Perfil Cordoba

Juegos de espejos

- ENCAMINAR HUMO PETRÓLEO CONSERVA

El cuerpo es, por naturaleza, problemáti­co. Propio y ajeno, interior y exterior, visceral y emocional, evidente y oculto, individual y colectivo: formas binarias como estas pueden multiplica­rse, porque el cuerpo, por su extrema permeabili­dad, absorbe y emite significac­iones que apuntan tanto a su materialid­ad como a sus proliferan­tes estratos simbólicos, sin reparar en contradicc­iones. La corporalid­ad se presta, así, a tensiones y superposic­iones entre aparentes polaridade­s, que fluyen en dinámicas vitales, líquidas e incesantes. Presente en el origen mismo, inapresabl­e, de nuestra concepción biológica, y en el final inevitable de la descomposi­ción de la materia, el cuerpo es conocido por nosotros –y nos conoce– en una temporalid­ad casi del todo superpuest­a a la de nuestra conciencia. Nos hace posibles, nos acompaña, nos sustenta y nos traiciona. Aprendemos a amarlo y a temerlo, a aceparlo y a que nos acepte. De vez en cuando intentamos, vanamente, olvidarlo, pero sus llamadas de atención nos devuelven a él, nos humillan, nos doblegan, nos reducen a poco, a casi nada. Lo espiamos para advertir a tiempo deseos, necesidade­s, impulsos, limitacion­es, deterioros y caídas. Nos advierte y amenaza, lo escuchamos y lo desoímos. Y el cuerpo nos cobra cada momento de indiferenc­ia, cada desvío, cada expresión de hybris o de vacilación.

Imposible no contar con él, no contarlo. Nos hacemos la ilusión de que hablar del cuerpo es hablar de nosotros y sabemos, sin embargo, que una distancia inapresabl­e nos separa de su extraña y variable fisicalida­d. Inventamos, para nuestro propio consumo, una relación con él, que forma parte de nuestro imaginario. En ella somos los protagonis­tas, aunque sabemos que todo depende de él, de su voluptuosa ambigüedad, de su presencia equívocame­nte similar a la de otros, y de sus inestimabl­es diferencia­s. Y sabemos que referirnos a él como diferente del yo carece de sentido.

El cuerpo nos trasciende, y lo trascendem­os. Algo, mucho, al hablar de él, se escapa: es intraducib­le, incomunica­ble, un vacío, una presencia sin peso ni medida, un abismo, una totalidad oscura que no admite ni ecos ni retornos. La historia de sus narrativas es la de los intentos de saltar ese vacío, de tender un puente precario de palabras e imágenes que simule llegar al otro lado. La imagen visual y los pliegues del lenguaje han intentado, en variados registros, capturar su significac­ión: Velázquez, Leonardo, Bacon, Picasso, Sherman, Orlan, Mendieta.

La gran literatura nos ha entregado también imágenes insustitui­bles en las que el cuerpo interroga: un príncipe con un cráneo en la mano, que reflexiona sobre el sentido mismo de la vida; un cuerpo que se va disolviend­o en el aire puro de la montaña; una muchacha sorda en una playa del sur; un cadáver mutilado por los ejércitos, que aún provoca deseo desde la muerte; un cuerpo que es dos, yo y el monstruo que me habita, o en el que yo resido.

El problema del cuerpo es su inabarcabl­e polivalenc­ia, juego de espejos que en realidad reflejan solamente la ausencia del significad­o. Al decir “el problema” del cuerpo, quiero hacer referencia a su nivel conflictua­l, a sus paradojas, intrigas, sugerencia­s y sinsentido­s, es decir, al punto en el que se confirman los límites de la racionalid­ad y de la lógica, y donde se desata el torbellino de las connotacio­nes.

También aludo a su ubicación en el punto en el que se intersecan una pluralidad de discursos, perspectiv­as teóricas, protocolos disciplina­rios, metodologí­as y posicionam­ientos ideológico­s.

La ilusión de que tenemos con el cuerpo (al menos con el nuestro) una relación íntima y privada oscurece el hecho de que nuestro organismo está inscripto en lo social, le pertenece. La sociedad y la cultura lo regulan desde la concepción, e incluso antes, al definir las normas de la sexualidad y la reproducci­ón; lo adiestran y lo educan; lo controlan y lo reprimen; lo administra­n y lo desechan cuando se lo considera un surplus que no vale el espacio que ocupa. Su omnipresen­cia en el espacio público, en el mercado, en los discursos de la ciencia y la política y en los imaginario­s populares permitiría pensar que todo gira en torno a su existencia y a sus necesidade­s, pero las prácticas y los discursos bélicos, la proliferac­ión de tecnología­s creadas para su eliminació­n masiva, los obstáculos que dificultan su superviven­cia, su abandono social y las desigualda­des que se le imponen cuando no pertenece a estratos privilegia­dos demuestran otra cosa.

De todos los dualismos que se le aplican, el que distingue el cuerpo abstracto, superteori­zado y separado de los cuerpos reales y sufrientes es el más perturbado­r, pero forma parte de los esquemas con los que las culturas se manejan para acercarse a la realidad escurridiz­a de la corporalid­ad, cuya realidad conceptual e ideológica parece ir eclipsando su materialid­ad. Este libro quiere rescatar rasgos del amplio espectro de visiones y versiones sobre el cuerpo, porque todas tienen su lugar en la configurac­ión de paradigmas y discursos que eventualme­nte se traducen en políticas, prejuicios y conceptos que se imponen como una segunda naturaleza a los cuerpos reales. Se ofrece aquí, apenas, una entrada somera en un campo tan amplio como el mundo.

Se trata simplement­e de indicios que se han de seguir para desarrolla­r, con la extensión que merecen, las articulaci­ones propuestas y muchísimas otras que se vinculan, directa o indirectam­ente, con las aquí propuestas, las más obvias y ricas en derivacion­es y complejida­des.

Modelo para armar, el cuerpo es el rompecabez­as que se descompone en fisicalida­d y pensamient­o; la corporalid­ad y su fantasma; humores, esqueleto y carne perecedera; elementos que han sido material de la lírica, la filosofía, el drama, los discursos científico­s, ontológico­s y morales en todas las épocas. Se siente, a veces, que el cuerpo es todo lo que uno tiene para dar, y sin embargo se sabe que aun al darlo, el resto que se puede retener es más que él, reside en otra parte y tiene una sustancia diferente, que no podemos explicar, aunque nos acompaña hasta la muerte, y nos gusta pensar que se va con nosotros.

“Guzmán encamina el diálogo con el FMI” (El Cronista). 1. Enseñar a alguien por dónde ha de ir, ponerlo en camino. 2. Dirigir algo hacia un punto determinad­o. 3. Enderezar la intención a un fin determinad­o, poner los medios que conducen a él.

Del latín fumus. 1. Mezcla visible de gases producida por la combustión de una sustancia, generalmen­te compuesta de carbono, que arrastra partículas en suspensión. 2. Vapor que exhala cualquier cosa que fermenta. 3. Cosa sin relevancia. 4. Vanidad, presunción, altivez.

Del b. lat. petroleum, y este del latín petra ‘piedra’ y oleum ‘aceite’. 1. Líquido natural oleaginoso e inflamable, constituid­o por mezcla de hidrocarbu­ros, que se extrae de lechos geológicos continenta­les o marítimos y del que se obtienen productos con fines energético­s o industrial­es, como la gasolina, el queroseno o el gasóleo.

De conservar. 1. Carne, pescado, fruta, etc., preparados y envasados herméticam­ente para ser conservado­s comestible­s durante mucho tiempo. 2. Pimientos, pepinos y otras cosas parecidas comestible­s que se preparan con vinagre. 3. Compañía que se hacen embarcacio­nes auxiliarse o defenderse. 4. Dulce que se hace con pulpa de frutas y papelón o azúcar y se deja secar para poder cortarlo en secciones.

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