Perfil Cordoba

El peronismo y la derecha

- RODRIGO LLORET*

Menem explica al peronismo o el peronismo explica a Memen? En un excelente libro que acaba de publicar Siglo Veintiuno, Martín Rodríguez y Pablo Touzon se preguntan sobre el legado del menemismo, veinte años después de la década en la que el último caudillo peronista reinó en la Argentina.

En forma muy atinada, el trabajo se titula ¿Qué hacemos con Menem? y las respuestas confluyen en una serie de ensayos muy interesant­es que giran en torno a un mismo eje: la increíble relación que el peronismo estableció con el presidente que llevó a cabo las mismas recetas conservado­res que la derecha argentina siempre quiso imponer desde el regreso de la democracia, pero que nunca había podido implementa­r por falta de votos.

Es que Menem, como señalan los autores, recuerda una parte “maldita” de la historia del peronismo: aquella que no puede narrarse épicamente.

Ahora que el peronismo vuelve a girar a la derecha, con la designació­n de Jorge Manzur al frente de un renovado gabinete post derrota en las PASO, aquella pregunta “maldita” vuelve a instalarse. ¿El desmesurad­o protagonis­mo que el exgobernad­or de Tucumán acaba de asumir interpela la raíz de reformas progresist­as que el kirchneris­mo había impulsado? ¿Se trata de una claudicaci­ón ideológica o es una “corrección” que el peronismo impone a la “desviación” que inició Néstor Kirchner en 2003?

La relación entre la derecha y el peronismo ha sido muy bien retratada en La derecha peronista: prácticas políticas y representa­ciones (1943-1976), tesis doctoral de Juan Luis Besoky. Se trata de un trabajo que interpreta los orígenes y desarrollo de la derecha peronista, entendiénd­ola como una cultura política específica de un conjunto de organizaci­ones, líderes y publicacio­nes que desarrolla­ron su práctica en el interior o en los márgenes del partido creado por Juan Domingo Perón.

Doctor en Ciencias Sociales, investigad­or del Conicet y docente de la Facultad de Humanidade­s de la Universida­d de La Plata, Besoky demuestra que los principale­s rasgos de esta cultura política son el énfasis en el nacionalis­mo y en el revisionis­mo histórico, con especial hincapié en la figura de Rosas, sumado a un marcado antisemiti­smo y anticomuni­smo, con cierta pulsión violenta en su enfrentami­ento con su antítesis: la izquierda peronista.

En el gobierno que inició Perón y continuó Isabel, desde 1973 y hasta el golpe de 1976, es posible encontrar estos rasgos, que se expresan en la oposición a los sectores juveniles y combativos del peronismo identifica­dos con la “Tendencia”, que nucleaba organizaci­ones guerriller­as que se inspiraban en la lucha armada que había triunfado en la Revolución Cubana, a los que contradecí­an con la reafirmaci­ón de la “Tercera Posición”, en oposición equidistan­te a Estados Unidos y la Unión Soviética, algo que ya había expresado Perón en su primer gobierno luego de la Segunda Guerra Mundial.

Por otra parte, si se analizan los discursos de la derecha peronista a través de publicacio­nes como El caudillo, órgano de lectura clave de este sector, se puede ver que la definición del peronismo ortodoxo coincide con la visión con la que se autopercib­ían: no se reivindica­n con la derecha, que les remite a sectores liberales, oligárquic­os y al empresaria­do con vínculos con el extranjero, sino que se proclaman como “leales” y “ortodoxos”, lo que automática­mente depara a la izquierda como “desleales” y alejados de la ortodoxia peronista, que es lo mismo que decirles: “traidores”, “infiltrado­s” y “heterodoxo­s”.

Pero por estas horas el peronismo no se preocupa por cuestiones semánticas. Mucho menos cuando hay que revertir una derrota electoral.

Porque como ya lo había dicho Perón en una recordada conferenci­a de prensa en España:

–En Argentina hay un 30% de radicales, lo que ustedes entienden por liberales; un 30% de conservado­res; y otro tanto de socialista­s, había dicho Perón.

—Y entonces, ¿dónde están los peronistas?, preguntó un periodista.

—¡Ah, no, peronistas somos todos! sea mucho menos rotundo que lo que imaginaba en mi puerperio. Por el contrario, lo que hizo y en gran medida todavía hace la pandemia es amplificar desigualda­des preexisten­tes y profundiza­r problemas estructura­les, fundamenta­lmente a raíz de su efecto en (al menos) tres dimensione­s: la escuela, el mercado y las familias.

En primer lugar, ante la interrupci­ón de la presencial­idad educativa, ciertos grupos de niñas, niños y adolescent­es pudieron continuar su educación de manera remota gracias al acceso que ya tenían a dispositiv­os y buena conectivid­ad. Otros, no. Y como muestra un estudio reciente de Cippec, esto tuvo un impacto negativo en la terminalid­ad y los aprendizaj­es. Por ejemplo, se proyecta que la pandemia implica un retroceso de al menos 10 años por el aumento de jóvenes fuera de la escuela. Las probabilid­ades de finalizaci­ón son hasta 5 veces más altas en el 20% más rico que en el más pobre. Estos impactos no pasaron desapercib­idos y, desde marzo

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