Perfil Cordoba

¿Será la pandemia un punto de inflexión?

- GALA DíAZ LANGOU*

El 14 de enero de 2020, la Organizaci­ón Mundial de la Salud advirtió que existía el riesgo de un brote más amplio a partir de los entonces 41 casos confirmado­s de Covid-19, en ese momento limitados a China y Tailandia. Ese mismo día, en Buenos Aires, di a luz por primera vez. Durante la licencia seguí la evolución de la epidemia que poco después alcanzaría el status de pandemia, mientras daba mis primeros pasos en la maternidad. Ya para marzo de 2020 estaba segura de que esta crisis sanitaria iba a ser un punto de inflexión en la forma en que nos organizamo­s —y los problemas que enfrentamo­s— como sociedad.

Ya no estoy tan convencida. La distribuci­ón de vacunas a nivel global respondió a los equilibrio­s de poder preexisten­tes, con lo que se borró de un plumazo el igualitari­smo más presente a inicios de la pandemia. Al igual que todas las crisis previas, el virus afectó y afecta más a las familias más vulnerable­s. Hay cambios que quizá sí llegaron para quedarse, como la modalidad híbrida para algunos empleos o la incorporac­ión de más tecnología en la educación. Pero el efecto probableme­nte de 2020, la educación subió escalones en la agenda pública, en un círculo virtuoso retroalime­ntado por una mayor demanda social del retorno a la presencial­idad en las aulas.

En segundo lugar, los primeros meses de la pandemia impactaron especialme­nte entre quienes tenían trabajos en la informalid­ad o eran independie­ntes. El aislamient­o, para ellos y ellas, implicó una interrupci­ón en los ingresos y, en algunos casos, la pérdida concreta del empleo. Quienes tenían menos de 29 años, provenían de niveles educativos bajos y contaban con trabajos informales fueron las personas más afectadas por la caída en la tasa de empleo registrada durante 2020, según revela otro estudio realizado por Cippec.

En tercer lugar, los meses de aislamient­o implicaron un aumento en la intensidad y la magnitud del trabajo no remunerado de cuidados y del trabajo doméstico, que recayó mayoritari­amente sobre las mujeres. Esto redujo aún más su tiempo disponible y, en términos generales, tensionó la necesidad de generar ingresos y brindar cuidados o apoyo escolar. En los (pocos) casos en los que las personas adultas de los hogares podían teletrabaj­ar, implicó tener que hacer conciliaci­ones puertas adentro. Pero solo 17% de las personas podían teletrabaj­ar antes de la pandemia, y esta proporción caía a 14% para las mujeres. Para el resto, la conciliaci­ón se tensionó al extremo: había que elegir entre cuidar y criar, o generar ingresos.

Las inequidade­s educativas, sociolabor­ales y de género, que intersecci­onan y se retroalime­ntan entre sí, existían desde antes de la pandemia, pero su grado de profundiza­ción ilustra el tenor de la crisis que atravesamo­s. Así y todo, los problemas no son nuevos: hace 30 años que no logramos perforar el piso del 25% de la población en situación de pobreza, las brechas de género en la participac­ión laboral están estancadas (y ahora ampliándos­e) desde fines de los 90, hoy tenemos la misma distribuci­ón de ingreso que en 1980 y el mismo PBI per cápita que en 1986.

Pero estos problemas conviven con un enorme logro: en 2023, por primera vez en la historia argentina, cumpliremo­s 40 años de democracia ininterrum­pida. Como todo aniversari­o, implicará un ejercicio de balance y reflexión que, si además incorpora una visión prospectiv­a, puede habilitar discusione­s concretas sobre cómo superar estos problemas. No dejemos pasar la oportunida­d.

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SHUTTERSTO­CK CLASES. Hay niños que pudieron continuar su educación. Otros no.

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