Perfil Cordoba

Uno, trece, veintitrés, treinta, cuarenta

- GUILLERMO PIRO

Hace poco veía un programa en History Channel. Aunque parezca increíble hay gente que se dedica a poner en práctica antiguos mitos con la pretensión de descubrir si son o no ciertos, como si existiera un mito que no lo fuera. Dejando de lado el hecho insufrible de que no creo nada de lo que veo en televisión (me refiero a que no creo en su realidad: todo está guionado, todos son actores, todo es falso), hay mentiras mostradas con tanta verosimili­tud y originalid­ad que me pierdo viéndolas. En este programa un heterogéne­o grupo de arqueólogo­s, historiado­res y profesores de literatura clásica trataban de averiguar qué tipo de soldados eran los que habían pasado tantas horas dentro del caballo de Troya sin hacerse notar. El Ejército de los Estados Unidos había puesto a disposició­n de ellos a sus mejores elementos, los de mejor puntaje, para participar de la prueba. ¿Pero qué había dentro del verdadero caballo de Troya? De acuerdo, guerreros aqueos. ¿Pero cuántos? Aquí las cuentas varían, desde los trece de la

hasta los cincuenta de la de Apolodoro, pero hay quienes hablan de veintitrés, de treinta, de cuarenta. Y hay quien dice que en realidad era un barco. Teniendo en cuenta que esos aqueos solo tenían que abrir una puerta dudo que fueran muchos: con uno alcanzaba. El equipo de investigad­ores decidió reclutar a una docena. Metidos dentro de un cubículo a lo largo de casi veinticuat­ro horas (allí las cuentas también discrepan, pero sigamos adelante), la docena de soldados actuales debían permanecer en completo silencio, sin moverse, sin hablar, sin emitir sonido. Un sonómetro dispuesto en el interior del habitáculo y una serie de cámaras permitían observar y decidir cuándo era hora de invitar a alguno de los soldados a retirarse y volver a casa (un modo más civilizado de hacer lo que el propio Ulises hizo con un aqueo demasiado ruidoso, a quien literalmen­te le cortó el cuello). Al cabo de tres horas solo quedaban tres soldados. A las seis horas solo quedaba uno. ¿Qué tipo de guerreros eran aquellos aqueos?

Recapitula­ndo: en el caballo de Troya, que podía ser un barco, había uno, trece, veintitrés, treinta, cuarenta, cien, tres mil personas. Pessoa era un aprendiz. Todo libro que se regala es un caballo de Troya, y la gravedad y eficacia de su ataque depende de muchas variantes, pero en cualquier caso es indudable que hay un instante a partir del cual se desencaden­a el ataque (cuando decidimos leer el libro en cuestión, cuando llevamos el regalo que nos dejaron dentro de la fortificac­ión o, como diría Murena, dentro de la cárcel de la mente.

Naturalmen­te, no siempre lo que se desencaden­a es un ataque con todas las letras. A veces, como en una película de Tarantino, somos troyanos que descubrimo­s la treta y tiramos dentro del caballo una pastilla de Gamexane. O hay veces en que los soldados aqueos tropiezan al salir y son descubiert­os, atravesado­s de lado a lado por lanzas y flechas. Pueden pasar muchas cosas, pero en definitiva el ataque queda neutraliza­do. En cambio hay otras veces en que las cosas se suceden como en el mito: uno, trece, veintitrés, treinta, cuarenta, cien o tres mil soldados salen subreptici­amente durante la noche y abren las puertas para que entre todo un ejército, saquee nuestra ciudad, asesine, viole, degüelle y prenda fuego a todo lo que existe.

Hay libros que provocan eso. No cualquiera, y no siempre son los mismos, pero la imagen de esos soldados abriendo las puertas de Troya se parece bastante a cuando abrí por primera vez el

de Céline o de T.E. Lawrence. No recuerdo que me haya pasado muchas más veces. Si recuerdo otra se los haré saber.

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