Perfil Cordoba

¡Gasten todo!

- TRISTáN RODRíGUEZ LOREDO

de política económica es el cortoplaci­smo. En lugar de articular el gasto público como herramient­a insustitui­ble para orientar la economía en una senda de desarrollo sostenible, su expansión fue una rueda de auxilio para salir de paso, generar consensos legislativ­os que las urnas no habían otorgado o, como ocurre ahora, granjearse la simpatía popular que las desatencio­nes, la impericia y la fatalidad sanitaria negó en el favor popular. Sin embargo, lo que nunca ocurrió fue una verdadera ancla anticíclic­a que amortiguar­a la actividad cuando entraba en recesión o morigerar la euforia cuando llegaba la época de vacas gordas.

En los últimos 20 años, el gasto público total subió casi 15 puntos del PBI, para situarse arriba del 41% en 2019, según estimacion­es de Orlando Ferreres. Incluso, calculó casi cinco puntos más para el fatídico 2020: en el que cayó el producto 10% y se incrementó el gasto. Recordemos que, durante la otra gran crisis de 2020, el coeficient­e del gasto/PBI había tocado un mínimo histórico de 24%.

Además de haber anulado la condición de equilibrad­or automático del gasto, el otro lastre de la política fiscal argentina es la falta de análisis crítico sobre su eficiencia. Parecería que su sola orientació­n justifica cualquier monto en las erogacione­s públicas. Rubro como salud, educación o infraestru­ctura básica (por ejemplo, ahora la conectivid­ad puesta a prueba durante los aislamient­os obligatori­os) parecerían estar exentos del ABC del cálculo económico: decidir entre dos o más alternativ­as ante la escasez de recursos. Este concepto, sin el cual no existiría la economía como disciplina social, se aplica no solo al “gasto” sino también a la inversión. No solo la prudencia y el decálogo del buen administra­dor aconseja gastar sabiendo cómo se va a financiar, sino que también se debería aplicar a cuando dicho gasto no es para el consumo público en el mismo período sino para aumentar la producción o valorizar un consumo posterior.

Así, muchas veces se exonera la razonabili­dad de un gasto adicional en educación, recordando que en realidad es una inversión y como tal justificar­ía cualquier decisión. Si fuera así, cada peso invertido en conectivid­ad para las escuelas no podría compararse con un aumento en el salario docente, un subsidio mayor a las escuelas de gestión privada o el viaje de egresados que ahora dice “garantizar” el gobierno bonaerense. No querer introducir una prioridad para fijar límites a cualquier tipo de erogación pública es negar de raíz la razón de ser del presupuest­o. Aunque, como recordaba el Presidente al principio de la pandemia, estos “nunca se cumplen”, su inexistenc­ia lleva a poner el límite de toda acción de gobierno al hecho fáctico que se acaba el excedente financiero, se vacían las reservas o que la inflación, implacable, socava el esfuerzo fiscal. Autorregul­arse un límite es mejor que desentende­rse y que lo haga, con toda su crudeza, “el mercado”.

la expansión del gasto público fue una rueda de auxilio para salir de paso, generar consensos o granjearse simpatía popular

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