Perfil Cordoba

Una soledad demasiado jocosa

- LAURA ISOLA

Endre Tót, que nació en 1937, siempre consideró un presagio haber sido bautizado en la “Capilla Sixtina del Rococó”, rodeado por los magníficos frescos pintados por Franz Anton Maulbertsc­h en el siglo XIX en Hungría. Esta biografía se completa con que nació en la ciudad de Sümeg de ese país y pasó sus primeros 40 años de vida en lo que se conoció como “la cortina de hierro”, una vez que el régimen soviético la bajó en los países del este de Europa.

Allí Tót se convirtió en un artista que, como señala Ken Friedman, con un trabajo que es menos un logro pictórico que filosófico. Separado de los nuevos desarrollo­s en Occidente y con la imposición ideológica que dictaron para el arte en su país, Tót se vio obligado, por así decirlo, a mirar el vacío y el rostro de la “nada”, y aquí encontró su tema.

Porque fue un artista cuando dejó de pintar y tomó el camino hacia el arte conceptual. Primero se ganó un nombre en Occidente con Mail Art y Stamp Art: su rostro juvenil y risueño, que estampaba en todas partes junto con las palabras “Me alegro si puedo estampar” se ha convertido casi en una marca registrada. En sus viajes periódicos a Europa Occidental en la década de 1970, no solo ejecutó dibujos murales y espacios escritos, sino que también organizó y realizó acciones.

En los años 80 se trasladó de Berlín a Colonia, donde volvió a pintar hasta el día de hoy, llena el vacío con su singular sonrisa.

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