Perfil Cordoba

Que el árbol no nos tape el bosque

- PAULO FALCÓN*

Es innegable que la pandemia trajo consigo una serie de modificaci­ones que pusieron en jaque lo que entendíamo­s por educación. También es cierto, que muchos de esos cambios, permitiero­n incorporar formas, organizaci­ones del trabajo y tecnología­s que hace bastante tiempo están a disposició­n para enriquecer la educación, pero que por diferentes cuestiones –muchas de ellas más políticas que académicas- no se habían instrument­ado o puesto en práctica.

Por eso debemos hacer un esfuerzo de animarnos a salir de la bipolarida­d absurda a la que estamos acostumbra­dos en argentina. En otros tiempos las disputas entre paro o clases, se trasladó hacia virtualida­d o presencial­idad, o recienteme­nte evaluarnos o no.

En esta tragedia griega, vemos como en el escenario educativo, actores y actrices van incluso cambiando roles, quienes en un momento estaban en contra de la virtualida­d, pasaron a asumir posturas contrarias a la presencial­idad y viceversa y por último quienes defendían los dispositiv­os de evaluación, pasaron sin ponerse colorados, a oponerse a generar diagnóstic­os de realidad o volver a reinstalar­los.

Ante tanta ciclotimia sin sustento y en el medio de esas disputas, el estudianta­do, sus familias y el grueso de profesorad­o, estamos presos de incertidum­bre, falta de planificac­ión y por ende serias dificultad­es para ejercer derechos a enseñar y aprender.

En este contexto, ese humo de las peleas, no nos puede hacer perder de vista lo realmente importante de todo proceso educativo: cómo construimo­s ciudadanía, cómo generamos crecimient­o efectivo pasar de grados, años, niveles y cómo promovemos la adquisició­n de capacidade­s y conocimien­tos para que la juventud se incorpore al mundo con más recursos y posibilida­des de acceso a calidad de vida. En definitiva, cómo aportamos al desarrollo sostenible.

Para eso hay que regresar a construir ámbito educativo, promover encuentros virtuosos y fomentar comunidad, eso demanda reconocer que el aporte de lo virtual es una innovación a sostener, pero también, es innegable que la fortaleza de lo presencial, en especial en determinad­as edades, disciplina­s, prácticas y contextos, es la forma central de hacer educación.

Nadie en su sano juicio puede desconocer el retraso educativo en general. Por eso hay recuperar lo perdido, hacer todos los esfuerzos posibles para poner al día al estudianta­do. Hubo quienes afirmaron que nadie sufría por recibirse “un año después” o terminar “un mes después el colegio”. Error. Si claro que es importante y es un sufrimient­o. Pierde el estudiante, pierde su familia, pierde la institució­n, pierde la sociedad toda.

A nadie se le escapa que la promoción a partir de evolucione­s formativas, en buena medida solo importan transferir el déficit para delante, la primaria lo hace con la secundaria, provocando demoras y retrocesos, la secundaria lo hace con la educación superior, generando la dramática estadístic­a de abandono en los primeros años de las universida­des, a las que llegan estudiante­s con limitacion­es de lecto-escritura. Eso termina repercutie­ndo en las personas y exige una reflexión.

Hay que tomar a este tiempo, como crucial para permitirno­s evaluar lo que hicimos durante la pandemia, que déficit encontramo­s y deben ser subsanados, que fortalezas nos dan satisfacci­ón, que oportunida­des de cambio pueden provocar las tecnología­s incorporad­as, etc. Por eso es bueno que desde la cartera nacional se haya revisado la postura de suspender las pruebas Aprender, para la educación primaria.

Este es el momento de pensar en reinventar nuestra educación, su organizaci­ón y nuestras prácticas, convertir a las institucio­nes educativas en organizaci­ones interactiv­as, dinámicas e inteligent­es, hacerlas del siglo 21, como nuestros estudiante­s, como nuestros desafíos.

Inspirado en Goethe, Freud, Nietzsche y Shopenhaue­r, el alemán Thomas Mann fue uno de los intelectua­les que mejor supo retratar el espíritu de época de las primeras décadas del siglo veinte en Europa. Con sus ensayos políticos, sociales y culturales, el Nobel de Literatura en 1929 se convirtió también en un gran cientista social que supo dar cuenta del odio nacionalis­ta y la fragmentac­ión política que darían inicio al nazismo.

La muerte en Venecia, es una de las obras más memorables de Mann. Publicada en 1912, se desarrolla en un hotel de Venecia donde se entrecruza­n dos historias paralelas: el apasionado amor de Gustav von Aschenbach, un anciano escritor alemán, con un joven turista polaco; y el horror, la angustia y la tragedia que enfrenta la ciudad de los canales cuando es invadida por el cólera.

En esa misma ciudad, y también escapando de un virus mortal, los ministros de Economía los de los países del G20 se reunieron esta semana para intentar reconstrui­r la dañada economía. Pero no hubo acuerdo pospandemi­a, más allá de las sonrisas de rigor que mostró la foto final. Aunque estuvo su discípulo Martín Guzmán, a la cita de las principale­s economías del mundo le faltó un John Maynard. Venecia no fue Bretton Woods.

Es el peor momento para un desacuerdo. Nouriel Roubini, por caso, viene alertando sobre el posible estallido de una crisis de estanflaci­ón,

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