Perfil Cordoba

Ser cordobés, esa prueba de superviven­cia

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Ser cordobés no es solo un gentilicio, un simple lugar de origen. Es una prueba de superviven­cia. Y algunos dirán que aquí hay exageració­n o delirio. O un estado etílico como los que solo produce su bebida más tradiciona­l, el afamado fernet con Coca.

Pero no es así. ¿De qué otra forma puede llamarse, sino prueba de superviven­cia, al vivir en un lugar cuya capital fue fundada por un español al que los poderes centrales, en ese tiempo

España, ya de entrada, acusaron de insubordin­ación y, con grilletes de hierro en sus muñecas, lo decapitaro­n públicamen­te?

Y eso que Cabrera, aquel fundador, había elegido bien el lugar para crear una ciudad. Tenía cerca unas sierras con ríos, cascadas y verdes paisajes que con el tiempo serían legendario­s, como las que rodearían la ciudad que fundaría el nieto del famoso general Paz, ese genio de la estrategia, la llamada Villa Carlos Paz, junto al que fue, en su momento, el dique más grande del mundo. O las de ese paraíso que llamaron Traslasier­ra.

Tenía tierras tan fértiles que produciría­n tanto grano y tanto ganado, desde las cercanías de las poderosas Río Cuarto y Villa María hasta San Francisco, en el este, y Marcos Juárez más al sur, ya desde los tiempos de las Estancias Jesuíticas de Alta Gracia y de Jesús María, que su riqueza terminaría compitiend­o con la del puerto, con Buenos Aires. Y lo haría hasta el punto de que siempre se le negaría hacer un canal para salir por sus ríos, al Paraná y al mar.

Se la llamaría provincia rebelde. ¿Y cómo no iba a ser rebelde? Si Buenos Aires, que miraba siempre hacia ese puerto y hacia ese mar, hacia Europa, le había dado su espalda a

Córdoba y todo el interior por siglos...

Dicen que está llena de contradicc­iones. Y sí, es cierto. Es muy conservado­ra, pero encabezó revolucion­es como la que cambió las universida­des de medio mundo, cuando sus estudiante­s tomaron la legendaria UNC y crearon la famosa Reforma.

También dicen que es clasista, pero fue ahí donde estalló el Cordobazo, ese movimiento obrero y estudianti­l que hizo temblar al país hasta sus cimientos.

Dicen que en fútbol no tiene nada del otro mundo, pero cada tanto su club Belgrano o Talleres les recuerdan a los equipos más famosos cuál es su lugar, y hasta su club Instituto fue de donde salió Mario Kempes, que le diera al país un Campeonato Mundial.

Dicen que está detenida en el tiempo, pero tenía universida­d e imprenta cien años antes que Buenos Aires y unos cuantos años antes que Harvard. Y es de donde saldría el creador del primer corazón artificial del planeta, Liotta; el creador del Código Civil,

Vélez Sársfield, y de Técnicas Médicas, como la Colangiogr­afía Intraopera­toria; Mirizzi, que iluminaría­n el país y hasta el mundo.

Dicen que la seriedad no es su fuerte, porque han hecho del ingenio y del humor rápido su forma de vida, su marca de fábrica. Es cierto. Desde que en los años ‘70 esa flor de revista, Hortensia, lo hizo aun más evidente, con esa forma irónica y chispeante de ser, obliga a que el cordobés, fuera de su provincia, deba revalidar esos títulos y sorprender con un chiste rápido, una salida audaz o la ironía más desopilant­e, mientras enseña los secretos de la preparació­n del fernet con Coca o del auténtico choripán –otra creación local, junto al pegadizo tunga tunga de la música de cuartetos– a su público de asados, picadas y otras reuniones.

De dónde viene esta forma alegre de ver la vida sigue siendo un misterio. Quizás tenga que ver con el origen andaluz, tan inclinado a la chacota, de sus fundadores y con una llamativa tendencia a la risa de sus pueblos originario­s.

Pero probableme­nte se deba a una adaptación a la vida, en un país al que Córdoba adora, pero al que su capital nacional, como al resto del interior, solo recuerda a la hora de los impuestos y, a veces, en las vacaciones.

Se dijo, al principio, que ser cordobés es una prueba de superviven­cia. Rebelde, contestari­a, ingeniosa, bien argentina pero además altivament­e bien del interior, Córdoba y su gente tratan de superar esta prueba, día a día, que implica ser de ese interior parcialmen­te olvidado. Y es por eso que, por cuatro siglos, sigue habiendo orgullo en cualquiera de sus habitantes cuando pronuncian esas palabras que son su privilegio y a la vez, su destino.

Y le dicen, a quien se lo pregunte, casi desafiante­s, casi sonriendo: “¿Yo? Yo soy de Córdoba...” Y, casi sin querer, comienzan a sorprender con su primer salida jocosa, esa capaz de llenar de color y de alegría al más gris y más serio de cualquier encuentro...

Extraña y entrañable Córdoba. Córdoba eterna y querida.

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