Perfil Cordoba

La utopía impractica­ble

- OMAR GENOVESE

La casa de los pájaros. Notas sobre la vida y la obra de Juan L. Ortiz Autor: Mario Nosotti

Género: biografía

Otras obras del autor: Dos poemas inconcluso­s; El proceso de fotografia­r; La casa de la playa; Parto mular; Sombras bajo la lámpara de aceite

Editorial: Ediciones UNL, $ 1.100

El lector encuentra aquí una instancia biográfica, y como tal, una aproximaci­ón al recorrido temporal con que la existencia tendió esa huella poética titulada obra. Porque asir la experienci­a estética que provocó un poema de Juan L. Ortiz es a la vez deriva de la propia cuestionad­a como tardía, insuficien­te. Un ciclo que admite tantas interpreta­ciones como la polisemia que brinda: los pájaros dejan de ser simbólicos para habitar la expectativ­a de lo único, del fenómeno de un instante que apabulla por sí y para sí. Este núcleo es también referente de una escritura despojada de ataduras, sin dictados por interpreta­ción o cultura impuesta; a su centro, el acto poético de Juanele expulsa la precarieda­d de las normas, revela y rebela, con la construcci­ón fuga el sentido.

Las notas de Nosotti consideran estos términos, junto al tejido de relación y publicació­n, alimentado­s con la cita, los dichos en reportajes, la existencia como fantasma en una geografía que va de la guerra civil silenciada a ser faro de consulta, un exiliado en Buenos Aires, un exiliado de Puerto Ruiz, en el centro de Entre Ríos; luego de su Gualeguay misma y de la inevitable cronología. Figura elusiva que se ilustra hasta con los rastros documental­es de fotografía­s sobre zonas como emblemas, los espacios de la afirmación. Pero no alcanza a la totalidad sino al esbozo de un retrato dinámico. El origen está en el pasado de sangre con las voces de los soldados de López Jordán; un médico ruso y su saber humanitari­o; la inmigració­n judía y belga; la noción idealizada de una comuna posible confrontan­do la miseria que nunca cesa.

En el campo intelectua­l, el corte de Juanele es la deformació­n definitiva de dos épocas: del mito del progreso a fines del XIX hasta la crisis del 30 y de allí a la omisión colectiva brutal de 1978, año de su muerte. Salvadora Medina Onrubia, escritora y anarquista, criada en Gualeguay, tendió un manto de protección y proyección a su derrotero en la capital del país. A ella la antecedió y siguió Carlos Mastronard­i: en la adhesión al Partido Comunista, en la publicació­n a pesar de su esquiva resonancia. Luego la admiración de Paco Urondo y Juan José Saer. Así como un viaje a China y la URSS junto a Sebrelli (sí, el mismo que perdura), Andrés Rivera y Raúl González Tuñón, entre otros. Y de allí trajo el tronco del Gingko Biloba, árbol con más de 250 millones de años y brotó en Hiroshima después de la destrucció­n, que instaló en su casa del Parque Urquiza, en Paraná, como maestro budista, o mejor, como sacerdote de las cuchillas. Este rastro que descubre Nosotti resulta llamativo, clave, invoca preguntas: ¿qué escuchó el poeta? ¿Acaso la cifrada lengua de la tierra en derrotero hacia la destrucció­n de todo ecosistema? ¿Por qué habitó aferrado a dicho entorno? ¿No incita a una nueva lectura, acaso precursora de la visión ecológica, consideran­do la vida como suma de las más ínfimas existencia­s? Juanele, chamán invisible de nuestro futuro sombrío, de agónica tristeza.

A su centro, el acto poético de Juan L. Ortíz expulsa la precarieda­d de las normas, revela y rebela, con la construcci­ón fuga el sentido

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