A manera de conclusión
Mientras que puede parecer relativamente sencillo aclarar lo que la Edad Media no es o identificar qué de lo medieval todavía nos es útil hoy, el recuento de las diferencias que nos separan de aquellos siglos podría continuar por mucho tiempo, mucho tramo. El problema no debería preocuparnos, habida cuenta de las muchas diferencias que nos separan de las décadas recientes en las que vivieron nuestros propios padres.
En realidad, este período siempre fue diferente incluso de sí mismo, solo que trataba de no decirlo. Nuestra época moderna gusta mucho de mostrar sus contradicciones, mientras que la Edad Media siempre tendió a ocultarlas. Todo el pensamiento medieval procura expresar una situación óptima y pretende ver el mundo con los ojos de Dios, pero es difícil reconciliar los tratados de teología y las páginas de los místicos con la pasión irresistible de Eloísa, las perversiones de Gilles de Rais, el adulterio de Isolda, la ferocidad de Fra Dolcino y la misma ferocidad de sus perseguidores, los goliardos, con sus poemas que ensalzan el libre placer de los sentidos, el carnaval, la Fiesta de los Locos, el alegre alboroto popular que hace escarnio público de los obispos, de las Sagradas Escrituras, de la liturgia y la parodia a todos. Leemos los textos en manuscritos que ofrecen una imagen ordenada del mundo y no comprendemos cómo pudieron aceptar que los márgenes se decoraran con imágenes que mostraban el mundo de cabeza y monos vestidos como obispos.
Se sabía perfectamente bien qué era el bien y se exhortaba a perseguirlo, pero se aceptaba que la vida fuera diversa y se confiaba en la indulgencia divina. En el fondo, la Edad Media daba un vuelco al aforismo de Marcial: “Lasciva est nobis pagina, vita proba” (“Nuestros escritos son lascivos, pero nuestra vida es casta”). Fue una cultura en la que se daba público espectáculo de ferocidad, lujuria e impiedad y se vivía, al mismo tiempo, según un ritual de piedad, creyendo firmemente en Dios, en sus premios y castigos, y persiguiendo ideales morales que podían transgredirse con todo candor.
La Edad Media se declaraba, en el plano teórico, contra el dualismo maniqueo y rechazaba, teóricamente, la existencia de todo mal en el plan divino de la creación, pero puesto que, a su vez, llegaba a practicar ese mal y de hecho, lo experimentaba cada día, tenía que hacer pactos con su presencia “accidental”. Así pues, también los monstruos y las bromas de la naturaleza podían ser definidos como bellos puesto que formaban parte de la sinfonía de la creación, del mismo modo que las pausas y los silencios, exaltando la belleza de los sonidos, revelaban, por contraste, los aspectos positivos. Así pues, no el individuo aislado sino la época en conjunto daba la impresión de estar en paz consigo misma.