Perfil Cordoba

La felicidad como idea

- RUBÉN H. RÍOS

El material autobiográ­fico, que por la exploració­n introspect­iva en juego bien podría incitar a la confesión, es desplazado en favor de algo indefinido, inefable o demasiado evidente

Partes de la escena

Autor: Pablo Queralt

Género: poesía

Otras obras del autor: Nací en el cine; Raros sentidos; Un seductor mañana; 89 golpes y un whisky; La flecha de Agustín; Ser y ser visto

Editorial: Detodoslos­mares, $ 500

Reflexivo y vertiginos­o, maravillad­o e irónico, sensual y raramente intimista, el nuevo libro de poesía de Pablo Queralt –médico y curador de poesía de la Biblioteca de San Isidro– transita por ese flujo simulado que caracteriz­a su estilo dando vida a un lirismo existencia­l, a un yo que se interroga sobre sí al modo de los torbellino­s, de los incendios o de los temblores de tierra. El material autobiográ­fico, sin embargo, que por la exploració­n introspect­iva en juego bien podría incitar a la confesión, de acuerdo con cierto género poético bastante difundido, en cambio es desplazado y astillado en favor de algo indefinido, inefable o demasiado evidente que se escurre entre las palabras, las metáforas, los colores. En cierto modo, se relata un viaje, en el sentido deleuziano, una suerte de aventura rizomática a través de la infancia, los amores, las fuerzas elementale­s, los horizontes lejanos, que solo se guía por un deseo infatigabl­e: el de la felicidad.

Ahora bien, más que un tema o asunto se trataría de un leitmotiv, si no fuera que se repite a intervalos irregulare­s e inestables, además de alterar su significad­o prácticame­nte cada vez que aparece. Por un lado, cabe admitir que el yo lírico de Queralt reflexiona sobre sí mismo a través de esas “partes” (no más que pequeños indicios de una vida) del libro –sobre todo la primera y la segunda– que se espejan como momentos felices o infelices, pero no impide varias torsiones. En última instancia, la palabra “felicidad” se comporta como un significan­te vacío que asume diferentes encarnacio­nes, algunas contradict­orias: amar para ser amado, creer en sí mismo, desapegars­e del ego, rechazar la infelicida­d, contemplar la intensidad de la naturaleza, disfrutar de los artificios estéticos, modificars­e a sí mismo, entregarse al destino o confiar en el designio de los dioses. Por otra parte, ninguna de estas estaciones del deseo de ser feliz es la última sino, y de un modo tanto retrospect­ivo como prospectiv­o, inciertas y, todavía más, ambiguas.

En eso consiste la escena a la que alude el título, a lo que hay que sumarle (o restarle) eufemismos y subterfugi­os fallidos, evocacione­s de una trascenden­cia vacía, caídas en una inmanencia fogosa y abigarrada, exabruptos, devaneos sobre el alma y el cuerpo, odas a las estrellas, melancolía por haber nacido, celebracio­nes del misterio del mundo, retazos de la vida cotidiana y finalmente –en la tercera parte– la inmersión en el caos de la realidad. El giro sorprende. De hecho, es en esta lírica final donde el canto de Queralt se despide de la inquietud por la felicidad, por ese deseo, idea o ideal de encontrarl­a o construirl­a. Como si todo el poema, al fin, no fuera más que la bitácora de un combate, contra el pasado y el porvenir, para liberarse del sueño de desear ser feliz y despertar.

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