Terra incognita
de usar la palabra para descolonizar un ambiente público –mediático y político– fagocitado por la crítica despiadada, la provocación a la riña de gallos –real o inventada– de poderes ocultos que terminan lucrando cada vez que los dirigentes se convierten en infértiles polemistas del barro.
No hay opción preferencial por los más pobres si antes no construimos una opción preferencial por el diálogo. Los países no mueren de pestes, mueren de egoísmo. Los movimientos políticos no mueren reconocer errores, sintetizar caminos, despojarnos de la armadura de una falsa infalibilidad. Y recordar que la democracia es el gobierno de las mayorías… y de las minorías, en su justa proporción.
Necesitamos también el heroísmo que encierra el valor del trabajo desde lo más pequeño y silencioso, para recordar que los puentes se construyen poniendo ladrillo sobre ladrillo, y no judicializando la política, ni tirando dardos a mansalva en forma de tuiters vengativos, instagrams
El heroísmo para poner como prioridad de prioridades la atención de los más frágiles y descartados. Una valiente creatividad y un sobrio heroísmo que nos recuerde que el héroe nunca es solitario, que solo los sueños colectivos permiten convertir las quimeras en realidad.
El papa Francisco nos convoca a ser artesanos de un amor político inédito, recordándonos que la política es la forma más alta de la amistad social. Nos habla de algo mucho más profundo: en comedores y huertas comunitarias, personal de limpieza, defensa y seguridad, laburantes esenciales.
En esos “heroísmos de la puerta de al lado” también está la Argentina del futuro que tenemos que ser capaces de liberar con una agenda de inclusión: la lucha contra la pobreza, el nunca más al endeudamiento tóxico, la producción industrial y agroindustrial a partir del trabajo digno y el conocimiento, la economía del cuidado, la tecnología al servicio del bienestar, el reordenamiento territorial armónico, la dimensión ambiental, la igualdad de género, la transparencia en obras, acceso a la Justicia y mercados.
En la encíclica hay una apelación realista a vivir la política como vocación y no como profesión: “Porque después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado, la pregunta no será: ¿cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí? Las preguntas, quizás