Perfil Cordoba

Cuando un inmigrante duro creó el turrón más blando

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llamado Halvá, con sésamo, clara de huevo, miel, esencia de vainilla, aceite y otras sustancias que formaban un turrón semiblando de sabor increíble.

Cuando una amiga les dijo que parecía de manteca, el hombre se decidió. Lo llamaría Mantecol. Miguel Georgalos, ese era su nombre, cambió el sésamo que aquí en Argentina no era fácil de conseguir por el más criollo maní. Apenas empezó a distribuir su producto, los argentinos se enamoraron de él.

Cuando Georgalos usó los dibujos animados de Manuel García Ferré, el creador de Anteojito y Antifaz, de

Hijitus, Larguiruch­o y de tantos otros en publicidad­es, dando vida a la famosa Pandilla Mantecol, cuyo jingle era “contento por la vida voy, saboreando el rico Mantecol”, este manjar griego llegó a estar en boca de todos.

Georgalos se mudó a Río Segundo, en el corazón de la región productora de maní para estar cerca de donde se cosechaba la materia prima. Allí montó una fábrica, en las instalacio­nes de la que era antiguamen­te la que producía la famosa Cerveza Río Segundo, con alrededor de mil empleados.

El Mantecol se vendía en los almacenes cortado a cuchillo, en lata, envuelto en papel metalizado vinilizado, con nueces, en recipiente­s redondos de cartón, en baldes plásticos de 20 kilos, con nueces. Como fuera, pero se vendía. Y se vendía como pan caliente. Incluso se exportaba a más de 30 países.

Los Georgalos, para pagar una deuda debido a las crisis económicas que siguieron al ‘efecto Tequila’, vendieron la marca Mantecol a Cadbury, que actualment­e lo elabora con ese nombre, aunque con algún muy leve cambio en su composició­n.

Pero la leyenda del turrón que se difundió al mundo desde Córdoba aún continúa. Los Georgalos siguen fabricándo­lo con el nombre Nucrem, tan puro como en sus comienzos. Y también producen el turrón Namur y los caramelos Flynn Paff, entre otras delicias.

Hoy, los Georgalos están, junto a Arcor, dentro de los tres mayores fabricante­s de golosinas de todo el país. Al otro griego inmigrante del comienzo de esta historia, Demetrio Elidais, no le fue tan mal. Creó un tipo especial de alfajores que fabricó usando algunos toques de sabor de esa Grecia tan recordada y jamás olvidada. Y los llamó, simplement­e, Havanna. El resto es historia conocida, sobretodo en Mar del Plata.

Miguel Georgalos, un inmigrante que creó el postre más increíble: ese que tiene el sabor más extrañado y el más entrañable, el de nuestra propia, querida y recordada infancia.

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