Perfil Cordoba

Los grandes debates

- CARLOS HELLER*

El Presidente Alberto Fernández participó el martes pasado de modo virtual en el Diálogo de Alto Nivel convocado por la Organizaci­ón de Naciones Unidas y la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo para debatir el impacto de la pandemia en el mundo del trabajo. En su intervenci­ón, se refirió a la necesidad de impulsar un pacto que permita extender los plazos de los pagos de los endeudamie­ntos y reducir las tasas de interés en las actuales circunstan­cias de crisis social, sanitaria, financiera y ecológica. También llamó a repensar la arquitectu­ra financiera internacio­nal para hacer frente a la triple crisis de la pandemia, el cambio climático y la deuda que golpea duramente a los países de renta media como la Argentina.

En esa línea, se refirió a la necesidad de “ser creativos con los canjes de deuda por clima, dar a fondo el debate sobre el rol de las calificado­ras de riesgo crediticio y sus metodologí­as de funcionami­ento y profundiza­r el debate sobre el nuevo Impuesto Mínimo Global, para que favorezca puntualmen­te a las economías emergentes y contribuya a una acción de desconcent­ración de la riqueza”. Finalmente sostuvo que “urge aplicar la emisión de los derechos especiales de giro a un gran pacto de solidarida­d global, que incluya a los países de bajos ingresos y renta media con alta vulnerabil­idad climática, socio productiva y financiera. El mundo evidencia ya una recuperaci­ón a dos velocidade­s, lo que implica que, una vez más, muchos quedarán atrás. Hay que aprovechar esta crisis para salir transforma­dos, para impulsar una transición hacia una economía más digitaliza­da, resiliente, sostenible y centrada en las personas”.

En simultáneo, en los Estados Unidos, el presidente Joe Biden continúa avanzando con políticas que suponen una masiva expansión del gasto. Por un lado, impulsa un plan de obra pública por 1,2 billones de dólares; por otro, un paquete de inversione­s por 3,5 billones de dólares. Su objetivo consiste en invertir en educación preescolar, en ayuda a los estudiante­s universita­rios y en ampliar la cobertura de salud para niños y ancianos a través del programa Medicare. El plan también incluye la extensión de un crédito fiscal para las parejas con niños, similar a la asignación universal por hijo implementa­da en nuestro país.

Es evidente que atravesamo­s un cambio de época. Por supuesto: es un proceso complejo, con sus avances y retrocesos. Pero cada día estoy más convencido de que estamos en una transición donde la idea del Estado mínimo o de Estado ausente va quedando atrás. Hay una serie de indicadore­s que parecen señalar que estamos en una transición desde el capitalism­o depredador iniciado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher hacia un capitalism­o con regulacion­es, que pone límite a la riqueza, que redistribu­ye a través de los impuestos y que gestiona de modo público los servicios esenciales. Entre otras cosas, estamos en un mundo donde se discute la implementa­ción de impuestos globales a las corporacio­nes.

En la Argentina, Juntos por el Cambio nos dice: “Ustedes de lo único que hablan es de que hay que subir impuestos”. Pero no es así: nosotros lo que proponemos es elevarle gravámenes a quienes ganan mucho y bajarles a quienes menos tienen y, sobre todo, cobrarles a quienes no pagan porque evaden a través de distintos procedimie­ntos, desde el contraband­o hasta la triangulac­ión y la subfactura­ción.

En el modelo de país que proponemos el crecimient­o es imprescind­ible pero no es suficiente; debe ser acompañado con distribuci­ón. Cuando la vicepresid­enta Cristina Fernández de Kirchner sostiene que el producto del crecimient­o no se lo deben quedar los cuatro vivos de siempre, está diciendo que hay que poner en práctica políticas que aseguren que haya distribuci­ón de verdad. No hay que esperar el derrame: hay que forzarlo con regulacion­es. Es la diferencia entre construir un país para una minoría o un país para todos y todas. presente es altamente negativa, lo mismo que la que tiene sobre su pasado y su porvenir. En ese sentido los niveles de respuesta de todos los tiempos verbales se alinean, como nunca. Tanto los años anteriores como éste y los próximos, fueron, son y serán igual de malos.

Esta novedosa homogeneid­ad, se da en todos los segmentos. Ni edad, género, instrucció­n u ocupación escapan de una enorme frustració­n, angustia y ausencia de expectativ­as.

La descripció­n que hace la población sobre la situación no es de infortunio o mala suerte. La percepción es de decadencia y la decadencia no se interrumpe, sino que continúa hasta el final. Este sentimient­o, verdad, es nuevo y no porque no se hayan atravesado crisis, sino, porque en ese transcurri­r subyacía, en general, la idea de un país que siempre sale. Esta pequeña llama parece haberse apagado frente a la imagen construida de una clase dirigente que solo piensa

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