La voluntad del pueblo
Como se sabe, en un régimen democrático el ejercicio del poder político legítimo se deriva de la expresión de la voluntad popular, pero ella es disputada por actores adversarios entre si, que se reclaman interpretes de esa voluntad ya se hallen en el gobierno o en la oposición. Es decir, admiten los unos y los otros que la rivalidad no tiene un momento de clausura, que la política persiste porque la voluntad popular no tiene un depositario definitivo. En nuestro tiempo, la legitimidad de los gobiernos se deriva del pronunciamiento electoral, pero la novedad en este siglo XXI es que lo que convenimos aludir como ciudadanos tienen cada vez menos identificaciones permanentes con tal o cual fuerza política. Los electorados incluyen grupos, con frecuencia minoritarios de pertenencia ideológica definida, y una mayoría creciente en cambio fluctúa en sus preferencias especificas, aunque en parte persista en afinidades genéricas provenientes de las tradiciones partidarias que remontan al pasado.
Cuando Pierre Rosanvallon (“Le peuple introuvable”) se refería al “pueblo inhallable” señalaba que ese término remite a un no sujeto que es evocado sin adquirir presencia plena. Por pueblo se alude a los abajo, o mas generalmente a quienes no están en el poder, pero esa vastedad no abandona su diversidad sino circunstancialmente. Precisamente los actores políticos procuran una identificación proponiendo sentido a demandas, carencias y horizontes de vida emergentes y así dando vida, si lo logran, a un conglomerado para representar. Y también los grupos corporativos variados pueden reclamarse como parte del pueblo. En todo caso lo propio de la democracia, acentuado en los tiempos actuales, es la disputa por la constitución de un pueblo electorado y en tanto persista la democracia una mayoría electoral no es sino la expresión de una parte de los ciudadanos.
En Argentina la existencia de una grieta ha sido la ilustración de esta disputa llevada a grados de conflictividad resultante de lo inasible de la simpatía ciudadana y del anclaje de los contendientes en un antagonismo próximo a la relación amigo/ enemigo. Sin embargo, la autonomía y centralidad de la ciudadanía contemporánea se amplía, favorecida por la diversidad de actores en el espacio público y la gravitación de las nuevas tecnologías de la comunicación que habilitan un ámbito, el de las redes sociales y otros sitios de Internet, en donde se esbozan vínculos horizontales persistentes aún si aparecen liderazgos esporádicos, generando ideas e imágenes incontrolables para los agentes tradicionales de la comunicación y para el poder político.
En nuestro país la existencia de dos coaliciones políticas en metamorfosis es paralela al fraccionamiento político en su seno y la proliferación de terceras fuerzas significativas. El resultado de las elecciones primarias ha ilustrado la diversidad tanto en el Frente de Todos como en las diversas oposiciode