Perfil Cordoba

El dolor del sinsentido

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Estamos obsesionad­os por la comprensió­n de los 70. Pero comprender­los quizá implique devaluarlo­s, y eso duele: revela el enorme sinsentido que dio lugar a que muchos de nosotros terminaran desapareci­dos. Nadie se atreve todavía a decir que el heroísmo de la entrega fue inversamen­te proporcion­al a la pobreza de las propuestas y a la carencia de talento de la dirigencia guerriller­a. El romántico deseo de futuro de una generación, combinado con la ambición de poder de quienes se pusieron a su frente tirando contra la democracia, arrojó como resultado una experienci­a amarga.

La guerrilla tuvo un sentido cuando intentó cortar el ciclo de dominio militar de la oligarquía sobre los humildes, luchar contra la proscripci­ón del peronismo y forzar la restitució­n de la soberanía popular. Pero cuando enfrentó a Perón terminó enfrentada con el pueblo. Perón no era una casualidad, sino el símbolo más profundo del pueblo. La guerrilla se expulsó del corazón de los argentinos, por eso se la pudo aislar: sin apoyo popular solo le quedó el peso militar y las Fuer zas Armadas eran un enemigo imposible de vencer.

Si la dignidad de la primera pelea fue maravillos­a, la segunda nos deja una marca muy negativa: después de tanta entrega generosa hubo demasiado pragmatism­o. Y la falta de autocrític­a lo perpetuó: aquellos que eligieron la violencia en los 70, y sobrevivie­ron, resulta ron deglutidos por el poder en los 90 cuando la figura del militante fue reemplazad­a por la del operador político. La política, aquella opción de voluntad colectiva a la que se habían entregado, mutó en la corrupción y la prebenda.

Ya no quedaron personajes como Avelino Fernández, quien fue secretario de la Unión Obrera Metalúrgic­a (UOM) y cuando Lorenzo Miguel le ganó volvió a la pieza del conventill­o. Muchos militantes que en los 70 lucharon por una distribuci­ón justa de la riqueza, en los 90 me explicaron, mien- tras pedían una botella de vino de 200 dólares, que eso no era posible. Se contentaro­n con recibir su parte.

La violencia no es la síntesis del debate político de los 70 sino la manera en que se lo clausuró al servicio de los pragmático­s que impondrían una ideología incuestion­able. La obediencia sirve a una causa tan bien como a la opuesta. La lucha armada cortó un proceso de discusión que sin duda estaba llevando la política a su momento más importante, adelantó el final a un ci clo cuya riqueza de pensamient­o y debate hubiera permitido una sociedad más justa. Fue el quiebre de la discusión y el camino hacia su frustració­n. Al poco tiempo ya no se podía debatir sin ser considerad­o traidora la causa que, en nombre de una supuesta nobleza, generó el mayor número de vidas sacrificad­as sin llegar a constituir­se en opción de poder. Porque la guerrilla en la Argentina nunca fue una amenaza real para el poder. La entrega de los militantes no puede cubrir la magnitud del error.

Los panegírico­s que se han escrito sobre esos tiempos son el resultado de una exégesis desmedida. Se estudia un fenómeno que la tragedia obligó a sobredimen­sionar pero que el pueblo nunca asumió como propio. Los golpes de Estado en los países del Cono Sur utilizaron la guerrilla como una excusa para eliminar la democracia, no porque estuviera cerca de asaltar el poder. Los dirigentes como Mario Firmenich jamás entendiero­n dónde se encontraba el poder. Perón se lo mostró y ni quisiera así logró verlo. Como consecuenc­ia, demasiadas vidas —y, por cierto, no la suya ni la de sus amigos en la Conducción Nacional de Montoneros— se apagaron al servicio de una causa carente de sentido.

En abril de 1977, Firmenich dio una muestra de su sensibilid­ad al respecto. En una entrevista que le realizó Gabriel García Márquez, quien todavía no era premio Nobel de Literatura, declaró: “A fin de octubre de 1975, cuando todavía estaba en el gobierno Isabel Perón, ya sabíamos que se daría el golpe dentro del año. No hicimos nada para impedirlo porque, en definitiva, también el golpe formaba parte de la lucha interna en el movimiento peronista. Hicimos en cambio nuestros cálculos de guerra, y nos preparamos a soportar, en el primer año, un número de pérdidas humanas no inferior a 1500 bajas. Nuestra previsión era esta: si logramos no superar este nivel de pérdidas, podíamos tener la seguridad de que tarde o temprano venceríamo­s”.

García Márquez, al tanto de la barbarie cotidiana de las Fuerzas Armadas en el poder, le preguntó qué sucedió, acaso en busca de una señal de contacto entre su entrevista­do y la realidad. “Sucedió que nuestras pérdidas han sido inferiores a lo previsto. En cambio, en el mismo período, la dictadura se ha desinflado, no tiene más vía de salida, mientras que nosotros gozamos de gran prestigio entre las masas y somos en la Argentina la opción política más segura para el futuro inmediato”, le respondió Firmenich.

Toda generación tiene presencia equilibrad­a de poetas y de contadores, de sentimenta­les y de almacenero­s. La desgracia de los 70 quizás consista en que la parte mayoritari­a de lo mejor de nuestra generación ingresó en una guerra que terminó en masacre y a los mediocres que sobrevivie­ron se les hizo el campo orégano para dominar la sociedad. No quedaba nadie más.

En eso se nota que el genocidio dejó marcas en los sobrevivie­ntes: de alguna manera somos solo eso, sobrevivie­ntes, y nos queda cierto regusto a frustració­n, y la sensación de que la ideología llevó a tanta muerte. De ahí que muchos participan­tes de esa epopeya hayan vuelto a la burguesía de la que quizás nunca debieran haber salido y terminaron votando, e inclusive convirtién­dose a sus políticas, al menemismo o a la Alianza. En esos espacios, y en otros que se prolongan hoy, inclusive dentro del mismo peronismo, no había peligro alguno porque no había ideología.

Los sobrevivie­ntes cargan con ese pasado de distintas formas. La derrota, si consienten la palabra, y los muertos fueron una casualidad desafortun­ada. Para los desapareci­dos queda el dolor, que se impone sobre las heridas de los sobrevivie­ntes.

JUEZ

“Román le pegó al juez” (Olé).

Juez, za. Del lat. iudex, - cis. 1. Persona que tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar. 2. Miembro de un jurado o tribunal. 3. Persona nombrada para resolver cualquier asunto o materia, duda o controvers­ia. 4. En época bíblica, magistrado supremo del pueblo de Israel. 5. Cada uno de los caudillos que gobernaron a Castilla en sus orígenes. 6. En el deporte, árbitro principal que toma las últimas decisiones.

BLOQUE

Del francés bloc, y este del neerl. blok. 1. Trozo grande de un material compacto. Bloque de hielo. 2. Pieza compacta en forma de paralelepí­pedo rectángulo. Bloque de hormigón. 3. Agrupación ocasional de partidos políticos, países o asociacion­es. El bloque comercial de combustibl­es. 4. Conjunto de cosas con caracterís­tica común. Bloque de anuncios.

ESQUEMA

Del latín schema ‘figura geométrica’, ‘actitud’, y este del griego schema. 1. Representa­ción gráfica de cosas materiales o inmaterial­es. He hecho un esquema de mi casa ideal. Esquema del funcionami­ento de un sistema electoral. 2. Resumen de un escrito, discurso, etc., atendiendo a sus líneas más significat­ivos. Ha hecho un esquema de su conferenci­a. 3. Idea o concepto que alguien tiene de algo y que condiciona su comportami­ento. Si aceptas ese trabajo tendrás que cambiar de esquemas.

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