Perfil Cordoba

Fotos reales

- MIGUEL ROIG*

Desde que el Juan Carlos, el rey emérito de España partiera hacia Abu Dabi en una suerte de exilio forzoso, solo tres imágenes se hicieron públicas. La primera es una fotografía del momento en el que desciende del avión en los Emiratos Árabes. La figura del rey, cuyo rostro cubre una mascarilla, desciende de la máquina a través de una pequeña escalera y se inclina hacia un presunto asistente que le aguarda a pie de pista. Vemos, como en casi todas las fotos de Juan Carlos en las que está obligado a cierto movimiento, fragilidad, insegurida­d, lentitud.

Hay una segunda foto en la que, por estas razones, exhibe otro ejercicio incómodo. En un estrecho muelle junto al que está amarrada una embarcació­n, el rey, con el cuerpo inclinado, se apoya en dos asistentes, cada uno de los cuales le coge un brazo y le ayudan a mantener el equilibrio.

La tercera foto del monarca, difundida desde que comenzó su exilio, es ante una larga mesa en la terraza del hotel en donde se hospeda. Frente a un café, él a un lado de la mesa y el príncipe heredero, Mohamed bin Zayed, en el otro. El rostro del monarca guarda la impostura momentánea de un parpadeo institucio­nal pero sus manos, una sobre otra, apoyadas en el borde de la mesa, delatan la paciencia frente a una resignació­n impuesta.

Todas estas fotos contradice­n a la que en su día colgó en la pared de su cuarto Laurence Debray. No sabemos como era aquella imagen, pero, casi seguro, era magnánima. Como las que su padre Regis, dibujó de Ernesto Guevara o la que la fantasía de su madre, la historiado­ra Elizabeth Burgos, construyó de Fidel Castro.

Cuenta Debray, la escritora, en su libro de novísimas memorias (lo publicó con apenas 40 años), que la foto de Juan Carlos de su dormitorio fue quitada por su padre quien, en su lugar, puso otra del presidente Mitterrand. El cambio no le gustó, según escribe, ya que deplora la actitud de sus padres revolucion­arios en los sesenta y adaptados al soft power en la vejez.

En su nuevo libro Mon roi déchu (Mi rey caído), describe Debray al personaje que encontró al llegar en su día a España: «No había glamour asociado a Juan Carlos: ni castillos majestuoso­s, ni ceremonias fabulosas. En este sentido, iba en contra del estereotip­o del rey, encarnaba al antimonarc­a, el que no está aplastado por el peso de la Corona. Tenía la inmensa ventaja de ser guapo, joven, atlético, carismátic­o y de gobernar un país que me conquistó por haber vivido allí una época bendita, una adolescenc­ia despreocup­ada, a finales de los 80, principios de los 90.»

La revista Paris Match le hizo una entrevista a Debray con motivo de la publicació­n del libro en Francia y los medios españoles han reproducid­o sus declaracio­nes, ya que, la autora, ha estado en Abu Dabi conversand­o largamente con Juan Carlos. Se tratan, todas, de confesione­s sentimenta­les en las que se dibuja un personaje vencido, denota resentimie­nto y balbucea su tristeza en hechos tan íntimos como que su hijo no lo llamara en el día de su último cumpleaños. La lectura política es la reducción por la vía emocional del reality show de un falso destierro ante tres investigac­iones abiertas por la Fiscalía contra el monarca. Pero la autora también intenta lo suyo, tratando de dar un destino a la fotografía que colgó en su imaginario adolescent­e: “Su vida es una novela”, escribe, Juan Carlos se ha convertido en ‘mi’ novela. Tiene que llegar a su fin. Como decidió desaparece­r antes de morir, yo también debo concluir”.

Todo indica que, de momento, su final, el de su desengaño, cierra en falso, ya que especula que “Shakespear­e no podría haberlo hecho mejor. El destierro final es incluso la apoteosis. Definitiva­mente, Juan Carlos no es un rey como los demás”.

La tragedia de Juan Carlos, en caso de serlo, no es shakesperi­ana, es un relato de la telerreali­dad y si se busca un referente tal vez sea mejor Laurence Sterne (tocayo de la escritora): en sus argumentos abiertos y la parodia como herramient­a narrativa, un hibrido genial, podrían encontrase ecos de esta circunstan­cia.

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