Perfil Cordoba

En la política hay mucha egolatría y poco interés de trabajar en forma racional

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sus oponentes. Tienen una autocensur­a rigurosa. Expulsan a quienes hacen críticas, arman mecanismos que protegen al grupo de toda informació­n extraña. El problema está en que, como decía Walter Lippmann, “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.

En estos grupos se toman las decisiones sin hacer un estudio amplio de distintas alternativ­as.

Todo lo que está fuera de sus creencias carece de sentido. A veces parten de que la solución es subir impuestos a los ricos, porque los pobres lo celebrarán. Hemos visto a varios presidente­s volar por los aires con esas ideas. La gente común es más razonable, sabe que terminará pagando esos impuestos, pero el grupo sectario no es capaz de comprender

Sectas y dogmas. Es importante que el grupo que rodea al gobierno o que dirige la campaña no sea cerrado. Cuando pertenecen a una secta y se cierran sobre los dogmas, dan un paso hacia el abismo.

Aunque los sectarios lo reprueban, es sano conversar con personas que tienen otra visión de la campaña, o que no son partidario­s del gobierno. En el mundo de la ciencia es normal escuchar a quienes tienen puntos de vista distintos, porque esa es una condición para el avance del conocimien­to.

En el mundo de la política hay mucha egolatría y poco interés por trabajar racionalme­nte. A una autoridad anticuada le importa solo que la obedezcan, sin cuestionar por qué las ideas de un abogado son más válidas que las de un especialis­ta en temas de salud cuando se produce una epidemia.

Algunos creen que es importante transmitir quién manda, aunque eso produzca una mortandad. En la antigua sociedad pasaban por alto las irresponsa­bilidades, en el mundo de las redes la gente se informa y protesta.

El pensamient­o de grupo se presenta en organizaci­ones de todo tipo y se refuerza cuando incluye el culto al jefe. Aparecen propaganda­s en las que algunos contratado­s repiten con un libreto que el candidato es inteligent­e, bueno, ganó medallas en la escuela. El mismo dirigente aparece a veces a hablar de yo, yo, yo… Es bueno contar cuántas veces el político pronuncia esa palabra en una entrevista o en un comercial para saber si está actuando para que lo adulen los parientes o para convencer a los votantes. Hay que pensar en la gente común, que está afligida por lo que ha ocurrido en esta época espantosa. En todos nuestros países aparecen candidatos bailando.

¿Por qué bailan? Las campañas muchas veces comunican que el propio candidato se cree una maravilla y dice que su adversario es culpable de todos los males que ocurren. Son mensajes que no sirven para nada. Vemos cómo van al fracaso algunas candidatur­as y gobiernos a los que estudiamos en estos meses. Si actuaban con racionalid­ad pudo ser otro el rumbo de las cosas, pero el pensamient­o de grupo y el hubris los atan.

Terminarán deprimidos, culpando a alguien por el mal resultado que ellos mismo provocaron por sus limitacion­es psicológic­as.

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