A Dios lo que es de Dios
Louvre
Salas. Por épocas, escuelas. Obras que todos pueden contemplar, admirar pero pocos son capaces de juzgar en su calidad expresiva, técnica, origen y degradación o no de pigmentos utilizados en su ejecución: saberes de un erudito, de un curador –de detective capaz de dictaminar sobre una pintura, una escultura, un tapiz. Aunque no por obvio debe ser omitido: los grandes museos de Europa y Estados Unidos, y el Louvre no es una excepción, se formaron con saqueos, coloniaje, dominación. Se hicieron no sólo de las maravillas del África septentrional, sino también de las de sus vecinos derrotados. Robos legitimados por guerras, expansiones geopolíticas, anexiones de territorios. Por miseria humana.
No demasiado diferente de la relación entre un mecenas devorado por la envidia y el narcisismo que extorsiona con nada a un artista genial muerto de hambre. Acaso van Gogh, Modigliani, Schubert en la música fuera excepciones a un alto precio. Esto para empezar, situarnos en el punto omega del texto de Josselin Guillois. Para no victimizar a Francia y condenar al ejército alemán por el hecho de haber ocupado en unas horas a París, logrado su rendición y hasta adhesión más o menos silenciosa de buena parte de su burguesía e intelectualidad. Josselin Guillois, narrador naturalmente dotado, dueño de una prosa envidiable, no esconde ni escatima detalles para dar razón a lo dicho. Por el contrario, los expone. Y apabulla con tanto dato, nomenclatura, nombres propios, descripción. Apabulla con tanta literatura magistral.
Por momentos nos encontramos inmersos en anécdotas bajas o brutales. En el párrafo siguiente: aroma de lirios y narcisos de un cuadro de Matisse. Guillois echa mano a cuanta herramienta existe en la narrativa y también en la poesía. Paisajes idílicos, mujeres violadas o que posan desnudas ante los maestros de la pintura. Las hace desnudar ante nuestros ojos nuevamente, y de pronto la inminencia del aborto de una de las protagonistas, la sangre, y luego el enamoramiento de otra de las protagonistas ante un joven de la resistencia, y más tarde el amor eterno de la esposa del personaje principal de la novela: Jacques Jaujard. progresa en tres períodos: 1939, 1940, 1942. Tres mujeres llevan tres cuadernos. Tres que adoran por razones diversas a Jaujard: Marcelle Jaujard, Carmen Leloup y Jeanne Boitel, esposa, ahijada, antigua amante que ven en Jacques a un héroe trágico ¿Lo fue?, ¿Vale más un Rembrandt o un Van Gogh que la vida de miles de seres humanos, de un solo ser humano? ¿Es resistencia aquella que lleva a cabo Jacques Jaujard o repugnante ceguera? Guillois sabe muy bien como escribir antinomias. A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César. Otros dos hombres completan las sucesivas tríadas, para que la trama se desenvuelva en un perfecto equilibrio: un enigmático Bach, del que no se sabe demasiado, y el Reichsmarschall Hermann Göring. de Josselin Guillois, una novela imprescindible.