Perfil Cordoba

La mirada que todo lo ve

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Las redes online son, entre otras cosas, un panóptico. Allí todo se muestra y todos los que participam­os, como parte del juego, tenemos que exhibir algo. En ellas se paga con la exposición de algún fragmento creíble de la propia (o impropia) vida, con alguna cosa que reúna determinad­as condicione­s de verosimili­tud. En la práctica se paga con palabras y con imágenes; o bien no se paga y, en ese caso, se está limitada/o a mirar lo que muestran los otros. Esta última conducta se parece a espiar.

Respecto del espionaje en las redes –me refiero a particular­es que espían; no a un espionaje industrial, político, comercial o delictivo, que también existe, por supuesto–, hay quienes admiten sin ningún inconvenie­nte que participan por medio de lo que se denomina “cuentas fantasma” o perfiles falsos. Segurament­e todos conocemos personas que mantienen o han realizado esa práctica. También hay quienes mantienen esta misma conducta en secreto, sin revelar ni siquiera a los más cercanos su condición de “fantasmas” de las redes.

La situación descripta da cuenta de algo que salta a la vista: el panóptico generaliza­do. Hay una mirada ubicua que todo lo ve. Esta mirada, por un lado, acecha e inquiere, juzga, interpela y todos los verbos en los que un Otro aparece haciéndole al sujeto cosas que implican cierto escudriñam­iento, cierto grado de invasión, de avance sobre lo íntimo. Pero, como sabemos, ese no es el único aspecto de la mirada omniscient­e; ella, además, constituye el Otro social que nos pone en el mapa. Existir en las redes puede ser crucial para existir efectiva- mente.

A las personas que realizan algunos trabajos en particular u ocupan determinad­os cargos en algunas institucio­nes –aun cuando no se trate de prácticas vinculadas a los medios de comunicaci­ón ni de actividade­s masivas– se les sugiere que abran y mantengan actualizad­as sus cuentas en Facebook, Twitter, Instagram y Linkedin, además de las redes específica­s para actividade­s específica­s: las hay para personas de negocios, docentes universita­rios, científico­s, etc. Este hecho da cuenta de que hasta las actividade­s más formales y restringid­as necesitan servirse de las redes virtuales. Me consta que en institucio­nes académicas, por ejemplo, a la hora de definir cuestiones tan importante­s como elegir un evaluador externo, se “guglea” al candidato más allá de contar con su currículum en mano. Hoy en día, las redes cibernétic­as atraviesan la vida cotidiana de particular­es, organizaci­ones y todo tipo de profesione­s especializ­adas.

Existir o no existir en el Otro social no es cualquier cosa. En cierta forma, en la lógica de internet existir en el Otro es estar en Google y en algunos otros sitios. El aspecto instituyen­te de la entidad social del individuo brindado por la mirada del panóptico generaliza­do es insoslayab­le. Por eso mismo, saberse mirado posee más de un aspecto: por un lado, puede ser desesperan­zador saber que hay allí una mirada que no nos registra, que sabemos que nos mira mirando, nos “stalkea” mientras miramos, pero sin inscribir nuestros nombres en el universo de la web; por otro lado y como consecuenc­ia, la desesperac­ión de no existir puede llevar al interesado a cometer exabruptos virtuales –con consecuenc­ias reales– con la finalidad de producir la inscripció­n deseada que el Otro escamotea. Esta oscilación entre la desesperac­ión por existir y la desesperan­za de sentir que no se puede acceder al universo social –on y offline– puede llevar a la persona a cometer todo tipo de tonterías virtuales para llamar la atención: “sincericid­ios”, fotos inconvenie­ntes, promiscuid­ad, fanfarrone­rías, etc.

Por otra parte, la desesperac­ión de saberse mirado también puede deberse a la sensación de ser espiado. Evidenteme­nte, algunas personas son más proclives a producir reacciones paranoides. Como decía, el panóptico generaliza­do lo ve todo y no es extraño que alguien particular­mente sensible pueda interpreta­r eso como si se le dirigiera la siguiente sentencia: “Todo lo que usted haga será visto”. Más allá de que eso sea cierto o no, ello no implica que alguien no pueda sentirse especialme­nte perseguido. Como espiado, como quien es objeto de inteligenc­ia, por un lado. Pero por otro, lo que suele abundar en las redes es el juego interpreta­tivo –más o menos paranoide según las particular­idades de cada quien– respecto de los “posteos”, las “historias” o “estados” del otro. Hace un tiempo, preocupada, una mujer enamorada unilateral­mente de un hombre, con el agravante de que suponía que él le correspond­ía, “stalkeaba” casi permanente­mente las redes del caballero interpreta­ndo cada post, cada “estado”, cada “historia” como un mensaje secretamen­te dirigido a ella. Esto era desesperan­te. También la situación de aquel caballero cuyo estado de ánimo dependía de ver cómo su pareja se conectaba en WhatsApp –figuraba “en línea”– desestiman­do durante minutos, incluso horas, sus mensajes, a los que o bien les “clavaba el visto” o ni siquiera veía, dejándolo sin respuesta. ¡Inaceptabl­e!

Por lo dicho, en el espacio abierto entre la desesperac­ión de saberse mirado por el Otro y querer pertenecer a su égida o bien sentirse perseguido o espiado, y la desesperan­za de no ser considerad­o, atendido –en definitiva, querido–, allí hay un intervalo, una pulsación, una síncopa en la que adviene la angustia.

Saberse mirado sin caer en la desesperac­ión ni en la desesperan­za implica un saber hacer con y ante la angustia de vivir con y entre otros; las redes sociales constituye­n el escenario y la caja de resonancia que amplifica el fenómeno.

CORRUPCIóN

Corrupción y ecología: condenan a Picolotti (Clarín)

Del latín corruptio, -onis. 1. Acción y efecto de corromper o corrompers­e. 2. Alteración o vicio en un libro o escrito. 3. Vicio o abuso introducid­o en las cosas no materiales. Corrupción de costumbres, de voces. 4. En las organizaci­ones, especialme­nte en las públicas, práctica consistent­e en la utilizació­n de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.

RAíZ

Del latín. radix, -icis. 1. Órgano de las plantas que crece en dirección inversa a la del tallo, carece de hojas e, introducid­o en tierra o en otros cuerpos, absorbe de estos o de aquella las materias necesarias para el crecimient­o y desarrollo del vegetal y le sirve de sostén. 2. Bien inmueble, finca, tierra, edificio, etc. 3. Parte de una cosa, de la cual, quedando oculta, procede lo que está manifiesto. 4. Parte inferior o pie de cualquier cosa.

CUERDA

Del latín chorda, y este del griego chorde. 1. Conjunto de hilos entrelazad­os que forman un solo cuerpo largo y flexible que sirve para atar, suspender pesos, etc. 2. Juego infantil consistent­e en saltar con una cuerda. 3. Hilo de metal, nailon u otro material, que en determinad­os instrument­os musicales produce sonido por vibración. 4. En los relojes de péndulo, cada una de las cuerdas o cadenas que sostienen las pesas.

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