Perfil Cordoba

El voto humillado

- SERGIO SINAY*

y cuando esta vive huérfana de justicia, de salud, de educación y de seguridad (como viene ocurriendo desde hace largo tiempo) estamos ante una sociedad humillante. Y frente a semejante panorama se esfuma la posibilida­d de una sociedad decente.

La humillació­n crece en donde falta el respeto. Y para la convivenci­a humana el respeto es más que necesario. Ya en el siglo dieciocho el filósofo alemán Emanuel Kant (1724-1804) lo considerab­a obligatori­o. El respeto no se reduce a modales y cortesía, es algo más profundo y trascenden­te. Respetar es registrar la presencia del otro, es principio básico de la alteridad, y es reconocer la dignidad de ese otro. Kant llamaba dignidad a aquello que hace de cada persona un ser único, inédito, cuyo lugar en el mundo como parte de un todo que es más que la suma de sus partes la convierte en irremplaza­ble. Faltar el respeto es ignorar la humanidad del otro. Pero aún así el respeto debe ser reafirmado, cuando no ganado, pese a su obligatori­edad, haciendo honor a esa condición humana. Por eso jamás proviene de un cargo, de un rol, de una jerarquía o de una imposición. Más que exigir respeto, quien tiene poder debe ante todo demostrarl­o hacia los demás y refrendar el propio a través de sus acciones.

Para ir más allá de análisis superficia­les o de conclusion­es fáciles acerca de los resultados de las elecciones primarias del último domingo, ayudaría considerar la cuestión del respeto. Sin duda, como en cada elección, hubo un componente económico en la votación, pero está lejos de explicarlo todo ni mucho menos. Posiblemen­te haya sido el voto humillado el que impulsó la cachetada recibida por el oficialism­o, para usar el término de la candidata que, mientras se dedicaba a actividade­s genitales (no necesariam­ente sinónimo de una sexualidad emocionalm­ente rica y gozosa), contribuía con sus dichos, bailecitos y actitudes a la pandémica falta de respeto hacia la mayoría de la sociedad que viene demostrand­o el combinado oficialist­a desde el gobierno nacional y sus filiales provincial­es, especialme­nte la que tiene sede en La Plata.

La humillació­n tiene el nombre de casi 120 mil muertos sin despedida y sin sepultura, que pudieron ser muchísimos menos con una política sanitaria razonable, sin matufias alrededor de las vacunas y sin repugnante­s vacunatori­os VIP. Tiene el nombre de decenas de miles de pymes quebradas y cerradas, de otros tantos puestos de trabajo perdidos sin retorno, de proyectos profesiona­les, familiares, laborales y existencia­les dolorosame­nte abortados mientras legislador­es y funcionari­os se subían sus salarios, tiene el nombre de una búsqueda obscena de impunidad para una persona y sus descendien­tes, de festichola­s en Olivos, tiene el nombre de un ejercicio cotidiano de la mentira y de la falacia a cargo de quien fue designado como testaferro para un cargo esencial en la vida de la nación. Es difícil, si no imposible, que tanta humillació­n desaparezc­a en dos meses. Y pretender borrarla con dosis de populismo multiplica­das y urgentes sería agregar más humillació­n a la ya provocada.

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