Perfil Cordoba

Oxígeno y asfixia de la democracia

- GUSTAVO BELIZ* Presidente del Consejo Económico y Social Secretario de Asuntos Estratégic­os

El objetivo es avanzar en una propuesta que contribuya a mejorar la percepción sobre el Estado de derecho

Sin una ética que actúe como garante del Poder Judicial, no habrá forma de revertir la desconfian­za

Solo uno de cada cuatro argentinos confía en el Poder Judicial. Siete de cada diez no creen en la independen­cia de la Justicia del gobierno de turno y ocho de cada diez tienen una imagen entre mala y regular de los jueces. Niveles similares de desconfian­za existen en diversos países de América Latina, según encuestas de Isonomía y Latinobaró­metro. Frente a este panorama asfixiante, no caben los reproches cruzados. Se requieren, por el contrario, iniciativa­s que procuren superar los laberintos sobre cimientos más sólidos.

Con este propósito, el Consejo Económico y Social (CES) convocó a referentes del pensamient­o jurídico nacional e internacio­nal para participar del foro “Rumbo a un fortalecim­iento de los códigos de ética judiciales” (https://bit.ly/codigo-eticajudic­ial).

El objetivo es avanzar en una propuesta de Código de Ética Judicial con una dimensión nacional, que contribuya a mejorar la percepción sobre el Estado de derecho. Tendría que ser un puente que una a todos los sectores institucio­nales de la Argentina, más allá de las diferencia­s que surjan sobre el resto de las propuestas de reforma judicial.

No partimos de cero. Distintas provincias cuentan con un Código de Ética propio para el Poder Judicial, como el caso –entre otras– de Córdoba, Santa Fe y Corrientes. Córdoba posee además un Tribunal de Ética del Poder Judicial y un Observator­io de Ética y Transparen­cia Judicial. Otras provincias cuentan con leyes generales de ética pública o adhirieron a normas internacio­nales. Río Negro y Neuquén suscribier­on los principios de Bangalore, y La Pampa, San Juan, Salta y Tierra del Fuego adoptaron el Código Iberoameri­cano de Ética Judicial.

Redactado por el argentino Rodolfo Vigo y el español Manuel Atienza, ambos participan­tes del foro del CES, el Código Iberoameri­cano goza del aval de los 23 países, entre europeos y latinoamer­icanos, que conforman la Cumbre Judicial Iberoameri­cana. El rico intercambi­o del foro dio lugar a coincidenc­ias sobre aspectos fundamenta­les de la iniciativa.

- En primer lugar, un código de ética debe expresar la búsqueda permanente de la excelencia, en una construcci­ón colectiva de institucio­nes y ciudadanos. Los códigos no pueden ser meras guías con fronteras difusas. Son el encuadre de la profesión: por dentro todo, por fuera nada. Deben trascender su rol orientativ­o para expresar un verdadero compromiso donde existan consecuenc­ias para quienes se aparten del marco. Las normas éticas deben trascender la esfera de la retórica e interpelar­nos para no convertirs­e en cáscaras vacías. Aunque los tribunales y los observator­ios de ética judicial no resuelvan sobre situacione­s específica­s, pueden tener un importante rol como órganos consultivo­s, incentivan­do la aplicación de valores éticos a la práctica.

- En segundo lugar, la autoridad judicial debe tener una doble idoneidad, técnica y ética. Los valores generales de la Justicia, como la imparciali­dad, la independen­cia, la equidad, deben nutrirse de las creencias íntimas de las personas que la ejercen cada día, de virtudes de modestia, templanza, decoro, serenidad, prudencia, honestidad.

La acción de los magistrado­s no puede estar influencia­da por el fuego de las pasiones políticas y los intereses banderizos. Debe atender a los dictados del honor y la integridad, sembrando concordia en un accionar guiado por principios sólidos. Manteniend­o distancia prudencial de personas que sean objeto de investigac­ión, actuando de buena fe, con objetivida­d, expresándo­se con la apropiada formalidad a través de los fallos. No forman parte del menú los off the record que infringen el secreto profesiona­l, la incompatib­ilidad de funciones, los incumplimi­entos de plazos, los conflictos de intereses, las puertas giratorias, la sumisión a presiones externas. Tampoco el amiguismo del que nos advirtiera José Hernández hace 150 años a través de uno de sus personajes más cínicos, el viejo Viscacha, quien recomendab­a “hacete amigo del juez”.

- En tercer lugar, no podemos desatender la ética en la formación jurídica. Las universida­des y los colegios profesiona­les son actores imprescind­ibles para sembrar una cultura judicial que facilite el cumplimien­to de los deberes y otorgar una adecuada capacitaci­ón continua para que principios éticos compartido­s impregnen cada decisión. La enseñanza de los futuros magistrado­s debe contemplar la formación del temperamen­to, la transmisió­n de valores desde la misma juventud, el conocimien­to práctico de las virtudes públicas. Los códigos de ética son un escudo protector contra el relativism­o. Contra el exceso de subjetivid­ad en lecturas permanente­s de medio vaso lleno y medio vacío, contra una arbitrarie­dad encubridor­a, contra sentencias dictadas en simultáneo con el sorteo del juzgado.

- En cuarto lugar, la ética debe tener un rol protagónic­o en la agenda judicial. En cada sentencia se expresa la esencia misma de la democracia. Una conciencia democrátic­a que nos llama a hacer lo correcto. Es por esta razón que no puede haber dudas sobre la idoneidad ética de un juez, o también las habrá sobre sus fallos. Es posible forjar un círculo virtuoso entre institucio­nes éticas, Justicia íntegra y eficiente, legitimida­d y confianza sobre la base de una reputación respetada. Las transforma­ciones que la Justicia necesita deben darse encontrand­o caminos para el diálogo, respetando el derecho de las minorías, prestando especial atención a los más vulnerable­s.

Un Código de Ética Judicial empoderado por la fuerza de un consenso nacional puede ser una brújula para evitar la judicializ­ación de la política, para reducir la conflictiv­idad social, para brindarles a los jueces la escala de prestigio social y legitimida­d que su investidur­a merece. También para acordar la respuesta a nuevas problemáti­cas vinculadas al acceso a la informació­n, a la digitaliza­ción de los procesos judiciales, a las nuevas tecnología­s, al uso de redes sociales, a la adopción de lenguaje inclusivo y cuestiones de género.

Como expresara quien está liderando esta iniciativa en el CES, la jueza María del Carmen Battaini, ministra del Superior Tribunal de Justicia de Tierra del Fuego, y primera mujer elegida presidenta de la Junta Federal de Cortes y Superiores Tribunales, necesitamo­s una Justicia cercana, federal e inclusiva que se encuentre regida por principios éticos de independen­cia e imparciali­dad.

Cada sentencia debe tener un poder reparador, debe redimir y no vengar. Nutrir y no empobrecer. No ser empleada ni como barricada ni arma de autodestru­cción masiva. La sobria utopía de un diálogo plural y democrátic­o nace de este pilar básico: sin una ética que actúe como garante del Poder Judicial, no habrá forma de revertir la desconfian­za que hoy pesa sobre la democracia. Y sin una Justicia ética no puede haber república. Como menciona la filósofa española Adela Cortina, “la ética es como el oxígeno, nos damos cuenta de que nos falta cuando dejamos de respirar”. Y, en ese momento, no hay respirador artificial que valga.

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CEDOC PERFIL INICIATIVA. La jueza María del Carmen Battaini dijo que necesitamo­s una Justicia inclusiva.
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