Perfil Cordoba

Política e identidad

- JAIME DURAN BARBA*

Malcolm Gladwell dice que el análisis de la política es más complejo que el pensamient­o limitado de algunos académicos y dirigentes que, incapaces de pensar en términos estratégic­os, orientan las campañas tratando de usar hechos aislados, como piezas del marketing político o de las relaciones públicas. La política es mucho más compleja.

Tiene que ver con actitudes humanas que varían todo el tiempo, integradas en conjuntos de percepcion­es psicológic­as complejas, que se desarrolla­n en la interacció­n entre políticos y ciudadanos tratan de ser sujetos de su destino.

En muchos casos confunden las herramient­as con lo sustantivo. Durante un tiempo había gente que vendía trolls que no servían para nada. Hoy dicen que hay que hacer un Tik-Tok, herramient­a que no significa nada en sí misma, puede servir para transmitir mensajes eficientes dictados por una estrategia o convertir al candidato en un idiota.

Hay dirigentes que sorprenden con su campaña cuando piensan, cuando son capaces de ver los conjuntos, arman un equipo con experienci­a, al que proporcion­an herramient­as para trabajar con estrategia. Lo gracioso es que en algunos casos, cuando llega el triunfo, el político superficia­l lo atribuye a la magia, abandona el trabajo racional y normalment­e se hunde.

Incluso en países en que los gobiernos autoritari­os controlaro­n todo durante décadas, la gente se despierta, se conecta con las redes, cuestiona al sistema y pide libertad. En esta semana Francia se incendió con el rechazo al pasaporte sanitario, Sudáfrica cayó en una insólita espiral de violencia, Nicaragua y Venezuela van al colapso, en Haití asesinaron a un personaje que fungía de presidente, que antes había acabado con el Congreso y las institucio­nes.

En Cuba, última sobrevivie­nte de la Guerra Fría, tambalea una dictadura que duró sesenta años, a la que no se puede juzgar fácilmente. En su momento, cuando parecía que la Revolución se instalaba en el mundo, tuvo un protagonis­mo insólito para un país latinoamer­icano.

Literalmen­te, el mundo casi se acaba cuando los rusos instalaron en la isla misiles con ojivas nucleares.

Parecía un jugador de alto nivel cuando entrenó guerrillas que se diseminaro­n por toda América Latina, y envió tropas que combatiero­n en África. Parecía una potencia mundial.

En el mundo unos confiaban en su fuerza y otros temían su injerencia. El mito perdura, Algunos van en procesión a pedirles vacunas, mientras varios gobier

nos lo acusan de los problemas que viven, por sus propias equivocaci­ones.

La gente común se hartó y salió a las calles cubanas preguntánd­ose ¿para qué sirvieron décadas de autoritari­smo si los convirtier­on en uno de los países más pobres de América? ¿Valió la pena tanto sacrificio para vivir cada día peor? ¿Tienen derecho otros latinoamer­icanos a exigirles que padezcan indefinida­mente la peste y la pobreza en nombre de unos principios que ellos no viven?

Los únicos cubanos que gozan de prosperida­d son los que forman parte del tercio de la población que huyó a Estados Unidos, construyó Miami, la ciudad latina más próspera del continente, y mantiene al país con sus remesas.

Desde luego que Cuba no es otra de las dictaduras noveleras del Caribe que se dicen de izquierda. No existe en la isla una élite ligada al narcotráfi­co, hundida en dinero, como la venezolana. Los Castro nunca tuvieron una hija como María Gabriela Chávez, la persona más rica de Venezuela, que tiene 4.197 millones de dólares en Andorra y Estados Unidos, que según ella provienen de sus ganancias como vendedora a domicilio de productos Avon. Tampoco los jerarcas cubanos tienen todos sus hijos al frente de las principale­s empresas del Estado, como lo hacen los Ortega en Nicaragua.

El esquema simplement­e caducó, como las cremas radiactiva­s que se usaban para borrar las arrugas hace años. Pasada la prosperida­d que le proporcion­ó su alianza con Rusia, es uno de los países más pobres del continente. Sus habitantes tienen derecho a integrarse al siglo XXI, vivir mejor, ejercer la democracia.

Hay sin embargo quienes, incluso algunos que han estudiado algo, que quieren que los cubanos sigan sufriendo en nombre de una Revolución que desapareci­ó. Sería incomprens­ible que tengan semejante actitud si no fuera porque en política las identidade­s pesan más que la razón. Lo desarrolla­mos luego citando a Fukuyama.

Las elecciones pospandemi­a en países democrátic­os dan lecciones que confirman tendencias que se venían detectando en la academia sobre cómo está funcionand­o la política en la sociedad de la tercera revolución industrial.

No hay hechos aislados que sirvan. Es ingenuo creer que el gobierno argentino puede ganar las elecciones si vacuna a toda la población. Además de que la meta es imposible, esta enorme desgracia no puede tener un final feliz. La pandemia es en sí mismo mala. No conozco a ningún dueño de funeraria que haya ganado las elecciones en ningún sitio, pero vi a un payaso arrasar en los comicios para diputado de Sao Paulo en el 2010 y al cómico Volodomír Zelenski ganar la presidenci­a de Ucrania. Como dice Gladwell, las asociacion­es inconscien­tes pueden ser más determinan­tes que los discursos.

Si Alberto superaba sus superstici­ones y era eficiente, tampoco habría podido manipular a los argentinos. La gente cree que estar vacunado es un derecho que no tiene porqué agradecer. Con la vacunación perfecta pudo correr la suerte de Netanyahu.

Pero desgraciad­amente no fue así, estamos entre los países peor evaluados del mundo en cuanto al manejo de la pandemia. Atar la vida de los argentinos a las dos dosis de la vacuna rusa fue imprudente. Si alguien estudia historia y analiza los comportami­entos rusos, se habría percatado que no era probable que cumplan con su oferta. Si conoce la cultura nipona estaría tranquilo cuando firma un convenio con Japón. Cada cultura tiene actitudes diversas frente a los compromiso­s.

Lo más hilarante fue que algunos funcionari­os viajaron a Cuba para comprar vacunas, poco antes de que estalle una sublevació­n general porque el gobierno de la isla no sabe afrontar el covid. No trajeron vacunas sino la solicitud para que se les donen jeringuill­as de las que se desechan en Argentina. Cualquier persona que conoce el mundo universita­rio sabe que detrás de Pfizer, AstraZenec­a y otros laboratori­os están miles de científico­s que trabajan, intercambi­an conocimien­tos, colaboran. Existe una comunidad científica internacio­nal de la que Cuba está aislada.

Sin embargo, hay algunos que salen a manifestar­se en defensa de la Revolución cubana. No les importa que la gente muera en la isla con tal de que se respeten principios que llegaron al final. Es un problema de identidade­s, no de análisis racional.

Como dice en uno de sus últimos trabajos Francis Fukuyama, la política se define cada vez menos por preocupaci­ones económicas o ideológica­s y crecen las cuestiones de identidad. En muchas democracia­s, la izquierda no reivindica tanto la igualdad económica, se dedica más bien a promover los intereses de un conjunto heterogéne­o de grupos marginados, como minorías étnicas, inmigrante­s, refugiados, mujeres y personas LGBT.

Por su parte, la derecha ha redefinido su misión dedicándos­e a la protección de la identidad nacional tradiciona­l que con frecuencia se relaciona con la raza, la etnia o la religión.

La política de identidad explica mucho de lo que sucede en los asuntos globales y también en los nacionales. Esto anula una larga tradición, que se remonta hasta Marx, de ver los todos los enfrentami­entos políticos como reflejo de conflictos económicos. Muchos grupos creen que sus identidade­s nacionales, regionales, religiosas, étnicas, sexuales, de género o de otro tipo, no tienen el debido reconocimi­ento.

Hay municipios argentinos dominados durante décadas por un partido que los ha llevado a la miseria, pero que han votado y votarán por el peronismo, por un tema de identidad.

La política de las identidade­s ya no se desarrolla solo dentro de los guetos de las universida­des o en las

Como dice en uno de sus últimos trabajos Francis Fukuyama, la política se define cada vez menos por preocupaci­ones económicas o ideológica­s y crecen las cuestiones de identidad. La política de identidad explica mucho de lo que sucede en los asuntos globales y también en los nacionales. Esto anula una larga tradición, que se remonta hasta Marx, de ver todos los enfrentami­entos políticos como reflejo de conflictos económicos. Muchos grupos creen que sus identidade­s nacionales, regionales, religiosas, étnicas, sexuales, de género o de otro tipo, no tienen el debido reconocimi­ento.

“guerras culturales” que promueven algunos medios de comunicaci­ón. Se ha convertido en un concepto que explica gran parte de lo que sucede en la política. Las sociedades democrátic­as se fracturan en segmentos que expresan identidade­s cada vez más estrechas y fanáticas, que ponen en riesgo la discusión de la sociedad en su conjunto.

El sentimient­o de que sus grupos no son respetados genera un fuerte resentimie­nto y un sentimient­o que Fukuyama llama “isotimia”, que hace que las personas demanden que los otros los vean tan buenos como ellos.

Con el surgimient­o de la democracia moderna la isotimia tiende a imponerse sobre la megalotimi­a: sociedades que solamente reconocían los derechos de unas élites, son reemplazad­as por otras, que reconocen la igualdad de todos los grupos. Ciudadanos que temen perder su estatus de clase media se enojan con las élites, porque sienten que no los ven y otorgan privilegio­s a pobres, a los que sienten injustamen­te favorecido­s.

El trabajo confiere dignidad a la persona, pero la clase media argentina se enoja cuando siente que el Gobierno favorece a quienes no cumplen las reglas. La garantía para los abusos que cometen ciertas organizaci­ones laborales o unos pocos individuos que ocupan el tren porque quieren que los contraten, afectando a cientos de miles de ciudadanos, son bombas de tiempo que van a estallar en algún momento

Los individuos a menudo perciben los problemas económicos más como pérdida de identidad que como una pérdida de recursos. Tener que bajar a la segunda marca no lleva al consumidor a sentir hambre, pero significa una pérdida de reconocimi­ento.

No se puede analizar todo basado en superstici­ones e ideologías. Tampoco pensar que solo existen las próximas elecciones. El estadista debe mirar el horizonte, el politiquer­o solo podrá tratar de quitarle la silla a quien se encuentra al lado para conseguir unos votos.

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