la equidad, igualdad y solidaridad se avanzó mucho y, no hay dudas, que las conductas esperables para toda persona deben ser las mismas –sin importar su género, etnia, religión, sexualidad o color de piel– básicamente ser feliz y poder desarrollarse.
Por eso, todos y todas debemos sumarnos porque la lucha de ellas es para una mejor sociedad, para nuestras abuelas, madres e hijas, pero también para nuestros abuelos, padres e hijos: porque con más tolerancia, solidaridad e integración, vamos a vivir mejor. Reforcemos la lucha para la mayor efectividad posible, que Ni Una Menos sea realmente Ni Una Menos.
No se trata, es bueno aclararlo, de un regreso a las clases: docentes y estudiantes estuvieron, en su gran mayoría, manteniendo distintos grados de escolarización en medio de la cuarentena extendida.
Pero las diferencias sociales para atravesar la pandemia mostraron su faceta más cruda. Si algo demostró 2020 en términos pedagógicos es que todos los alumnos son iguales, pero algunos son más iguales: algunos acudieron a “clases zooms”, con varias conexiones diarias facilitadas por modernos dispositivos tecnológicos y buen acceso de wifi, mientras que otros tuvieron que conformarse con “clases whatsapp”, a las que llegaban instrucciones asincrónicas sin ningún tipo de contacto con sus docentes.
En medio de ese panorama desalentador, las clases presenciales se convirtieron en, quizá, la única coincidencia generalizada de la dirigencia argentina. Y el “abran las escuelas” dejó de ser un reclamo opositor cuando el oficialismo confirmó la presencialidad en el aula. Desde entonces, la duda quedó instalado: ¿es seguro abrir las escuelas?
Es una pregunta que se repite, con temor, en todo el mundo. Alemania y Francia mostraron contramarchas en los últimos meses respecto a la apertura, y esta misma semana Italia cerró los colegios porque se evidenció un aumento de contagios en estudiantes menores en lo que sería el inicio de una tercera ola, profundizada por la nueva cepa británica.
En tanto, en China, epicentro de la pandemia, y en la mayoría de los países del sudeste asiático, las clases online conviven con el regreso de las presenciales, que se establecieron con obligatorios, rutinarios y masivos testeos a estudiantes y docentes para evitar cualquier tipo de rebrote.
En Estados Unidos, en cambio, el mapa de la presencialidad educativa muestra matices: una mayor apertura en colegios rurales y estados gobernados por republicanos, y una demora en el regreso a las aulas en los aglomerados