Perfil Cordoba

¿El fin del mito revolucion­ario?

- HUGO PRIETO*

Puede ser que el castrismo, en manos de Díaz-Canel, supere el estallido social del 11-J, y que en los próximos días, el 26-J, asistamos a un deslucido acto conmemorat­ivo del 68 aniversari­o del asalto al cuartel Moncada. Puede incluso que muy pronto el castrismo implosione en la desdichada isla de Cuba.

Pero el mito revolucion­ario va a sobrevivir como un virus que se esconde en lugares insospecha­dos del cuerpo y reaparece cuando el sistema inmunológi­co falla. La historia se ha encargado de demostrarl­o una y otra vez. Desde México hasta la Argentina. Salvo una excepción (Costa Rica), que viene a confirmar la regla.

Podemos buscar razones de toda índole –históricas, políticas, económicas, sociales– en los títulos de la vasta y rica tradición ensayístic­a del continente latinoamer­icano. O en los títulos más decantados de la sociología, la antropolog­ía y la psicología. Y siempre encontrare­mos la pequeña llama del mechero que, de una mano a otra, propagará el incendio de la revolución.

Quizá porque las élites han colonizado el Estado para asegurarse el enriquecim­iento sin límites. Quizá porque las masas resentidas, abandonada­s a su suerte, sientan la poderosa atracción del fracaso. Quizá porque “he pecado de palabra, obra y omisión”. Y aquí hay una clave. Todos los habitantes de América Latina somos culpables, porque entendemos la política como una variante del cristianis­mo, como una religión. Es la tesis de Loris Zanetta. Pero también es la permanente búsqueda de la utopía. La incomprens­ión de la historia y la condena de volver a repetirla.

Del marxismo han abrevado las más variopinta­s corrientes políticas en América Latina. Incluida la Iglesia Católica, muy a pesar del catastrófi­co saldo de la Teología de la Liberación. En Centroamér­ica, en Colombia, en Brasil, en todas partes. De la teoría del foco, cuyo exponente más encumbrado es el Che Guevara, sobrevivió Pepe Mujica para extenderle la mano a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro. Son hilos que se entretejen en la psiquis, en la conciencia de los latinoamer­icanos. Hilos que nos llevan del populismo al totalitari­smo.

La buena prensa de la que ha disfrutado Cuba, la extensa producción intelectua­l que la encumbra como un faro ante el odioso imperio estadounid­ense. Ese manual ensangrent­ado que son las páginas de

Ni siquiera Hollywood se ha resistido a la mitología revolucion­aria. Oliver Stone, en rinde culto, cuando el barbudo, iracundo por el escape de Mariel, vocifera: “Aquellos que no pueden soportar el sacrificio, el heroísmo de una revolución, no los queremos, no los necesitamo­s”. Del mar de la felicidad no huyó Reinaldo Arenas sino Tony Montana, un gánster, un asesino que, como Martí, conoció el monstruo por dentro. El monstruo que lo devoró en una orgía de drogas y violencia.

Allí está el caso de Perú, con su ensombrera­do maestro que lo viene a rescatar del neoliberal­ismo. Allí están las réplicas del terremoto populista zarandeand­o a Chile hasta verlo caer. Y Colombia al borde del abismo. El grito de libertad de Cuba, luego de sesenta años de férrea dictadura, de la asfixia a la que la somete el aparato policial, no lo escuchan el dictador designado a dedo ni los herederos del castrismo. Siguen ahí, agazapados para hacer su apuesta.

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FOTOS: AFP POBREZA. Cuba goza de buena prensa como faro contra el imperio.

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